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(Mentiras.)

… Y muchos años después descubrió que había llevado al Elegido hasta su Palacio porque el mocoso estaba destinado a ser el último de su linaje. No sólo era imbécil, sino que también era impotente (cosa que la Cultura había sabido desde que empezó a trazar sus planes) y el Elegido no engendró hijos robustos e hijas astutas, y las tribus llegaron del desierto una década más tarde unidas bajo el mando de una Matriarca que había guiado a la mayor parte de guerreros que ahora obedecían sus órdenes durante el tiempo de las hojas de los sueños, y había visto como un hombre más fuerte y mucho más extraño que cualquiera de ellos sufría los efectos de la droga y salía de su ordalía intacto pero tan insatisfecho como antes de pasar por ella, y esa experiencia le reveló que la existencia en el desierto encerraba más secretos de los que conocían los mitos y los ancianos de su tribu nómada.

TERCERA PARTE:

Recuerdos

10

Adoraba el rifle de plasma. Cuando lo tenía en sus manos se convertía en un auténtico artista. Podía usarlo para pintar las imágenes de la destrucción, componer las sinfonías del derribo o escribir las elegías de la aniquilación.

Pensó en ello mientras el viento hacía bailar las hojas muertas alrededor de sus pies y de las viejas piedras que se oponían a sus embates.

No habían logrado salir del planeta. La cápsula había sido atacada por… algo. Los daños sufridos no revelaban si había sido un arma de partículas o una cabeza de guerra que había estallado cerca de la cápsula. Fuera lo que fuese había bastado para impedir su huida. Estar pegado a la cápsula y tener la suerte de que el impacto de aquel lo que fuese hubiera tenido lugar al otro lado le permitió salir con vida. Si hubiera estado al otro lado y hubiese tenido que soportar los efectos destructivos del arma de partículas o la cabeza de guerra ahora estaría muerto.

El rifle de plasma parecía haberse fundido, así que aparte de eso también debían de haberles atacado con un efector no muy sofisticado. El rifle se encontraba entre su traje y la cápsula y no podía haber sido afectado por lo que había estropeado los sistemas de la cápsula, pero el arma había empezado a calentarse y a echar humo, y cuando se posaron —Beychae estaba bastante nervioso, pero no había sufrido ningún daño físico— y abrió los paneles de inspección del arma descubrió que contenían una masa de metal fundido que aún estaba bastante caliente al tacto.

Si hubiera perdido un poco menos de tiempo intentando convencer a Beychae; si hubiera optado por derribarle al suelo de un puñetazo dejando la charla para después… Había dejado que el tiempo se le escurriera entre los dedos y había permitido que sus adversarios se recuperaran de la sorpresa y tomaran represalias. En ese tipo de situaciones los segundos podían ser vitales. Maldición, hasta los milisegundos y los nanosegundos eran importantes… Demasiado tiempo.

* * *

—¡Van a matarte! —gritó—. Te quieren de su lado o quieren verte muerto. La guerra va a empezar pronto, Tsoldrin. Si no estás con ellos sufrirás un accidente, ¿comprendes? ¡No permitirán que te mantengas neutral!

—Estás loco —repitió Beychae sosteniendo la cabeza de Ubrel Shiol en sus manos. La saliva había empezado a deslizarse por las comisuras de los labios de la mujer—. Estás loco, Zakalwe, estás loco…

El anciano se echó a llorar.

Fue hacia él, puso una rodilla en tierra y le enseñó el arma que le había quitado a Shiol.

—Tsoldrin, ¿para qué crees que llevaba esto encima? —Puso la mano libre sobre el hombro del anciano—. ¿No te fijaste en su forma de moverse cuando intentó darme aquella patada? Tsoldrin, las bibliotecarias, las ayudantes de investigación…, son incapaces de moverse así. —Alargó la mano y alisó el cuello del mono de la mujer inconsciente hasta quitarle las arrugas—. Era una de tus carceleras, Tsoldrin, y probablemente habría sido la encargada de ejecutarte.

