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Él ya había aparecido en muchas de sus últimas obras como un amante sin nombre, aunque el conocerle no había alterado sus costumbres de escritora y no había conservado ninguna. Decía que algún día escribiría un poema sobre él, quizá cuando le hubiera contado más cosas sobre su vida.

La casa murmuraba y se movía en un casi imperceptible flujo continuo difundiendo la luz y atenuándola. Los distintos grosores y texturas de las cortinas y telas que formaban los muros y divisiones de la casa se rozaban continuamente unos con otros creando murmullos ahogados, como murmullos o conversaciones secretas que nunca podrían ser entendidos del todo.

Ella seguía estando muy lejos. Se llevó una mano a la cabeza y tiró distraídamente de un mechón de cabellos mientras removía los papeles que había esparcidos sobre el escritorio con la punta de un dedo. Él seguía observándola. Su dedo vagó sobre lo que había escrito ayer y jugueteó con los pergaminos trazando lentos círculos alrededor de ellos, flexionándolos y creando curvas fugaces, observado por ella y por él.

Los binoculares olvidados colgaban de su otra mano con la correa hacia abajo, y los ojos que la observaban desde la cama recorrieron lentamente su cuerpo recortado contra la luz del exterior. Pies, piernas, nalgas, vientre, torso, pechos, hombros, cuello; cara, cabeza y cabellos… Sus ojos no olvidaron ni una sola parte de ella.

El dedo siguió moviéndose a lo largo de la superficie de madera sobre la que esa misma tarde escribiría un poema muy corto sobre él, uno que él copiaría sin decírselo por si no quedaba satisfecha de los versos y acababa decidiendo no conservarlo, y el deseo de él continuó creciendo, y la calma que se fue adueñando del rostro de ella hizo que dejara de ver como se movía el dedo, y uno de los dos sólo era una imagen fugaz que pronto dejaría de estar allí, apenas una hoja atrapada entre las páginas del diario del otro, y lo que habían creado convenciéndose el uno al otro con palabras, empezó a desvanecerse lentamente en el silencio.

—Hoy tendré que trabajar un rato —dijo ella como si hablara consigo misma.

Hubo un silencio.

—¿Eh? —exclamó él.

—¿Hmmmm?

Su voz parecía venir de muy lejos.

—¿Qué te parece si desperdiciamos un poco de tiempo?

—Hermoso eufemismo, señor —dijo ella con voz pensativa, como si hablara desde una gran distancia.

Alzó la mirada hacia ella y sonrió.

—Ven y ayúdame a dar con otro mejor.

Ella sonrió, y sus ojos se encontraron con los de él.

Y el silencio duró mucho rato.

6

Se rascó la cabeza y apoyó la culata del arma en el suelo de la minibodega. Cogió el arma por el cañón y pegó un ojo al agujero para observar su interior mientras se balanceaba ligeramente de un lado a otro.

—Zakalwe —dijo Diziet Sma—, hemos desviado de su curso dos meses a veintiocho millones de personas y un trillón de toneladas de nave espacial para que llegues a tiempo a Voerenhutz. Te agradecería que esperaras a terminar el trabajo antes de volarte la cabeza.

Sus palabras le hicieron girar rápidamente sobre sí mismo. Sma y la unidad acababan de entrar en la minibodega. Una cápsula de viajes se estaba alejando velozmente por el tubo que tenían detrás.

—¿Eh? —exclamó, y les saludó con la mano—. Oh… Hola.

Se había puesto una camisa blanca con las mangas subidas y unos pantalones negros, y llevaba los pies descalzos. Cogió el rifle de plasma, lo sacudió, le dio unos golpecitos en uno de los lados con la mano libre y lo alzó apuntando el cañón hacia el otro extremo de la minibodega. Tomó puntería y tiró del gatillo.

Hubo un estallido luminoso que se desvaneció casi enseguida, el arma saltó hacia atrás chocando contra su hombro y una especie de chasquido creó ecos que bailotearon por el espacio de la minibodega. Clavó los ojos en la pared situada a unos doscientos metros de distancia que marcaba el final del recinto y en el reluciente cubo negro de unos quince metros de arista inmóvil bajo las luces del techo. Examinó atentamente el distante objeto negro, volvió a alzar el arma y contempló la imagen aumentada que aparecía en una de las pantallas del rifle de plasma.

—Qué extraño… —murmuró, y se rascó la cabeza.

Una bandejita que sostenía una jarra metálica y un vaso de cristal tallado flotaba junto a él. Se volvió hacia ella, cogió el vaso y tomó un sorbo sin apartar los ojos del arma.

—Zakalwe… —dijo Sma—. ¿Se puede saber qué estás haciendo?

—Prácticas de tiro —replicó él, y volvió a tomar un sorbo del vaso—. ¿Quieres beber algo, Sma? Pediré otro…

—No, gracias. —Sma se volvió hacia el otro extremo de la minibodega y contempló el cubo negro con cara de perplejidad—. ¿Qué es eso?

—Hielo —dijo Skaffen-Amtiskaw.

—Exacto. —Asintió con la cabeza y dejó el vaso en el suelo para manipular los controles del arma—. Hielo.

—Hielo coloreado de negro —dijo la unidad.

—Hielo —dijo Sma asintiendo con la cabeza sin entender nada—. Y.. ¿Por qué hielo?

—Porque —dijo él con un cierto tono de irritación—, esta…, esta nave de nombre tan increíblemente estúpido y los veintiocho trillones de personas que van a bordo de ella y su hipermontillón de tonelaje no han podido proporcionarme ni un miserable gramo de basura decente, solamente por eso. —Alteró la posición de dos indicadores incrustados en un lado del arma y volvió a tomar puntería—. Un jodido trillón de toneladas y no hay ni un átomo de basura…, aparte de su cerebro, supongo. —Volvió a tirar del gatillo. Su hombro y su brazo fueron impulsados hacia atrás, y el destello luminoso brotó del cañón del arma acompañado por el mismo chasquido de antes—. ¡Esto es ridículo! —exclamó.

—Pero ¿por qué disparas contra ese cubo de hielo? —insistió Sma.

—Sma, ¿estás sorda o qué? —casi gritó él—. Porque este parsimonioso montón de sistemas inservibles afirma no disponer de ningún objeto inútil o desperdicio mínimamente decente con el que pueda hacer prácticas de tiro.

Meneó la cabeza y abrió un panel de inspección disimulado en la culata del arma.

—¿Y por qué no utilizas hologramas como hace todo el mundo? —preguntó Sma.

—Los hologramas están muy bien, Diziet, pero… —Giró sobre sí mismo y le alargó el rifle de plasma—. Toma, sostenlo un momento, ¿quieres? Gracias. —Hizo algo en los mecanismos revelados por el panel de inspección que acababa de abrir mientras Sma sostenía el arma con las dos manos. El rifle de plasma medía un metro y veinticinco centímetros de longitud, y pesaba mucho—. Los hologramas van muy bien para la calibración y todas esas tonterías, pero si quieres…, si quieres familiarizarte con un arma tienes que…, tienes que destruir algo, ¿comprendes? —La miró—. Tienes que sentir el retroceso y necesitas ver los restos de aquello contra lo que has disparado, y esos restos tienen que ser auténticos… Esa mierda holográfica no sirve de nada. Tienes que disparar contra algo real.