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Sacó la cabeza del reservado y les echó un vistazo. El hombre estaba llorando, y la mujer… Bueno, tenía una cabellera muy abundante y un rostro de los que no se olvidan con facilidad, con unos rasgos tan marcados que casi resultaban agresivos. Su cuerpo no estaba nada mal, y era bastante joven.

—Lo siento —dijo—, pero… Sólo quería hacer una pequeña observación, y es que la frase «Nada dura eternamente» puede ser una afirmación…, bueno, por lo menos hay algunos idiomas en que lo es…

Apenas hubo pronunciado esas palabras le pasó por la cabeza que en su idioma no lo era. Aquella gente tenía varios términos para referirse a las distintas clases de nada. Sonrió, se refugió en la penumbra de su reservado sintiéndose repentinamente incómodo y lanzó una mirada de acusación a la copa de licor que tenía delante. Después se encogió de hombros y pulsó el timbre para llamar al camarero.

Oyó gritos en el reservado contiguo, el ruido de algo que caía al suelo y un chillido ahogado. Alzó la cabeza y vio al hombre yendo rápidamente hacia la puerta del bar y saliendo por ella. Parecía muy enfadado.

La chica se materializó junto a él. Estaba empapada.

Alzó los ojos hacia su rostro y vio que estaba mojado. La chica empezó a secárselo con un pañuelo.

—Gracias por su contribución —dijo con voz gélida—. Estaba logrando llevar el asunto a una conclusión más o menos tranquila y educada hasta que usted se entrometió.

—Lo lamento muchísimo —dijo él, pero no lo lamentaba en lo más mínimo.

La chica hizo una bola con el pañuelo y lo estrujó sobre su copa. El líquido goteó de la tela y se mezcló con el licor.

—Hmmm —dijo él—, qué detalle por su parte… —Movió la cabeza señalando las manchas oscuras esparcidas sobre su chaqueta gris—. ¿Son de su bebida o de la de él?

—De ambas —dijo ella.

Dobló cuidadosamente el pañuelo y se dispuso a darle la espalda.

—Le ruego que me permita invitarla a beber algo.

La chica vaciló, y el camarero escogió ese preciso instante para venir hacia su mesa. «Es un buen presagio», pensó él.

—Ah —dijo volviendo la cabeza hacia el camarero—. Tomaré otro…, lo que sea que he estado bebiendo, y para esta señora…

Ella bajó la vista hacia su copa.

—Tomaré lo mismo —dijo, y se sentó delante de él.

—Considérelo como una…, una indemnización —dijo él buscando la palabra en el vocabulario que le habían implantado antes de su llegada.

La chica puso cara de perplejidad.

—«Indemnización»… Ya no me acordaba de esa palabra. Tiene algo que ver con la guerra o con hacer daño a otra persona, ¿verdad?

—Sí —dijo él, y ahogó un eructo llevándose una mano a los labios—. Es algo así como… ¿una compensación por los daños causados?

La chica meneó la cabeza.

—Su vocabulario me parece maravillosamente enigmático, pero su gramática resulta de lo más extraño.

—No soy de aquí —dijo él como sin darle importancia.

Era cierto. El resto de su vida había transcurrido a una distancia mínima de cien años luz de aquel lugar.

—Shias Engin —dijo ella asintiendo con la cabeza—. Escribo poemas.

—¿Se dedica a la poesía? —preguntó él, muy complacido—. La gente que escribe poesía siempre me ha fascinado. Hace tiempo intenté escribir poemas.

—Sí —dijo ella, y le lanzó una mirada algo recelosa—. A veces sospecho que todo el mundo lo ha intentado. Y usted es…

—Cheradenine Zakalwe. Me gano la vida luchando en las guerras.

La chica sonrió.

—Hace trescientos años que no hay ninguna guerra… ¿Aún se acuerda del oficio?

—Sí… Aburrido, ¿verdad?

La chica se reclinó en el asiento y se quitó la chaqueta.

—¿Viene de muy lejos, señor Zakalwe?

—Oh, vaya… Lo ha adivinado. —Puso cara de abatimiento—. Sí, soy un alienígena. Ah, gracias.

El camarero acababa de traerles lo que habían pedido. Cogió las copas y le pasó una a la joven.

—Tiene un aspecto extraño —dijo ella después de observarle en silencio durante unos momentos.