Metió la mano debajo del vehículo, cogió el ramo de flores y lo colocó debajo de los rubios cabellos de Shiol apartando las manos de Beychae al hacerlo.

—Tsoldrin, tenemos que irnos ahora mismo —murmuró—. Se pondrá bien.

Colocó los brazos de Shiol en una postura menos incómoda. Ya estaba de lado, por lo que no se asfixiaría. Después deslizó las manos por debajo de las axilas de Beychae y fue tirando lentamente del anciano hasta incorporarle. Ubrel Shiol abrió los ojos. Vio a los dos hombres delante de ella, murmuró algo ininteligible y se llevó una mano a la nuca. Empezó a rodar sobre sí misma, pero aún estaba medio inconsciente y le resultaba bastante difícil moverse. La mano que se había llevado al cuello volvió a aparecer sosteniendo un cilindro que parecía una pluma. Shiol alzó la mirada, intentó apuntar el cañón de aquel láser diminuto a la cabeza de Beychae y fue derrumbándose lentamente hacia adelante. Aún no había apartado las manos de la espalda de Beychae y sintió el envaramiento de sus músculos.

Beychae clavó la mirada en aquellas pupilas oscuras que todavía no eran capaces de enfocar con claridad lo que tenían delante y sintió una mezcla de perplejidad y distanciamiento. Shiol hizo un nuevo esfuerzo para alzar el arma. «No intenta apuntar a Zakalwe —pensó Beychae—, sino a mí… ¡A mí!»

—Ubrel… —empezó a decir.

La mujer perdió el conocimiento y se derrumbó.

Beychae contempló el cuerpo que yacía fláccidamente sobre el suelo. Después oyó que alguien pronunciaba su nombre y sintió que le tiraban del brazo.

—Tsoldrin…, Tsoldrin… Vamos, Tsoldrin…

—Zakalwe, me apuntaba a mí… ¡No a ti!

—Ya lo sé, Tsoldrin.

—¡Me apuntaba a mí!

—Lo sé. Ven, la cápsula está…

—A mí…

—Lo sé, lo sé. Entra ahí.

* * *

Alzó la mirada y contempló las nubes grises que se movían sobre su cabeza. Estaba en la cima de una montaña rodeada por otras cimas casi tan altas como aquella y con gran abundancia de vegetación. Contempló con cierta irritación las pendientes cubiertas de arbolado, los curiosos pilares de piedra truncados y los plintos naturales que cubrían la plataforma de roca en que se hallaba. Estar expuesto a unos panoramas tan gigantescos después de haber pasado un tiempo tan largo en la ciudad del desfiladero hizo que sintiera un poco de vértigo. Inclinó la cabeza, apartó de una patada un montón de hojas acumuladas por el viento y volvió adonde estaba Beychae. Había dejado el rifle de plasma junto a una gigantesca roca redonda, y la cápsula se encontraba oculta entre los árboles a unos cien metros de distancia.

Cogió el rifle de plasma por quinta o sexta vez y volvió a inspeccionarlo.

Sintió deseos de llorar. Había sido un arma tan hermosa… Cada vez que la cogía para echarle un vistazo volvía a sentir la esperanza de que estaría intacta porque la Cultura le había incorporado algún sistema de autorreparación sin informarle y de que los daños se habrían desvanecido como por arte de magia.

Una ráfaga de viento dispersó las hojas. Meneó la cabeza y puso cara de exasperación. Beychae se volvió hacia él.

—¿Inservible? —preguntó el anciano. Los pantalones acolchados y la gruesa chaqueta que vestía hacían que su cuerpo pareciera confundirse con la roca.

—Inservible —dijo él.

La expresión de disgusto se hizo más intensa. Agarró el arma con las dos manos por el cañón, la hizo girar un par de veces alrededor de su cabeza y la soltó. El rifle de plasma salió disparado hacia los árboles que había debajo de ellos y se perdió en la masa de vegetación acompañado por el remolino de las hojas que habían arrancado sus giros.