Los párpados del hombre se fueron abriendo lentamente y sus ojos le devolvieron la mirada mientras sus labios se curvaban en una sonrisa perezosa. Sma pensó que sus ojos parecían haber envejecido, pero quizá fuera un truco de la luz.
—Bien… —dijo—. ¿A qué estás jugando, Zakalwe?
—¿Qué quieres decir, Dizita?
—Me han enviado a buscarte porque quieren que hagas otro trabajo. Ya debes de habértelo imaginado, por lo que dime ahora mismo si estoy perdiendo el tiempo o no. No me encuentro de muy buen humor, ¿comprendes? No me apetece discutir contigo intentando convencerte de que…
—¡Dizita! —exclamó él poniendo cara de sentirse muy ofendido. Sacó las piernas de la hamaca y puso los pies en el suelo—. No seas así, ¿quieres? —le suplicó, acompañando sus palabras con una sonrisa muy persuasiva—. Te aseguro que no estás perdiendo el tiempo. Ya he hecho el equipaje.
La expresión que había en su rostro moreno no podía ser más afable y sincera, y la intensidad de su sonrisa resultaba casi infantil. Sma le contempló con una mezcla de alivio e incredulidad.
—Entonces… ¿A qué venían todas esas carreras y fintas?
—¿De qué carreras y fintas estás hablando? —replicó él en un tono impregnado de inocencia mientras volvía a reclinarse en su hamaca—. Tenía que venir aquí para despedirme de una amiga íntima, y eso es todo. Estoy listo para partir. ¿Qué ocurre?
Sma le contempló con la boca abierta durante unos segundos, la cerró y acabó volviéndose hacia la unidad.
—¿Nos vamos ya?
—No es necesario —replicó Skaffen-Amtiskaw—. El curso que está siguiendo el VGS os da dos horas de margen. Cuando hayan transcurrido podéis subir al Xenófobo, y llegar al punto de cita con el VGS en treinta horas. —La unidad giró sobre sí misma para dirigir su banda sensora hacia el hombre—. Pero necesitamos estar seguros. Una teratonelada de VGS con veintiocho millones de personas a bordo se dirige hacia aquí a toda velocidad, y si tiene que esperar un tiempo habrá que avisarla para que vaya iniciando las operaciones de frenado, así que… Debemos saberlo con seguridad. ¿Estás realmente dispuesto a venir con nosotros? Y no cuando te apetezca, sino esta tarde…
—Unidad, acabo de decir que iré con vosotros. Iré, ¿entendido? —Se acercó un poco más a Sma—. Repito la pregunta de antes. ¿En qué consiste ese trabajo?
—Voerenhutz —dijo ella—. Tsoldrin Beychae.
La miró y sonrió enseñando una dentadura blanquísima.
—Vaya, así que el viejo Tsoldrin aún no se ha metido en su agujero, ¿eh? Bueno, me alegrará volver a verle…
—Tendrás que convencerle de que debe volver a ponerse el uniforme de trabajo.
Él movió una mano como si aquello fuera lo más sencillo del mundo.
—Oh, te aseguro que no habrá ningún problema —dijo tomando un sorbo de su vaso.
Sma le contempló en silencio mientras bebía y meneó la cabeza.
—¿No quieres saber por qué, Cheradenine? —preguntó.
Él alzó una mano disponiéndose a responder con ese gesto cuyo significado era el mismo que el de un encogimiento de hombros, pero cambió de opinión.
—Hummm… —suspiró—. Claro. ¿Por qué, Diziet?
—La población de Voerenhutz se está dividiendo en dos grupos enfrentados. El que lleva las de ganar quiere poner en marcha una política de terraformación bastante agresiva y…
—Eso de la terraformación… —Dejó escapar un eructo—. Es algo parecido a redecorar un planeta, ¿verdad?
Sma cerró los ojos durante un par de segundos.
