Выбрать главу

—No seas tan pesimista, Zakalwe.

—De acuerdo, no lo seré.

Suspiró y volvió a correr las cortinas.

Diziet Sma lanzó un bufido de exasperación.

—Bueno, pensé que te gustaría saberlo… Falta poco para la partida. Que duermas bien.

El canal emitió un zumbido indicando el final de la comunicación. Curvó los labios en una sonrisa melancólica, y dejó la diminuta terminal colgando de su oreja como si fuera un pendiente.

Dio órdenes de que no le molestaran, puso la calefacción al máximo y abrió todas las ventanas. Pasó algún tiempo examinando los balcones y las cañerías de las paredes; bajó por una de ellas hasta casi llegar al suelo y recorrió toda la fachada fijándose en las cornisas, los tubos metálicos, los alféizares y hendiduras y comprobando su solidez. Vio luces en una docena escasa de habitaciones. Volvió a su piso cuando consideró que ya conocía lo suficientemente bien el exterior del hotel.

Se apoyó en la barandilla del balcón sosteniendo un cuenco humeante en una mano. De vez en cuando se llevaba el cuenco a la cara e inhalaba los vapores que brotaban de él; el resto del tiempo se dedicaba a contemplar el panorama de luces de la ciudad silbando suavemente entre dientes.

La contemplación de aquel tapiz luminoso le hizo pensar que la mayoría de ciudades parecían lienzos, pero Solotol era como un libro a medio abrir, una V ondulante cubierta de tallas y desniveles que se hundía en las profundidades del pasado geológico del planeta. Las nubes que flotaban sobre el desfiladero y el desierto reflejaban la acumulación de luces de la ciudad y brillaban con un resplandor rojoanaranjado.

Supuso que visto desde el otro extremo de la ciudad el último piso totalmente iluminado y los demás prácticamente a oscuras debían de hacer que el hotel tuviera un aspecto bastante extraño.

Había olvidado que la estructura del desfiladero hacía que Solotol resultara muy distinta a las demás ciudades. «Aun así, también tiene muchas cosas en común con ellas —pensó—. Todo se parece un poco…»

Había estado en tantos lugares distintos y había visto tal variedad de lo similar y lo totalmente distinto que ambos fenómenos le asombraban…, pero el hecho seguía siendo cierto. Esta ciudad no era tan distinta a las muchas que había conocido a lo largo de su existencia.

Se encontraran donde se encontrasen la galaxia hervía de vida y sus alimentos básicos seguían replicándole y atormentándola con su sabor, tal y como le había dicho a Shias Engin (y pensar en ella hizo que volviera a sentir el roce de su piel y oyera el sonido de su voz), pero sospechaba que si la Cultura realmente lo desease habría podido encontrar sitios mucho más exóticos y espectacularmente distintos a los que enviarle. La excusa que le daban era que estaba adaptado a ciertos tipos de planeta, sociedad y guerra. Era una criatura limitada a lo que en una ocasión Sma había definido como «un nicho marcial».

Sonrió y aspiró otra bocanada de vapores del cuenco de drogas.

* * *

El hombre dejó atrás arcadas vacías y tramos de peldaños desiertos. Se cubría con un viejo impermeable de un estilo desconocido que, aun así, conseguía resultar vagamente anticuado, y llevaba unas gafas de cristales muy oscuros. Su caminar era rápido y fluido, y quien le hubiera observado un rato habría acabado pensando que no tenía ningún tic o gesto peculiar que le hiciera fácil de identificar.

Entró en el patio de un gran hotel que lograba producir una impresión simultánea de opulencia y ligero abandono. Los jardineros vestidos de colores oscuros que estaban rastrillando las hojas caídas en una piscina que parecía bastante antigua le miraron como si no tuviese ningún derecho a estar allí.

Unos hombres estaban pintando el interior del porche y el comienzo del vestíbulo, y el recién llegado tuvo que dar un rodeo para entrar en el hotel. Los pintores usaban una pintura especial de poca calidad mezclada según fórmulas muy antiguas, cuyo fabricante garantizaba que se agrietaría, perdería el color y empezaría a descascarillarse de la forma más irreprochable un año o dos después de haber sido aplicada.

