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Fue hacia Beychae y se sentó junto a él.

Ahora sólo disponía de una pistola y un traje; y lo más probable era que no hubiese ninguna forma de utilizar el sistema antigravitatorio del traje sin revelar su posición. La cápsula no funcionaba. El módulo había desaparecido, el pendiente-terminal y el traje guardaban el silencio más absoluto… La situación no podía ser peor. Comprobó los sistemas del traje para averiguar qué emisiones estaba captando. La pantallita incrustada en una muñeca le mostró los titulares de un programa de noticias en el que no se hacía ninguna mención de Solotol, pero sí se hablaba de algunos conflictos regionales del Grupo de Sistemas.

Cuando miró a Beychae vio que también estaba observando la pantallita.

—¿Tienes alguna forma de averiguar si nos están buscando? —le preguntó.

—Sólo si vemos algo sobre la búsqueda en las noticias. Las transmisiones militares se realizan mediante haces muy tenues; y hay muy pocas posibilidades de captarlas. —Alzó los ojos hacia las nubes—. Pero hay muchas probabilidades de que no tardemos en saberlo de una forma bastante más directa…

—Hmmm —murmuró Beychae. Frunció el ceño y clavó la mirada en el suelo—. Creo que sé dónde estamos, Zakalwe.

—Ah, ¿sí? —replicó él sin demasiado entusiasmo.

Apoyó los codos en las rodillas, puso el mentón encima de las manos y alzó la cabeza para contemplar las llanuras boscosas y las colinas que se extendían detrás de ellas hasta perderse en el horizonte.

Beychae asintió.

—He estado pensando en ello. Creo que estamos en el Observatorio Srometren, en el bosque de Deshal.

—¿Y a qué distancia de Solotol queda eso?

—Oh, se encuentra en otro continente… Dos mil kilómetros como mínimo.

—La misma latitud —dijo él con expresión lúgubre alzando la vista hacia las nubes grises que se deslizaban por el cielo.

—Aproximadamente, si estamos donde creo.

—¿Y quién manda aquí? —le preguntó—. ¿Bajo qué juridiscción nos encontramos? ¿La misma que en Solotol con su maldita pandilla de Humanistas?

—La misma —dijo Beychae. Se puso en pie, se limpió el fondillo de los pantalones con las manos y contempló los curiosos instrumentos de piedra esparcidos por la explanada rocosa sobre la que se hallaban—. ¡El Observatorio de Srometren! —exclamó—, ¡íbamos de camino hacia las estrellas y hemos acabado aquí! Menuda ironía…

—Probablemente haya sido algo más que el azar —dijo él. Cogió una ramita y empezó a hacer dibujos en el polvo—. Este lugar…, ¿es famoso?

—Desde luego —dijo Beychae—. Durante quinientos años fue el centro de investigaciones astronómicas del antiguo Imperio Vrehid.

—¿Figura en alguna ruta turística?

—Por supuesto.

—Entonces probablemente haya algún radiofaro cerca para guiar a las aeronaves. La cápsula debió de dirigirse hacia sus emisiones cuando descubrió que tenía problemas. Eso nos hace más fáciles de localizar. —Alzó los ojos hacia el cielo—. Por cualquiera que nos esté buscando, desgraciadamente…

Meneó la cabeza y siguió haciendo dibujos en el suelo con la punta de la ramita.

—¿Qué ocurrirá ahora? —preguntó Beychae.

—Esperaremos a ver quién aparece —replicó él encogiéndose de hombros—. Todos los sistemas de comunicación han quedado inutilizados, por lo que no sabemos si la Cultura está enterada de lo que nos ha ocurrido o no. Por lo que sabemos puede que el Módulo siga en el rumbo que habíamos acordado para la recogida, o quizá haya toda una nave estelar de la Cultura en camino o, y eso me parece bastante más probable, puede que tus amigos de Solotol ya hayan decidido ponerse en movimiento… —Volvió a encogerse de hombros, arrojó la ramita al suelo y apoyó la espalda en el peñasco que tenía detrás alzando los ojos hacia el cielo—. Puede que ahora mismo nos estén observando.

Beychae también alzó los ojos hacia el cielo.

