Выбрать главу

Joséphine suspiró: «¡Qué desastre!». Hortense intentaba comprender, pero ante la expresión de derrota de su madre y su hermana, renunció y retomó el hilo de su argumentación:

– Bueno…, ahora debemos tener una pequeña conversación con Mylène. Que se deje de escribir cartas falsas. ¿Sabes cómo hallarla?

– Marcel lo sabe. Tiene su teléfono… Me lo dio en Navidad, pero lo he perdido. Pensé en llamarla cuando llegó la primera carta y después… No tenía ganas de hablar con esa chica.

– ¡Y tenías razón! En mi opinión está como una cabra… Debe de aburrirse como una rata castrada en China, y juega a ser madame de Sévigné. Se monta historias. Se siente sola, el tiempo pasa, no tiene críos y se imagina que somos sus hijas. Voy a llamar a Marcel.

– Y entonces ¿papá está realmente muerto? -preguntó Zoé, que temblaba de pena.

– No hay mil formas de estar muerto, Zoé. O se está o no se está y, en mi opinión, ¡lo está desde hace mucho tiempo! -respondió Hortense.

Zoé miró a su hermana como si acabara de matar a su padre definitivamente, y estalló en sollozos. Joséphine la estrechó entre sus brazos. Du Guesclin se puso a gemir al unísono, balanceando la cabeza como las antiguas plañideras bajo sus velos negros. Hortense le soltó una patada.

Al final de la tarde, intentó llamar a Marcel a su casa. Su teléfono sonaba constantemente ocupado.

– Pero ¿qué están haciendo? ¡Me apuesto a que se está tirando a Josiane, y han descolgado el teléfono! ¡A su edad ya no se folla, se riegan los geranios y se juega a la brisca!

* * *

Hortense tenía razón. Y se equivocaba. Marcel había descolgado efectivamente el teléfono, pero no se estaba tirando a Josiane. Más bien al contrario, estaba intentando que se pusiese de pie.

Había reunido en su salón a madame Suzanne y a René. Júnior, sentado en su Baby Relax, roía una corteza de queso salivando abundantemente y exhibiendo sus grandes encías rojas. Josiane yacía en un sillón, envuelta en un chal de lana. Tiritaba. ¿Por qué la miraban todos así? ¿Tengo monos en la cara? ¿Y por qué estoy en bata a las siete de la tarde? Hacía algún tiempo que no se cuidaba mucho, pero al menos podría haberse arreglado. ¿Y por qué tiemblo? Estamos en pleno mes de julio. Es cierto que no voy bien en este momento. Estoy como una gallina detrás de un fuera- borda.

Madame Suzanne se había colocado a sus pies y le masajeaba el tobillo derecho. Envolvía su pie con sus manos suaves, y presionaba sobre puntos precisos. Sus cejas se juntaban como las asas de una cesta, y su respiración se hacía más intensa.

– Siento con claridad que está agarrada, pero no veo nada… -dijo al cabo de unos minutos.

René y Marcel se inclinaron hacia ella para servirle de apoyo. Josiane reconoció el olor que emanaba la camisa de su hombre. Eso le recordó noches salvajes de cópula, y suspiró pensando que hacía una eternidad que no se habían dado un revolcón. Le había perdido el gusto a todo.

Madame Suzanne empezó hablando lentamente, suavemente para no asustar a su paciente:

– Josiane, escúcheme bien, ¿tiene usted enemigos?

Josiane negó débilmente con la cabeza.

– ¿Ha dañado usted consciente o inconscientemente a alguien, que pudiese albergar ideas de venganza hasta el punto de desear su muerte?

Josiane reflexionó y no encontró a nadie a quien hubiese podido ofender. En su familia, su unión con Marcel había suscitado celos, había recibido peticiones de dinero que no había satisfecho, pero de ahí a tirarla por la ventana ¡no! Recordaba el día en el que había querido saltar por el balcón, recordó la silla, la balaustrada, la llamada del vacío, las ganas de terminar con esa languidez mortal que envenenaba sus venas. Olvidar. Olvidarlo todo. Subirse a una silla y saltar.

– He podido cometer indelicadezas, yo hablo con franqueza, pero nunca he hecho daño conscientemente… ¿Por qué me pregunta eso?

