—Oh, claro —dijo Sma—. Aún recuerdo lo mucho que me costó convencerte de que renunciaras a cuidar de tu «jardín» para venir con nosotros. Mierda, Zakalwe, pero si ya tenías hecho el equipaje…
—Debí de captar lo apremiante de la situación gracias a mi asombroso sentido telepático. —Cogió una gigantesca arma negra de un estante y la alzó con las dos manos gruñendo a causa del esfuerzo que se vio obligado a hacer—. Mierda santa… ¿Hay que dispararla o basta con utilizarla como ariete?
—Es un cañón manual idirano. —Skaffen-Amtiskaw suspiró—. No lo menees tanto. Es una antigüedad de muchísimo valor.
—No me extraña. —Logró volver a dejar el arma sobre el estante sin que se le cayera y siguió caminando por el pasillo—. Sma, ahora que lo pienso… Soy tan viejo que el tiempo que me queda debería valer el triple que el de un hombre joven. Creo que esta ridícula excursión en la que me habéis embarcado debería saliros mucho más cara.
—Bueno, si quieres ver las cosas bajo el prisma económico, creo que nosotros deberíamos cobrarte por… ¿Qué te parece si te imponemos una multa por infringir la legislación sobre patentes? Devolviste la juventud a esos vejestorios utilizando nuestra tecnología.
—Olvídalo. No tienes ni idea de lo que se siente cuando llegas a ser tan viejo tan pronto.
—Oh, claro, pero supongo que eso se aplica a todo el mundo, ¿no? Tú sólo hiciste tratos con los bastardos más peligrosos y hambrientos de poder del planeta.
—¡Estamos hablando de sociedades terriblemente jerarquizadas! ¿Qué esperabas? Además, si hubiera permitido que el tratamiento fuese accesible a toda la población… ¡Piensa en la explosión demográfica que se habría producido!
—Zakalwe, ya pensé en todo eso cuando tenía quince años. Los habitantes de la Cultura aprendemos ese tipo de cosas en la escuela. Es una parte de nuestra historia y del entorno en el que crecemos, ¿comprendes? Todas las cosas de las que me estás hablando son agua pasada… Ésa es la razón de que hasta un colegial se encuentre en condiciones de comprender que cometiste una estupidez. Para nosotros tú eres un colegial. Ni tan siquiera quieres envejecer… No existe ninguna actitud más inmadura.
—¡Vaya! —exclamó él deteniéndose de repente y cogiendo algo de un estante—. ¿Qué es esto?
—No lo entenderías —dijo Skaffen-Amtiskaw.
—¡Menuda preciosidad! —murmuró mientras sostenía aquel arma asombrosamente complicada en sus manos y le daba vueltas—. ¿Qué es? —jadeó.
—Sistema de Micro Armamentos, Rifle —le explicó la unidad—. Es… Oh, mira, Zakalwe, posee diez sistemas de armamento distintos, por no hablar del sistema de vigilancia semiconsciente, los componentes del campo reactivo, la unidad antigravitatoria o los acumuladores de energía controlables mediante frecuencias intermedias, y antes de que me lo preguntes te diré que todos los controles están en el lado equivocado porque se trata de una versión para zurdos, y el equilibrio es adaptable, al igual que ocurre con el peso y la inercia independiente variable. Se necesita medio año de adiestramiento para aprender a utilizarlo sin correr peligro, y no hablemos del tiempo que hace falta para aprender a utilizarlo de forma mínimamente competente, así que… No, no puedes llevarte uno.
—No quiero uno —dijo él acariciando el arma—. Pero… ¡Qué artefacto! —Volvió a dejarlo en el estante y miró a Sma—. Dizita, ya sé lo que piensa tu gente y supongo que respeto vuestras ideas, pero… Vuestra existencia no es la mía. Yo vivo en lugares peligrosos donde siempre hay algún tipo u otro de amenaza al acecho. Siempre lo he hecho y siempre lo haré. No tardaré mucho en morir, así que… ¿Por qué he de cargar con el peso adicional de ir envejeciendo, aunque sea muy despacio?
