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Sma y la unidad intercambiaron una rápida mirada de soslayo.

—Sostén este…, este cañón —dijo Sma volviéndose hacia la máquina.

Los campos de Skaffen-Amtiskaw brillaban con el suave resplandor rosado que indicaba diversión. La unidad la liberó del peso del arma y el hombre siguió hurgando en sus entrañas.

—Zakalwe, creo que un Vehículo General de Sistemas no piensa en términos de basura —dijo Sma. Olisqueó el contenido de la jarrita metálica, puso cara de duda y acabó arrugando la nariz—. Para su forma de pensar sólo existe la materia que está siendo utilizada y la materia susceptible de ser reciclada y convertida en otra clase de materia que podrá volver a ser utilizada. La basura sencillamente no existe, ¿comprendes?

—Claro —murmuró él—. Acabas de repetir el mismo sermón idiota que me soltó hace un rato.

—Y lo que hizo fue proporcionarte un poco de hielo para que jugaras con él, ¿eh? —dijo la unidad.

—No me quedó más remedio que conformarme con ese maldito cubo de hielo. —Asintió con expresión distraída, cerró el panel de inspección haciéndolo encajar en su sitio con un chasquido metálico y cogió el arma que la unidad había estado sosteniendo mediante sus campos—. Todo parece estar en orden, pero no consigo que este maldito trasto funcione.

—Zakalwe… —dijo la unidad emitiendo una especie de suspiro—. No me sorprende que no funcione. Esa arma debería estar en un museo. Tiene ciento diez años de antigüedad, ¿sabes? Ahora fabricamos pistolas mucho más potentes que ese rifle.

Tomó puntería sin hacer caso de lo que había dicho la unidad, tragó aire, chasqueó los labios y dejó el arma en el suelo para tomar otro trago del vaso de cristal tallado. Después se volvió hacia la unidad.

—Pero este rifle es una auténtica preciosidad —replicó alzando el arma y dándole vueltas entre los dedos. Dio unos golpecitos sobre los controles y diales que cubrían la oscura masa de la culata—. Quiero decir que… Anda, échale un vistazo. ¡Tiene un aspecto de lo más mortífero!

Lanzó un gruñido de admiración, volvió a colocarse en posición de disparo y tiró del gatillo.

El disparo salió tan desviado como los anteriores. El hombre suspiró, meneó la cabeza y clavó los ojos en el arma.

—No funciona —dijo con voz quejumbrosa—. Se niega a funcionar y eso es todo… Siento el retroceso, pero no funciona.

—¿Me permites? —preguntó Skaffen-Amtiskaw.

Fue hacia el arma. El hombre le lanzó una mirada teñida de suspicacia y acabó ofreciéndole el arma.

Todas las pantallas del rifle de plasma se activaron de golpe con un ruidoso acompañamiento de chasquidos y zumbidos mientras los paneles de inspección se abrían y volvían a cerrarse en una fracción de segundo. La unidad le devolvió el arma.

—No le ocurre nada —dijo Skaffen-Amtiskaw.

—Ya —murmuró él aceptando el rifle que le ofrecía.

Sostuvo el arma con una mano delante de su cabeza, dio una palmada en la culata con la otra mano e hizo girar el rifle tan deprisa que se movió como la hélice de un avión delante de su rostro y su pecho sin apartar los ojos ni un segundo de la unidad mientras hacía todo aquello. Tensó la muñeca haciendo que el arma se quedara inmóvil con el cañón apuntando hacia el lejano cubo de hielo negro y tiró del gatillo, todo eso en un solo gesto lleno de fluidez sin que sus ojos hubieran dejado de observar a la unidad ni un instante. El arma pareció volver a disparar, pero el cubo de hielo siguió intacto.

—Así que funciona, ¿eh? Y una mierda… —dijo.

—¿Cuáles fueron los términos exactos de tu conversación con la nave cuando pediste tu «basura» para hacer prácticas? —preguntó la unidad.