– Limítese a responder a mis preguntas…

Madame Suzanne le palpaba el pie, la pierna, cerraba los ojos, los volvía a abrir. Marcel y René seguían todos sus gestos balanceando la cabeza de arriba abajo.

– ¿Estás seguro de que no está enferma? -preguntó René, al que le parecía que Josiane tenía el color de un lavabo.

Ese gran chal en pleno mes de julio y el temblor de todos sus miembros no le decían nada bueno.

– He mandado que le hiciesen todos los exámenes posibles. No tiene nada… -respondió Marcel.

– Me ayudaría mucho tener uno o dos nombres de personas susceptibles de desearle el mal. Eso me pondría sobre el camino… Dígame nombres al azar, Josiane.

Josiane se concentró y permaneció muda.

– No intente pensar. Suelte nombres de personas tal como le vengan a la cabeza.

– Marcel, Júnior, René, Ginette…

– ¡Eh, no…! ¡No puede venir de nosotros! -gritó Marcel.

– Quizás venga de su lado -dijo madame Suzanne dirigiéndose a Marcel-. ¿Un rival? ¿Un empleado despedido?

Se miraron, perplejos. Marcel se secaba la frente, René mascaba un palillo de dientes. Júnior se agitaba en su silla y lanzaba gritos furiosos.

– ¡Quédate tranquilo, Júnior, es un momento importante! -gruñó Marcel.

– No… Déjele -intervino madame Suzanne-. Intenta decirnos algo. Vamos, ángel mío. Habla…

Fue entonces cuando Júnior se puso a dar saltos en su Baby Relax, y a realizar gestos extraños: imitaba una hélice girando por encima de su cabeza y hacía pompas sonoras con su boca.

– Le suenan las tripas porque tiene hambre, y está harto de que nadie se ocupe de él -traducía Marcel-. Los niños son egoístas, cuando les ruge el estómago ¡no piensan en nada más!

Madame Suzanne hizo una seña para que se callara y plantó su mirada en la de Júnior.

– Este niño quiere decirnos algo…

– Pero si no habla, ¡tiene quince meses! -exclamó René.

– A su manera intenta comunicarnos algo.

Júnior se calmó inmediatamente y dibujó una amplia sonrisa. Levantó el pulgar en el aire como diciendo: «Muy bien, señora, va usted por buen camino», y repitió su gesto de helicóptero que despega.

– ¡Se diría que estamos jugando al Pictionnary! -dijo René, estupefacto-. ¡Es cierto que quiere hablar, el chaval!

– ¿Ha tenido usted relación con un piloto? -preguntó madame Suzanne a Josiane sin dejar de mirar al niño.

– No -dijo Josiane-. Ni piloto, ni marinero, ni militar. No me gustan los uniformes. Me iban más los tipos ordinarios.

– ¡Muy halagador para ti! -bromeó René.

– ¡Calla, vas a interferir las ondas! -soltó Marcel mandándole a paseo.

– ¿O alguien que llevara una aureola o un gran sombrero? -probó madame Suzanne siguiendo los gestos insistentes de Júnior.

– ¿Un pastor? -sugirió René.

Júnior negó con la cabeza.

– ¿Un cow-boy? -dijo Marcel.

Júnior adoptó un aire exasperado.

– ¿Un mariachi? -dijo René, haciendo el gesto de rascar una guitarra imaginaria.

Júnior lo fulminó con la mirada.

– ¿Madame de Fontenay? -intentó Marcel, que se concentraba pasando revista a todos los tocados famosos de la Historia.

Júnior hizo una pausa, agitó sus manos en señal de más o menos. Y, como no adivinaban, el niño hizo una señal de borrarlo todo e intentar otra cosa. Le miraban fijamente, Josiane se preguntaba si su hijo no tendría convulsiones.

Júnior imitaba ahora a un animal. Se puso a balar, imitó dos cuernos y una perilla. Madame Suzanne enrojeció violentamente.

– No va a ser una cabra…

Júnior insistía. Apuntaba con su dedo hacia ella para indicarle que iba por buen camino.

– ¿Un chivo? -dijo entonces madame Suzanne.

Bien, bien, no está mal, parecía decir Júnior pedaleando con sus piececitos regordetes. Ahora se arrugaba el rostro con sus dos manos y hacía una mueca horrible.