—No intentes ocultarte detrás de la necesidad, Zakalwe. Podrías haber cambiado de vida. No tienes por qué llevar ese tipo de existencia. Podrías haberte unido a la Cultura convirtiéndote en uno de nosotros. Podrías haber intentado vivir como nosotros, pero…
—¡Sma! —exclamó, y se volvió hacia ella—. Esa vida es para gente como tú, no para alguien como yo. Crees que obré mal al pediros que estabilizarais mi edad y consideras que la inmortalidad…, no, incluso el mero hecho de pensar en la inmortalidad es algo reprobable. De acuerdo, puedo entenderlo. En vuestra sociedad y teniendo en cuenta la existencia que lleváis me parece lógico. Vivís vuestros trescientos cincuenta o cuatrocientos años y sabéis que no habrá nada que os impida llegar al final de vuestra existencia. Morís sin llevar las botas puestas, pero yo… No funcionaría. Yo no poseo esa certidumbre. Yo disfruto contemplando el paisaje desde el borde del precipicio, Sma. Me gusta sentir la caricia del vendaval en mi rostro, y sé que moriré más pronto o más tarde, y lo más probable es que muera de una forma violenta. Puede que incluso de una forma estúpida, porque así es como suele ocurrir. Logras escapar a las bombas atómicas y a los asesinos más temibles…, y de repente te atragantas con una espina de pescado y mueres asfixiado, pero… ¿a quién le importa eso? Vuestra sociedad se basa en la ausencia de cambios y la mía…, la mía se basa en la edad. Pero los dos podemos estar seguros de una cosa, y es que ambos moriremos.
Sma clavó los ojos en el suelo y juntó las manos detrás de la espalda.
—De acuerdo —dijo—. Pero no olvides quién te ha proporcionado ese paisaje visto desde el borde del precipicio.
Él la miró y sonrió con cierta tristeza.
—Sí, no olvido que me habéis salvado la vida. Pero también me habéis mentido. Me enviasteis…, no, escucha y no me interrumpas…, me enviasteis a misiones condenadamente estúpidas en las que acabé descubriendo que me hallaba en el lado opuesto a aquel en que creía estar, me obligasteis a luchar por aristócratas incompetentes a los que me habría encantado estrangular en guerras donde no sabía que estabais apoyando a los dos bandos, me llenasteis las pelotas con semen alienígena que se suponía debía meter en el útero de una pobre hembra…, faltó muy poco para que me mataran…, hubo una docena de ocasiones o más en que escapé a la muerte por los pelos y…
—Nunca me has perdonado el que te regalara ese sombrero, ¿verdad? —preguntó Skaffen-Amtiskaw con un tono de amargura muy poco convincente.
—Oh, Cheradenine… —dijo Sma—. No intentes fingir que no te lo has pasado bien.
—Sma, no todo ha sido «diversión», créeme. —Se apoyó en un armario de cristal que contenía viejas armas de proyectiles y la miró—. Y lo peor de todo llega cuando se os ocurre dar la vuelta a los malditos mapas…
—¿Qué? —preguntó Sma, perpleja.
—Cuando dais la vuelta a los mapas —repitió él—. ¿Tienes idea de lo increíblemente molesto e irritante que resulta llegar a un sitio y descubrir que su sistema cartográfico no se rige por los principios que han sido utilizados al confeccionar los mapas de que dispones? Oh, la razón puede ser cualquier estupidez, como por ejemplo el que alguien crea que la aguja de una brújula apunta al cielo cuando otras personas creen que es más pesada y siempre apunta hacia abajo, o porque el mapa se ha hecho guiándose por el ángulo de inclinación respecto al plano galáctico, o… Comprendo que esto quizá te parezca trivial, pero te aseguro que puede ponerte muy nervioso.
—Zakalwe, no tenía ni idea de que… Permite que te ofrezca mis más sinceras disculpas y las de toda la Sección de Circunstancias Especiales…, no, las de todo Contacto y…, no, te pido disculpas en nombre de toda la Cultura y…, no, será mejor que te pida disculpas en nombre de todas las especies inteligentes y…