—No me acuerdo —replicó él en un tono de voz bastante alto e irritado—. Le dije que sólo una perfecta cretina podía carecer de algo de basura contra la que disparar, y la nave me dijo que cuando la gente quería disparar contra un poquito de mierda auténticamente inútil utilizaba hielo y yo dije: «De acuerdo, cohete gilipollas, pues proporcióname un poco de hielo», o algo parecido. —Extendió las manos hacia la unidad—. Creo que eso fue todo.

Abrió los dedos y dejó que el rifle cayera de su mano.

La unidad lo cogió al vuelo con un campo antes de que hubiera chocado contra el suelo.

—¿Por qué no pruebas a pedirle que despeje la bodega para hacer prácticas de tiro? —le sugirió—. No, mejor aún… Sé más preciso y pídele que despeje un espacio en su zona de protección de la trampilla.

Volvió a ofrecerle el arma y el hombre la cogió.

—De acuerdo —dijo muy despacio con una mueca desdeñosa.

Miró a su alrededor como si se dispusiera a entablar conversación con el aire y puso cara de vacilación. Se rascó la cabeza, miró a la unidad, dio la impresión de que iba a decirle algo y acabó desviando la mirada mientras señalaba a Skaffen-Amtiskaw con un dedo.

—Tú… Será mejor que se lo pidas tú. Ese montón de estupideces sonará un poco menos ridículo si lo dice otra máquina.

—Muy bien. Ya está —replicó la unidad—. Bastaba con pedírselo, ¿entiendes?

—Hmmmm —murmuró él.

Su mirada de suspicacia fue de la unidad al cubo de hielo negro colocado en el otro extremo de la bodega. Alzó el arma y apuntó hacia la masa de agua en estado sólido.

Disparó.

La culata del arma volvió a estrellarse contra su hombro y el cegador destello luminoso proyectó la sombra de su cuerpo detrás de él. El sonido que acompañó al disparo fue tan estrepitoso como el de una granada al detonar. Un haz de claridad blanca tan delgado como un lápiz atravesó toda la longitud de la minibodega y unió el arma al cubo de quince metros de arista convirtiéndolo en un millón de fragmentos que se esparcieron entre un estallido de luz y vapor creando una nube de vapor negro que se fue hinchando rápidamente y empezó a subir hacia el techo del recinto.

Sma siguió inmóvil con las manos a la espalda mientras observaba el chorro de fragmentos de cincuenta metros de altura que chocó con el techo de la minibodega rebotando en todas direcciones. La metralla negra recorrió la misma distancia y se estrelló contra las paredes laterales del recinto, y una marea de relucientes proyectiles negros se deslizó por el suelo yendo hacia donde estaban. La mayoría de ellos acabaron quedando atrapados en alguno de los obstáculos que cubrían el suelo de la mini-bodega, aunque unos cuantos recorrieron una considerable distancia por el aire antes de caer al suelo y lograron dejar atrás a los dos humanos y la unidad para repiquetear contra la pared del fondo. Skaffen-Amtiskaw extendió un campo hacia el suelo y cogió un trozo de hielo que tendría el tamaño de un puño y que había caído junto a los pies de Sma. Los ecos de la explosión resonaron unas cuantas veces en las paredes y acabaron desvaneciéndose.

Sma sintió la lenta relajación de los músculos de sus oídos.

—¿Contento, Zakalwe? —preguntó.

El hombre parpadeó, desactivó el arma y se volvió hacia la unidad.

—Parece que ahora ya funciona —gritó.

Sma asintió con la cabeza.

—Sí.

—Tomemos un trago —dijo él mientras le hacía una seña con la cabeza.

Cogió el vaso de cristal tallado y se lo llevó a los labios mientras iba hacia la escotilla del tubo.

—¿Un trago? —repitió Sma poniéndose junto a él y señalando con la cabeza el vaso del que estaba bebiendo—. ¿Y qué estás haciendo ahora?