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—Bueno… Sí, supongo que sí.

—No seguirás siendo pesimista, ¿verdad?

—Lo único que digo es que no deberías hacerte demasiadas ilusiones. —Se tumbó en la cama y contempló las pinturas del techo. Estaba hablando con Sma mediante el pendiente-transceptor—. Puede que consiga verle, pero dudo que vaya a tener alguna posibilidad de sacarle de allí. Probablemente descubriré que se ha vuelto senil… Puede que su saludo sea: «Eh, Zakalwe, ¿aún sigues luchando contra esos cabezas gaseosas por cuenta de la Cultura?». Si ocurre algo por el estilo quiero que me saquéis de allí lo más deprisa posible, ¿entendido?

—No tienes que preocuparte por eso. Nos pondríamos en acción enseguida y te sacaríamos de allí.

—Sí, y cuando consiga llegar hasta él…, ¿sigues queriendo que vaya a los Habitáculos de Impren?

—Sí. No podemos correr el riesgo de traer al Xenófobo, así que tendrás que utilizar el módulo. Si consigues echar mano a Beychae se pondrán en estado de alerta máxima, y la nave no tendría ninguna posibilidad de entrar y salir sin que la detectaran. Eso podría hacer que todo el Grupo de Sistemas se pusiera contra nosotros por interferir en sus asuntos.

—¿A qué distancia queda Impren yendo en módulo?

—Dos días de viaje.

—Bueno, supongo que puede hacerse —dijo, y suspiró.

—¿Lo tienes todo preparado por si hay posibilidad de que puedas hacer algo hoy?

—Sí. La cápsula está enterrada en el desierto y lista para ponerse en movimiento; el módulo se ha escondido en el gigante gaseoso más cercano y está esperando la misma señal. ¿Cómo me pondré en contacto con vosotros si me quitan el transceptor?

—Bueno… —replicó Sma—. Confieso que me encantaría responder diciendo «Ya te lo advertí» y enviarte un proyectil cuchillo o de exploración, pero no podemos hacerlo. Su sistema de vigilancia quizá sea lo bastante bueno para detectarlo. Lo máximo que podemos hacer es lanzar un microsatélite y colocarlo en órbita para que se limite a la observación pasiva…, en otras palabras, para que no te quite ojo de encima. Si ve que estás en apuros enviaremos la señal, y la cápsula y el módulo irán a por ti. La alternativa, por increíble que te parezca, es utilizar el teléfono. No olvides que cuentas con una lista de los números telefónicos de la Fundación Vanguardia que no figuran en la guía. ¿Zakalwe…?

—¿Hmmm?

—Sigues teniendo esa lista, ¿verdad?

—Oh, claro.

—También podríamos establecer una conexión con los servicios de emergencia de Solotol. Bastaría con que marcaras tres unos y gritaras «¡Zakalwe!» en cuanto oyeras la voz de la operadora, y nosotros lo sabríamos.

—Tus palabras me han devuelto la confianza —murmuró él, y meneó la cabeza.

—No te preocupes, Cheradenine.

—¿Quién está preocupado?

* * *

Vio llegar el vehículo desde la ventana y bajó para encontrarse con Mollen. Le habría gustado poder contar con la protección del traje, pero supuso que no le permitirían entrar en su perímetro de alta seguridad llevándolo puesto. Cogió el viejo impermeable y las gafas de cristales oscuros.

—Hola.

—Hola, Mollen.

—Hace un día muy bonito.

—Sí.

—¿Adónde vamos?

—No lo sé.

—Pero tú vas a conducir, ¿no?

—Sí.

—Pues entonces tienes que saber adonde vamos.

—Por favor, ¿tendría la bondad de repetir eso?

—He dicho que si vas a conducir tienes que saber adonde vamos.

—Lo siento.

Se había quedado inmóvil junto al vehículo. Mollen seguía sosteniéndole la portezuela para que entrara.

—Bueno, por lo menos dime si está muy lejos. Quizá quiera avisar a ciertas personas de que tardaré un rato en volver.

