«Maldito seas, Zakalwe…», pensó. Se puso en pie.
—Aún tengo que pensarlo —dijo—. Pero… Veamos hasta dónde puedes llegar.
—Bien.
La voz que brotó del traje no contenía ni la más mínima huella de emoción.
—Sentimos terriblemente el retraso, gentiles personas; es algo que estaba totalmente fuera de nuestro control; una especie de pánico inexplicable en el centro de tráfico, pero permitan que vuelva a pedirles disculpas en nombre de Viajes Herencia. Bien, aquí estamos, un poquito más tarde de lo esperado (pero ¿no les parece que ese crepúsculo es realmente soberbio?); en el famosísimo Observatorio de Srometren; un mínimo de cuatro mil quinientos años de historia se han desarrollado aquí mismo, gentilespersonas, justo debajo de sus pies… Tendré que darme un poco de prisa para contárselo todo en el escaso tiempo de que disponemos, así que procuren escucharme con atención…
La aeronave estaba flotando sobre el extremo occidental de la plataforma del observatorio envuelta en el zumbido del campo antigravitatorio. Los soportes colgaban a poca distancia del suelo, por lo que parecía que el extenderlos había sido un mero acto de precaución. Unas cuarenta personas habían salido de la aeronave utilizando la rampa central y se habían agrupado alrededor de una mesa de piedra mientras un guía muy joven y bastante nervioso les dirigía la palabra.
Examinó al grupo desde detrás de la balaustrada con el efector incorporado al traje y contempló los resultados del examen en la pantalla del visor. Una treintena larga de personas llevaban encima terminales de alguna clase que les permitían ponerse en contacto con la red de comunicaciones del planeta. El ordenador del traje interrogó discretamente a las terminales mediante el efector. Había dos terminales activadas —una de ellas estaba recibiendo un programa de noticias y otra estaba sintonizada con un programa musical—, y el resto de terminales se hallaban en modalidad de espera.
—Traje —murmuró (Tsoldrin estaba a su lado, pero ni tan siquiera el anciano pudo oírle, y mucho menos el grupo de turistas)—, quiero esas terminales incapacitadas de la forma menos aparatosa posible. Impide que puedan transmitir.
—Dos de las terminales están transmitiendo código de posición —dijo el traje.
—¿Puedes eliminar su función transmisora sin alterar su función de código de posición actual o su capacidad de recepción?
—Sí.
—Bien… Tu prioridad actual es impedir que envíen cualquier señal a partir de este momento. Encárgate de todas las terminales.
—Desactivar capacidad de transmisión de las treinta y cuatro terminales de comunicación personal modelos varios no Culturales que se hallan dentro del radio de alcance; confirmar.
—Confirmado, maldita sea. Hazlo.
—Orden llevada a cabo.
Observó la alteración que se produjo en las lecturas cuando los sistemas de energía de las terminales perdieron su carga y quedaron prácticamente a cero. El guía estaba llevando al grupo de turistas a través de la meseta de piedra sobre la que se alzaba el viejo observatorio alejándolos de la aeronave y avanzando hacia el lugar donde estaban él y Beychae.
Alzó su visor y se volvió hacia el anciano.
—De acuerdo, vamos allá. Sin hacer ruido.
Avanzó por entre la espesura y los troncos de los árboles. El dosel de follaje hacía que todo estuviera muy oscuro y Beychae tropezó un par de veces, pero lograron cruzar la alfombra de hojas secas que cubría dos lados de la plataforma del observatorio haciendo muy poco ruido.
Se detuvieron debajo de la aeronave y se quedaron agazapados mientras la examinaba rápidamente con el efector del traje.
—Hermosa maquinita… —murmuró mientras veía aparecer los resultados del examen en la pantalla del visor. La aeronave estaba automatizada, y era francamente estúpida, tanto que pensó que había muchas probabilidades de que el cerebro de un pájaro fuese más complicado que el suyo—. Traje, conecta con la aeronave y toma el control sin que nadie se entere.
—Asumiendo control-jurisdicción de aeronave dentro de radio de alcance en modalidad clandestina; confirmación.
—Confirmado, y deja de pedirme que lo confirme todo.
—Control-jurisdicción asumido-asumida. Procesando instrucción de abandonar los protocolos de confirmación; confirmación.
—Por todas las nebulosas… Confirmada.
—Protocolos de confirmación abandonados.
Podía limitarse a subir flotando hasta la aeronave con Beychae en brazos, pero el campo antigravitatorio de la aeronave quizá no bastara para enmascarar la señal emitida por su traje y pensó que el riesgo podía resultar excesivo. Observó la pendiente y se volvió hacia Beychae.
—Dame la mano —murmuró—. Vamos a subir.
El anciano le obedeció.
El traje fue creando asideros en la tierra y los dos ascendieron por la pendiente deteniéndose cuando llegaron a la balaustrada. La aeronave ocultaba el cielo por encima de sus cabezas y una débil claridad amarilla brotaba de la entrada de la rampa central revelando los contornos de los instrumentos de piedra más próximos.
Dejó que Beychae recuperase el aliento y echó un vistazo al grupo. Los turistas estaban al otro extremo del observatorio y el guía les estaba enseñando uno de los viejos instrumentos iluminándolo con una linterna. Decidió que había llegado el momento y se puso en pie.
—Vamos —dijo volviéndose hacia el anciano.
Beychae se incorporó. Saltaron la balaustrada, fueron hacia la rampa y entraron en la aeronave con él detrás de Beychae observando lo que tenían a la espalda en la pantalla del visor, pero la imagen no era lo bastante nítida para que pudiera estar seguro de si algún turista se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo.
—Traje, sube la rampa —ordenó.
Entraron en el espacioso compartimento único de la aeronave, una gran estancia lujosamente adornada cuyas paredes estaban cubiertas de tapices. La gruesa alfombra que ocultaba el suelo estaba puntuada por sillones y sofás. A un extremo de la estancia había un bar automático, y la pared opuesta era una gigantesca pantalla ocupada por una imagen real que mostraba los últimos esplendores del crepúsculo.
La rampa fue subiendo con un leve siseo y se cerró con un tintineo de campanillas.
—Traje, oculta las patas —dijo subiéndose el visor.
Por suerte la inteligencia y las capacidades lingüísticas del traje eran lo bastante grandes para que comprendiera que se refería a los soportes de la aeronave, y no a sus piernas. Le acababa de pasar por la cabeza que alguien podía subirse a la balaustrada del observatorio y saltar agarrándose a uno de los soportes, y quería evitarlo.
—Traje, cambia la altitud de la aeronave. Arriba diez metros.
La calidad del zumbido casi inaudible que les envolvía cambió durante unos segundos y volvió a ser como antes. Observó como Beychae se quitaba su gruesa chaqueta y examinó el interior de la aeronave. El efector le había asegurado que estaban solos a bordo, pero quería asegurarse de ello.
—Averigüemos adonde tenía que ir este trasto cuando acabaran de visitar el observatorio —dijo mientras Beychae se dejaba caer sobre un sofá. El anciano suspiró y estiró las piernas—. Traje, ¿cuál es el próximo destino de la aeronave?