Mierda… No conseguiría moverse lo bastante deprisa para esquivarlo. Las crueles curvas de la proa venían a toda velocidad hacia él. Cerró los ojos.
Hace mucho, mucho tiempo existió un…, un navío. Un navío muy grande que había sido creado para destruir las cosas. Otros navíos, gente, ciudades… Era muy grande, y había sido diseñado para matar gente y para proteger las vidas de quienes viajaban dentro de él.
Intentó no recordar cuál era el nombre de aquel navío gigantesco. Lo que hizo fue imaginárselo en el centro de una ciudad, y se sintió bastante confuso, y no logró entender cómo había podido ir a parar allí. Una razón inexplicable hizo que el navío de combate empezara a parecerle un castillo, y aquello tenía sentido y, al mismo tiempo, no lo tenía. Estaba empezando a tener mucho miedo. El nombre de aquel navío era como una inmensa criatura marina que se estrellaba contra el frágil casco de su bote, como un ariete que embestía las murallas de la fortaleza. Intentó expulsarlo de su mente. Sabía que sólo era un nombre, pero no quería oírlo porque siempre que lo oía le entraban ganas de vomitar.
Se tapó los oídos con las manos, y el truco funcionó durante unos momentos. Pero el navío de combate atrapado en su lecho de piedra del centro de la ciudad disparó sus inmensos cañones y los agujeros negros escupieron cegadoras llamaradas blancoamarillentas, y supo lo que iba a ocurrir e intentó gritar para no oír aquel estrépito, pero cuando llegó hasta él comprendió que los cañones acababan de pronunciar el nombre del navío, y el nombre hizo pedazos su bote, destruyó el castillo y vibró dentro de sus huesos y por los espacios de su cráneo y resonó eternamente en el interior de ellos como si fuese la carcajada de un dios enloquecido.
La luz desapareció, y volvió a hundirse en la oscuridad alejándose de aquel horrible sonido acusador mientras lanzaba un suspiro de alivio.
Luz. «Staberinde —dijo una voz muy tranquila desde algún lugar de su cuerpo—. Staberinde. No es más que una palabra…»
Staberinde. El navío de combate. Le dio la espalda a la luz y volvió a internarse en la oscuridad.
Luz. Y también había sonidos. Una voz. ¿En qué había estado pensando antes? (Recordaba algo referente a un nombre, pero prefirió ignorar ese recuerdo.) Funeral. Dolor. Y el navío de combate. El navío estaba allí. O quizá había estado allí. Por lo que sabía sobre él era posible que siguiera existiendo…, pero también había algo sobre un funeral. «El funeral es la razón de que estés aquí. Eso es lo que te confundió antes. Creíste que habías muerto, pero estabas vivo…» Aún le quedaban algunos recuerdos borrosos sobre botes, océanos, castillos y ciudades, pero ya no podía verlos.
El contacto llegó desde algún punto del espacio que le rodeaba. No era dolor, sino un contacto. El contacto y el dolor eran dos cosas distintas…
Otra vez. Era como el roce de una mano; una mano que le acariciaba el rostro causándole más dolor, pero aun así seguía siendo un roce, no dolor puro, y estaba claro que se trataba de una mano. Le dolía la cara. Debía de tener un aspecto terrible.
«¿Dónde estoy?» La colisión. Funerales. Fohls.
La colisión. «Oh, sí, claro. Me llamo…»
El esfuerzo que exigía recordarlo era demasiado grande.
«Entonces…, ¿a qué me dedico?»
Eso es más sencillo. Eres un agente a sueldo de la civilización humanoide más avanzada.., bueno, quizá no lo sea, pero no cabe duda de que es la civilización humanoide más enérgica y decidida que existe en toda la… ¿Realidad? (No.) ¿Universo? (No.) ¿Galaxia? Sí, galaxia…, y te habían enviado allí para que les representaras en un…, un…, un funeral, y subiste a nada menos que un estúpido aeroplano para que te llevara al lugar donde te recogerían y te sacarían de aquel sitio, cuando de repente ocurrió algo a bordo y todo…, y había visto llamas y…, y esa vieja jungla acercándose a toda velocidad…, y luego la nada y el dolor, y no había nada que no fuese el dolor. Después había flotado a la deriva en el dolor entrando y saliendo de él.
