– Un chivo viejo…
Aplaudió con fuerza. Y le animó, volviendo a realizar su señal de la hélice encima de su cabeza.
– ¿Un viejo chivo con una hélice o un gran sombrero en la cabeza?
Júnior lanzó un grito de alegría, un grito de alivio, y se dejó caer sobre su silla, agotado.
– ¡Henriette! -exclamó René, inspirado-. ¡Es Henriette! El viejo chivo con un sombrero en la cabeza como un platillo volante.
Júnior aplaudió y estuvo a punto de tragarse su corteza de queso, pero Marcel estaba atento y se la retiró a tiempo de la boca.
– ¡Henriette!-exclamaron Marcel y René al mismo tiempo-. ¡Es ella la que ha embrujado a Bomboncito!
Madame Suzanne, arrodillada, había entrado por fin en el alma y el destino de Josiane. Exigió el mayor recogimiento y en el salón se hizo un silencio de catedral. Los dos hombres esperaban codo con codo a oír el diagnóstico de madame Suzanne. Júnior también. Sostenía sus pies con las dos manos y los sacudía para acelerar el tiempo, pareciendo decir «hay que actuar deprisa, deprisa…».
– En efecto, es alguien llamado Henriette… -murmuró Suzanne, inclinada sobre el pie de Josiane.
– ¿Cómo es posible? -dijo Marcel, pálido como quien ve una aparición.
– Los celos y el afán de dinero… -prosiguió madame Suzanne-. Va a visitar a una mujer, a una mujer muy gorda con corazones rosa por toda su casa, una mujer que tiene acceso al mal y que ha trabajado a Josiane… Las veo juntas. La mujer gorda suda y reza a una Virgen de escayola. La mujer del gran sombrero le entrega dinero, mucho dinero. Entrega una foto de Josiane a la mujer gruesa que la coloca bajo influencia, la trabaja, la trabaja… ¡Veo los alfileres! ¡Va a ser arduo, va a ser duro ¡ pero debería conseguirlo!
Se concentró en los pies, en las pantorrillas de Josiane, la agarró de las manos y pronunció palabras incomprensibles, fórmulas que sonaban a latinajos. Marcel y René escuchaban, pasmados. Júnior asentía con la cabeza, con aire de entendido. Distinguieron una frase que pedía «a los demonios salir». Josiane hipó y vomitó un poco de bilis. Madame Suzanne la limpió sosteniéndole la nuca. Josiane balanceaba la cabeza, con los ojos en blanco, y baba en los labios. Júnior sonreía. Después, madame Suzanne comenzó un ritual de pases alrededor del cuerpo de Josiane. Aquello duró unos diez minutos. Se enfadó, y ordenó a los malos espíritus que se rindieran y abandonasen ese cuerpo.
Marcel y René se echaron hacia atrás, aterrados.
– Prefería tu historia del grajo… Era más poética.
– ¡Yo también! -murmuró René, que no creía lo que veía.
Júnior les hizo callar con la mirada. Bajaron los ojos, contritos.
Por fin, madame Suzanne se incorporó, se frotó los riñones y declaró:
– Se recuperará. Pero estará agotada.
– ¡Aleluya! -exclamó Júnior levantando los brazos al cielo.
– ¡Aleluya! -repitieron René y Marcel, que no sabían qué pensar.
Josiane, embutida en su chal de lana, se puso a temblar y se dejó caer al suelo, inerte.
– Ya está… Está liberada -constató madame Suzanne-. Ahora va a dormir y, durante su sueño, la limpiaré a conciencia… Recen por mí, el enemigo es tenaz, voy a necesitar todas mis fuerzas.
– ¡He olvidado las oraciones! -dijo René.
– Di lo que te parezca y empiezas diciendo «gracias»… -le aconsejó Marcel-. Las palabras dan igual, es el corazón el que habla.
René refunfuñó. ¡No había venido a recitar beaterías!
– ¿Cuánto le debo? -preguntó Marcel.
– Nada. Es un don que he recibido y no debo ensuciarlo aceptando dinero. En otro caso me sería retirado inmediatamente. Si quiere usted dar, hágalo por su cuenta.
Guardó sus aceites y sus cremas, sus bastoncitos de incienso y su gran cirio blanco y se retiró, dejando a los dos hombres absortos, a Júnior orgulloso y a Josiane dormida.
Y el teléfono descolgado.