El hombretón frunció el ceño y las cicatrices de su rostro se contorsionaron en varias direcciones creando nuevos y extraños dibujos. Su mano vaciló sobre la caja como si no supiera qué botón debía pulsar. Se concentró y se lamió los labios con la lengua. «Vaya —pensó él—, parece que eso de que le habían dejado sin lengua era una exageración…»

Supuso que debían de haberle hecho algo en las cuerdas vocales. El porqué sus superiores no le habían sometido a un proceso de regeneración o injertado unas cuerdas vocales artificiales era un enigma sobre el que sólo podía hacer conjeturas. Quizá preferían que sus subordinados estuvieran obligados a escoger entre un número limitado de réplicas, y sonrió. Acababa de pensar que eso debía ponerles muy difícil el hablar mal de quienes les daban órdenes.

—Sí.

—¿Ese sí quiere decir que está muy lejos?

—No.

—Decídete de una vez.

Seguía inmóvil con una mano sobre la portezuela del vehículo. Sabía que estaba haciendo pasar un mal rato al hombretón de la cabellera canosa, pero quería averiguar cuáles eran los límites de su vocabulario.

—Lo siento.

—Entonces, ¿queda cerca? ¿Está dentro de la ciudad?

Los rasgos cubiertos de cicatrices volvieron a fruncirse. Mollen hizo chasquear los labios y pulsó otra serie de botones mientras le pedía disculpas con la mirada.

—Sí.

—¿Está dentro de la ciudad?

—Quizá.

—Gracias.

—Sí.

Subió al vehículo y vio que era un modelo distinto al de la noche anterior. Mollen entró en el compartimento del conductor, se colocó el cinturón de seguridad y pisó un pedal. El vehículo se puso en marcha y se apartó de la acera sin hacer ningún ruido. Dos vehículos más se pusieron en marcha detrás de ellos y se detuvieron en la entrada de la primera calle por la que tomaron al salir del hotel, obstruyendo el paso a los vehículos de los medios de comunicación que habían empezado a perseguirles.

Estaba entretenido contemplando los puntitos distantes de los pájaros que giraban en las alturas cuando el paisaje empezó a desaparecer. Al principio pensó que las pantallas negras situadas junto a las ventanillas de que estaba provisto el vehículo debían de estar subiendo detrás y a cada lado de él, pero no tardó en ver las burbujas y comprendió que la negrura era un líquido que estaba invadiendo el espacio existente entre las dos capas de cristales del compartimento trasero. Pulsó el botón que le permitía hablar con Mollen.

—¡Eh! —gritó.

El líquido negro ya había llegado a la mitad de las ventanillas y seguía subiendo poco a poco interponiéndose entre él y Mollen, así como entre sus ojos y el paisaje visible por los otros tres lados.

—¿Sí? —replicó Mollen.

Tiró de la manija de la portezuela y la abrió. Una ráfaga de aire frío entró silbando en el compartimento trasero. El líquido negro continuaba subiendo por el espacio existente entre las dos capas de cristales.

—¿Qué es esto?

Antes de que el líquido hiciera desaparecer todo lo que tenía delante pudo ver que Mollen pulsaba uno de los botones que cubrían su sintetizador vocal.

—No se alarme, señor Staberinde. Es una precaución para asegurar que la intimidad del señor Beychae es respetada —replicó Mollen.

Estaba claro que se limitaba a transmitirle un mensaje preparado de antemano.

—Hmmm… De acuerdo.

Se encogió de hombros, cerró la portezuela y quedó envuelto en la oscuridad hasta que se encendió una lucecita. Se reclinó en el asiento y no hizo nada. La inesperada brusquedad de aquel ennegrecimiento quizá hubiera sido calculada para asustarle o para averiguar cuáles eran sus reacciones ante un imprevisto.

El vehículo siguió avanzando. La luz amarilla de la bombillita hizo que la atmósfera del compartimento trasero se volviese más cálida y asfixiante. El compartimento era bastante grande, pero la ausencia del paisaje pareció empequeñecerlo. Manipuló los controles del sistema de ventilación para que dejara entrar más aire y volvió a reclinarse. No se había quitado las gafas oscuras.