La mano volvió a acariciar su rostro, y esta vez también había algo que ver. Pensó que parecía una nube, o la luna vista a través de una nube, como la presencia de un círculo invisible cuyo resplandor puede ser percibido a través de la masa blanca.
«Puede que las dos cosas estén relacionadas —pensó—. Sí; aquí viene de nuevo y…, sí, están relacionadas. Tacto, sensación; la mano vuelve a deslizarse sobre mi rostro. Garganta… Tragar, agua o algún otro líquido. Te están dando algo de beber. Por la forma en que baja parece que estás…, sí, estás erguido, no acostado de espaldas. Las manos, tus manos son… una sensación abierta…, desnudez…, te sientes muy abierto, muy vulnerable. Estoy desnudo…»
Pensar en su cuerpo hizo que volviera a sentir dolor. Decidió que sería mejor olvidarse del cuerpo. Intentó pensar en otras cosas.
«¿Por qué no vuelves a probar con el accidente? Volvías del funeral y entonces el desierto…, no, eran montañas. ¿O era una jungla?» No podía recordarlo. «¿Dónde estamos? Jungla, no…, desierto, no… Entonces, ¿dónde estamos?» No lo sabía.
«Dormía», pensó de repente. Era de noche y estaba durmiendo en su asiento del avión, y apenas tuvo el tiempo justo para despertar en la oscuridad y ver las llamas y empezar a comprender lo que había ocurrido antes de que la luz estallara dentro de su cabeza. Y después de eso, el dolor… Pero no había visto ninguna clase de terreno flotando/subiendo velozmente hacía él para recibirle, porque todo estaba muy oscuro.
Cuando volvió a recuperar el conocimiento todo había cambiado. Se sentía muy vulnerable y expuesto. Abrió los ojos e intentó recordar lo que era ver y fue distinguiendo manchones de luz polvorienta que flotaban en una penumbra amarronada, y vio cacharros y recipientes de fango junto a una pared de tierra o de barro, y una chimenea en el centro de la habitación, y lanzas apoyadas en una pared, y otras clases de armas blancas. Tensó el cuello para erguir la cabeza y pudo ver otra cosa. Vio el tosco marco de madera al que estaba atado.
El marco de madera tenía la forma de un cuadrado y había dos diagonales que creaban una X dentro de ese cuadrado. Estaba desnudo y las correas le inmovilizaban las manos y los pies uniendo una extremidad a cada arista del cuadrado. El marco de madera estaba apoyado en la pared formando un ángulo de unos cuarenta y cinco grados. Una gruesa correa de cuero unía su cintura al centro de la X, y todo su cuerpo estaba cubierto de sangre y pintura.
Relajó los músculos del cuello.
—Oh, mierda —se oyó graznar.
Todo aquello tenía muy mal aspecto.
¿Dónde infiernos estaba la Cultura? Tendrían que estar rompiéndose el culo para rescatarle. Era su obligación, ¿no? Él hacía los trabajos sucios que le encargaban y la Cultura cuidaba de él. Ése era el trato. ¿Dónde diablos estaban ahora que les necesitaba?
El dolor volvió a atacarle desde casi todas las direcciones, pero a esas alturas ya se había convertido en una especie de viejo amigo. Estirar el cuello de esa forma le había dolido. Le dolía la cabeza (lo más probable era que estuviese conmocionado); tenía la nariz fracturada, las costillas rotas o en bastante mal estado, un brazo y las dos piernas rotas… Y aparte de eso también había muchas posibilidades de que hubiera sufrido heridas internas, porque el dolor no sólo venía de fuera —de hecho los dolores internos eran mucho más intensos que los otros—, y tenía la sensación de haberse convertido en un recipiente hinchado lleno de sustancias putrefactas.