—¿A través de las nubes?

—A través de las nubes.

—En tal caso… ¿no crees que deberíamos escondernos? Quizá deberíamos huir por el bosque…

—Quizá —dijo él.

Beychae dejó de contemplar el cielo y le miró.

—¿Adónde pensabas llevarme si hubiéramos conseguido escapar?

—Al Sistema de Impren —dijo él—. Cuenta con varios habitáculos espaciales y son neutrales o, por lo menos, no están tan a favor de la guerra como esta gente.

—Zakalwe, tus superiores… ¿creen realmente que falta tan poco para que la guerra se generalice?

—Sí, creen que falta muy poco para eso.

Suspiró. Se había subido el visor del casco hacía un rato. Volvió a observar el cielo y decidió quitarse el casco. Se pasó una mano por la frente y la deslizó entre sus cabellos hasta llegar a la nuca, liberó la coleta del anillo que la rodeaba y sacudió la cabeza haciendo oscilar su larga cabellera negra.

—Puede que tarde diez días o quizá tarde un centenar, pero ocurrirá. —Se volvió hacia Beychae y sonrió con cierta melancolía—. Y por las mismas razones que la última vez.

—Creía que la discusión ecológica contra la terraformación había terminado dándonos la razón —dijo Beychae.

—Y así fue, pero los tiempos cambian. La gente cambia y las generaciones cambian, ¿sabes? Ganamos unas cuantas batallas y conseguimos que todos admitieran el hecho de que las máquinas pueden ser conscientes, pero después de aquello… Bueno, la cosa no quedó demasiado clara. Ahora muchas personas admiten que las máquinas son conscientes, pero afirman que la única clase de consciencia realmente válida es la humana; y aparte de eso la gente nunca ha necesitado demasiadas excusas para autoconvencerse de que ser distinto significa ser inferior.

Beychae estuvo callado durante unos momentos.

—Zakalwe —dijo por fin—, ¿se te ha pasado por la cabeza la posibilidad de que la Cultura no sea tan desinteresada como tú te imaginas y como afirman sus representantes que es?

—No, jamás se me ha pasado por la cabeza —replicó él.

Beychae tuvo la impresión de que Zakalwe había contestado de forma casi maquinal y sin pensar en lo que decía.

—Quieren que los otros sean como ellos, Cheradenine. No utilizan la terraformación, y no quieren que los demás la utilicen. Ya sabes que hay ciertos argumentos a favor de la terraformación, ¿no? Aumentar la diversidad de especies puede parecer más importante que conservar la naturaleza en su estado salvaje incluso si ello no aumenta el espacio disponible para vivir. La Cultura es una convencida defensora de la consciencia de las máquinas, por lo que cree que todo el mundo debería opinar lo mismo que ella, pero creo que también está convencida de que todas las civilizaciones deberían ser gobernadas por sus máquinas y hay muy pocas personas que estén a favor de esa teoría. El tema de la tolerancia entre las especies es muy distinto, lo admito, pero incluso ahí hay momentos en que la Cultura da la impresión de opinar que los contactos y la mezcla entre especies distintas no sólo son algo permisible sino deseable…, y a veces hasta parecen elevarla a la categoría de obligación. Zakalwe…, ¿quién puede afirmar sin lugar a dudas que ésa es la postura correcta?

—Oh, claro, y la razón que justifica la guerra es… ¿hacer un poquito más respirable la atmósfera? —preguntó él mientras inspeccionaba el casco.

—No, Cheradenine. Estoy intentando sugerir que la Cultura quizá no sea tan objetiva como cree, y que en tal caso sus estimaciones sobre las probabilidades de que la guerra se generalice quizá no sean muy dignas de confianza.

—Tsoldrin, ya hay conflictos a pequeña o mediana escala en una docena de planetas distintos. La gente habla de la guerra en público. Hablan de cómo evitarla o de cómo se podría limitar o del porqué es imposible que haya una guerra a gran escala, pero… La guerra está cada vez más cerca. Es algo que se huele en el aire. Deberías ver los noticiarios, Tsoldrin. Si estuvieras más al corriente de las noticias sabrías que tengo razón.