– Pero ¿qué le pasa a mamá?-exclamó Hortense, que desayunaba en la cocina con Zoé-. ¡Está en la luna!
Eran las doce y media, y las dos chicas acababan de levantarse. Joséphine les había preparado el desayuno como un fantasma distraído. Había puesto café en la tetera, miel en el microondas y había dejado quemar las tostadas en la tostadora.
– Los asesinatos en serie, que le han aflojado un tornillo -aventuró Zoé-. La policía la convocó otra vez tras la muerte de la mujer poli. Los han llamado a todos para interrogarlos, a toda la gente del edificio…
– Cuando la vi en Londres, estaba normal. Vivaracha, incluso.
– ¿Cuándo la viste? -exclamó Zoé.
– Hace quince días. Tenía cita con su editor inglés.
– ¿Estaba en Londres? Nos había dicho que iba a una conferencia en Lyon. ¡Nos dio la lata con un montón de explicaciones! Incluso me pareció que demasiadas. Pero bueno… Siempre se pasa cuando habla de la Edad Media…
– ¡No! Estaba en Londres y la vi como te veo a ti…
– ¿Ves?, a fuerza de no tener noticias tuyas, ¡yo no sé nada!
– ¡Detesto dar noticias! Es una chorrada y además no siempre hay algo que decir. ¿Por qué habrá mentido? No es su estilo…
Zoé y Hortense se miraron, intrigadas.
– Creo que lo sé -dijo Zoé, misteriosa.
Calló un momento como para ordenar sus pensamientos.
– ¡Suéltalo! -ordenó Hortense.
– Creo que ha ido a ver a Philippe y no ha dicho nada por culpa de Iris.
– ¿Philippe? ¿Y por qué habría mentido para verle?
– Porque está enamorada…
– ¡De Philippe! -exclamó Hortense.
– Los sorprendí la noche de Nochebuena en la cocina dándose un morreo.
– ¿Mamá y Philippe? ¡Estás completamente loca!
– No, no estoy loca y eso lo explica todo… Ha mentido a Iris, le ha dicho que iba a Lyon para un seminario y se ha marchado con él… a Londres. Lo sé porque intenté llamarla, y salió un contestador en inglés en su móvil. ¡Ahora lo entiendo!
– ¿Y a ti no te lo ha dicho?
– Debió de temer que metiera la pata y lo dijera delante de Iris. Simplemente me dijo que me llamaría ella. Y además sabía que yo estaba en casa de Emma. No tenía por qué preocuparse.
– ¡Pero bueno! ¡La vida sentimental de mamá no deja de fascinarme! Creía que salía con Luca, ya sabes, ¡el tío bueno de la biblioteca!
– Lo largó. De la noche a la mañana. De hecho, tengo que decirle que le he visto rondar varias veces por el barrio, a Luca el guapo. No sé qué ha pasado con esos dos…
– ¡Ha largado a Luca! -dijo Hortense, estupefacta-. Pero ¿por qué no me has dicho nada?
– Yo no estaba, no tenía ganas de hablar de ello y, peor aún, estaba muy enfadada con mamá.
– ¿Enfadada? ¡Pero si Philippe está como un tren!
– Estaba traicionando a papá.
– ¡Qué dices! ¡Pero si fue él quien la dejó plantada por Mylène!
– Eso no impide…
– ¡No le estaba traicionando para nada! ¡Tienes muy poca memoria, Zoé!
– ¡Digamos que estaba enfadada con ella! ¡Es bastante desagradable ver a tu madre enrollándose con tu tío!
Hortense borró el argumento con la mano y preguntó:
– ¿E Iris? ¿No sospecha nada?
– Pues no… Dijo que iba a un seminario en Lyon. Y además, Iris, desde hace algún tiempo, está en otro planeta. Le ha echado el ojo a Lefloc-Pignel. Hoy comía con él…
– ¿Quién es Lefloc-Pignel?
– Un tío del edificio… A mí no me gusta ¡pero está de muerte!
– ¿El tío guapo que vi en Navidad y que quería endorsarle a mamá?
– Exacto. No me gusta, ¡no me gusta! Gaétan es su hijo…
– Ese con el que vas al trastero.
Zoé ardía de ganas de decir a Hortense: «Y yo estoy enamorada de Gaétan», pero se retuvo. Hortense no era una sentimental, temía que barriese su amor de un manotazo, con una fórmula lapidaria. Si le cuento lo del globo que se hincha en mi corazón, se va a morir de risa.