—Sí. Es… algo parecido. Sea cual sea la palabra que utilices ser partidario de la terraformación demuestra una considerable falta de sensibilidad ecológica, por decirlo suavemente. Esas personas se hacen llamar los Humanistas y también quieren poner en vigor una escala variable de derechos cuyo efecto básico será el de darles una excusa legal para apoderarse de todos los mundos a los que les permita echar mano su capacidad militar…, aunque estén habitados por seres inteligentes. En estos momentos ya hay una docena de guerras locales, y cualquiera de ellas puede convertirse en un conflicto a gran escala. Los Humanistas están haciendo cuanto pueden para que las guerras se extiendan porque parecen darles la razón, ¿comprendes? Su argumento es que el Grupo de Sistemas padece un grave exceso de población y que necesita encontrar nuevos planetas habitables.
—Aparte de eso los Humanistas se niegan a admitir que las máquinas puedan ser plenamente conscientes —dijo Skaffen-Amtiskaw—. Explotan a los ordenadores protoconscientes y afirman que sólo la experiencia subjetiva humana posee un valor intrínseco. En resumen, son una maldita pandilla de fascistas del carbono.
—Comprendo. —El hombre asintió y se puso muy serio—. Y vosotros queréis que el viejo Beychae se alíe con los Humanistas, ¿verdad?
—¡Cheradenine! —dijo Sma con voz irritada.
Los campos de Skaffen-Amtiskaw se habían convertido en una aureola de luz tan gélida que casi parecía sólida.
Su reacción pareció sorprender y herir a su interlocutor.
—¡Pero se llaman Humanistas!
—Zakalwe… Han escogido ese nombre como habrían podido escoger cualquier otro.
—Los nombres son importantes —dijo él, y parecía hablar muy en serio.
—Desde luego, pero que hayan escogido llamarse Humanistas no les convierte automáticamente en los buenos de la historia.
—De acuerdo. —Miró a Sma y sonrió—. Lo siento. —Inclinó la cabeza e hizo un visible esfuerzo por tomarse todo aquello más en serio—. Quieres que tire en la dirección opuesta, ¿no? Igual que la última vez…
—Sí —dijo Sma.
—Perfecto. No parece un trabajo muy difícil. ¿Habrá que jugar a los soldaditos?
—No.
—Acepto la misión —dijo él asintiendo con la cabeza.
—¿He oído un rechinar de dientes o era sólo mi imaginación? —murmuró Skaffen-Amtiskaw.
—Limítate a enviar la señal —dijo Sma.
—De acuerdo —dijo la unidad—. Señal enviada. —Manipuló sus campos hasta crear la impresión de que estaba mirando fijamente al hombre recostado en la hamaca—. Pero te advierto que será mejor que no cambies de parecer luego.
—Skaffen-Amtiskaw, lo único que podría disuadirme de viajar con la encantadora Sma hasta el planeta Voerenhutz es la idea de que eso pueda exigirme pasar un período de tiempo soportando tu compañía. —Se volvió hacia Sma y la observó con cierta preocupación—. Supongo que vendrás conmigo, ¿verdad?
Sma asintió. Tomó un sorbo de su vaso mientras la sirvienta empezaba a colocar varios platos sobre la mesa que había entre las hamacas.
—¿Así de sencillo, Zakalwe? —preguntó cuando la sirvienta hubo vuelto a entrar en la choza.
—¿Así de sencillo qué, Diziet?
La observó por encima de su vaso sin dejar de sonreír.
—Te marchas después de… ¿Cuánto tiempo? ¿Cinco años? Cinco años construyendo tu imperio, poniendo en práctica tus planes para conseguir que el mundo sea un lugar más seguro, utilizando nuestra tecnología e intentando utilizar nuestros métodos… Y ¿estás preparado para dar la espalda a esos planes durante todo el tiempo que pueda exigirte esta misión? Maldita sea… Accediste incluso antes de saber que debías ir a Voerenhutz, y por lo que sabías podría haberte pedido que viajaras hasta el otro extremo de la galaxia…, podría haberte pedido que fueras a las Nubes. Podrías haber estado accediendo a embarcarte en un viaje de cuatro años de duración.