El vestíbulo estaba muy adornado. El hombre tiró de un grueso cordoncillo color púrpura que colgaba sobre una esquina del mostrador de recepción. El recepcionista no tardó en materializarse ante él.

—Buenos días, señor Staberinde —le saludó sonriendo—. ¿Ha tenido un paseo agradable?

—Sí, gracias. Haga el favor de ordenar que me suban el desayuno.

—Inmediatamente, señor.

«Solotol es una ciudad de arcos y puentes donde las escaleras y los pavimentos se deslizan al lado de edificios altísimos y saltan sobre cañadas y torrentes de caudal impetuoso mediante esbeltos puentes colgantes y frágiles arcadas de piedra. Los caminos fluyen junto a las orillas de los cursos de agua serpenteando y pasando por encima y por debajo de ellos; las líneas ferroviarias se despliegan en una confusión de raíles y niveles girando por una red de túneles y cavernas donde convergen las carreteras y los depósitos subterráneos, y los pasajeros que viajen en uno de los trenes podrán contemplar las galaxias de luces que se reflejan sobre las oscuras aguas cruzadas por la trayectoria inclinada de los funiculares subterráneos, los muelles y los caminos que permiten acceder a esas profundidades.»

Estaba sentado en la cama con las gafas oscuras sobre una almohada, desayunando y viendo la cinta de presentación del hotel en la pantalla de la suite. Oyó el zumbido del teléfono de estilo antiguo y alargó una mano para quitar el sonido de la pantalla.

—¿Diga?

—¿Zakalwe?

Era la voz de Sma.

—Cielo santo. ¿Sigues ahí?

—Estamos a punto de abandonar la órbita.

—Bueno, no os entretengáis por mí. —Hurgó en un bolsillo de su camisa y cogió la terminal en forma de cuenta—. ¿Por qué estás usando el teléfono? ¿Hay problemas de saturación en el transceptor o qué?

—No, pero quería asegurarme de que en un caso de necesidad podríamos interferir su sistema telefónico.

—Estupendo. ¿Nada más?

—No mucho. Hemos logrado obtener nuevos datos sobre la situación de Beychae. Sigue en la universidad de Jarnsaromol, pero se ha desplazado al anexo número cuatro de la biblioteca. Está considerado como el depósito más seguro de la universidad, y se encuentra a cien metros por debajo de la ciudad. Su nivel de seguridad siempre es muy bueno, y cuentan con guardias propios, aunque no llegan a la categoría de un servicio de vigilancia militar.

—Ya, pero… ¿dónde vive? ¿Dónde duerme?

—En los apartamentos del conservador de las colecciones y fondos universitarios. Están en un edificio contiguo a la biblioteca.

—¿Va a la superficie alguna vez?

—No que sepamos.

Alzó la cabeza hacia la ventana y lanzó un silbido.

—Bueno, eso puede ser un problema y puede no serlo.

—¿Qué tal van las cosas por ahí?

—Estupendamente —murmuró dando un mordisco a un pastelillo—. Estoy esperando a que abran las oficinas. Dejé un mensaje en la centralita de los abogados para que me telefonearan. Cuando lo hayan hecho empezaré a armar jaleo.

—De acuerdo. No creo que tengas problemas. Ya hemos enviado las instrucciones necesarias y deberías conseguir todo lo que te haga falta sin ninguna clase de dificultades. Si tienes algún problema ponte en contacto con nosotros y les enviaremos un cablegrama saturado de indignación.

—Bien… Sma, he estado pensando en eso y… ¿Qué dimensiones exactas tiene ese imperio comercial de la Cultura? Se llama Corporación Vanguardia, ¿no?

—Fundación Vanguardia. Oh, es lo bastante grande.

—Sí, pero… ¿cómo de grande? ¿Hasta dónde puedo llegar?