—«¿Extraño?» —dijo él en un tono de voz algo indignado.

La joven se encogió de hombros.

—Distinto. —Tomó un sorbo de su copa—. Pero no mucho… —Se inclinó hacia adelante y apoyó los codos sobre la mesa—. ¿Por qué es tan similar a nosotros? Sé que no todos los alienígenas son humanoides, pero hay muchos que sí lo son. ¿Por qué?

—Bueno —dijo él, y volvió a llevarse una mano a la boca—. Intentaré explicárselo… —Eructó—. Las nubes de polvo y la sustancia libre de la galaxia son…, son lo que la alimenta, y su alimento es considerablemente difícil de digerir. Ésa es la razón de que haya tantas especies humanoides. La última cena de las nebulosas no les sentó demasiado bien, y aún no han conseguido librarse del regusto que les dejó en la boca.

La chica sonrió.

—La verdad siempre resulta sencilla y fácil de entender, ¿no le parece?

La miró fijamente y meneó la cabeza.

—No, la verdad nunca resulta sencilla… Todo es muy complicado. Pero… —Alzó un dedo—. Creo que conozco la auténtica razón y voy a revelársela.

—¿Cuál es?

—El alcohol que hay en las nubes de polvo. Esa maldita sustancia está por todas partes… En cuanto una especie inteligente inventa el telescopio y el espectroscopio y empieza a examinar lo que hay entre las estrellas, ¿qué cree que encuentra? —Alzó la copa y golpeó la mesa con ella—. Montones de sustancias distintas, de acuerdo, pero… La sustancia que más abunda es el alcohol. —Tomó un sorbo de licor—. La galaxia creó a las especies humanoides para que la libraran de todo ese alcohol.

—Vaya… —dijo ella. Se puso muy seria y asintió con la cabeza—. Todo empieza a cobrar sentido. —Le observó con atención—. Bueno, ¿y por qué está aquí? Espero que no habrá venido a iniciar alguna guerra.

—No, estoy de permiso. He venido aquí porque quiero alejarme una temporada de las guerras, y por eso escogí este lugar.

—¿Cuánto tiempo piensa quedarse?

—Hasta que empiece a aburrirme.

La chica le sonrió.

—¿Y cuánto tiempo cree que tardará en ocurrir eso?

—Bueno… —Le devolvió la sonrisa—. No lo sé.

Dejó su copa sobre la mesa mientras la chica apuraba la suya. Alargó la mano hacia el timbre para llamar al camarero, pero la chica ya había puesto un dedo sobre él.

—Ahora me toca a mí —dijo—. ¿Lo mismo?

—No —dijo él—. Creo que esta vez me apetece algo totalmente distinto.

* * *

Cuando intentó tabular su amor y hacer una lista con todo lo que le atraía de ella descubrió que tendía a empezar por los hechos más visibles —su belleza, su actitud ante la vida, su creatividad—, pero si pensaba en el día que acababa de transcurrir o si se limitaba a observarla se daba cuenta de que un pequeño gesto, una palabra, un paso o un movimiento de sus ojos o de su mano exigían la misma atención. Al final siempre acababa rindiéndose y se consolaba recordando unas palabras que ella había murmurado poco después de que se conocieran. Si entiendes algo del todo nunca podrás amarlo, eso era lo que había dicho… Siempre que hablaban del tema ella afirmaba que el amor era un proceso, no un estado. Si lo atrapabas y lo inmovilizabas acababa marchitándose. Él no estaba tan seguro, aunque parecía haber logrado encontrar una serenidad límpida e insondable oculta en lo más profundo de su ser cuya existencia nunca había imaginado…, y todo gracias a ella.

La realidad de su talento —no, de su genio— también jugaba un papel importante en todo aquello. Esa capacidad de ser más que el objeto de su amor y de ofrecer un aspecto totalmente distinto al mundo exterior hacía que su ya considerable incredulidad se volviera aún más grande. Era lo que él sabía que era aquí y ahora —completa, rica e inconmensurable—, y pese a ello, cuando los dos estuvieran muertos (y descubrió que ahora podía pensar de nuevo en su muerte sin sentir miedo), habría como mínimo un mundo y quizá muchas culturas que la conocerían en una faceta totalmente distinta. Para el futuro sería una poetisa, una creadora de conjuntos de significados que para él sólo eran palabras sobre una página o títulos de los que le hablaba algunas veces.