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– Vete a Deauville. ¡La casa está vacía!

– No sé si… Podría molestar llegando de improviso.

– Philippe no está allí. He recibido una postal de Alexandre. Su padre ha viajado con ellos a Irlanda y se los lleva, a él y a Zoé, al lago de Connemara.

¿Estás segura?, sintió ganas de decir Joséphine. A mí Zoé no me ha dicho nada. Pero no quiso atraer la atención de Iris.

– Así comprobarás si la tempestad no ha causado daños. El periodista en la radio hablaba de árboles derribados, de tejados arrancados… Me harías un favor.

Y no te tendría rondando por aquí cuando llegara Hervé. Podría estropearlo todo. Subió el volumen de la radio.

– Me sentaría bien… Crees de verdad que… -dudaba Joséphine.

Joséphine, con el amor, aprendía la astucia. Levantó hacia Iris sus ojos inocentes, esperando a que repitiese su invitación.

– Son sólo dos horas de coche… Abres la casa, revisas el techo, cuentas las tejas que faltan y llamas al techador, si hace falta, el señor Fauvet, el teléfono está en la puerta del frigo.

– Es una idea -suspiró Joséphine, que no quería manifestar su alegría.

– Una buena idea, créeme… -repitió Iris agitando la revista como si fuera un junco.

Las dos hermanas intercambiaron una mirada, encantadas de su duplicidad. Y volvieron a sus fantasías, dejando secar las gotas de agua sobre su piel en surcos sinuosos, escuchando con oído ausente los comentarios de un locutor de radio, que contaba la vida de los grandes navegantes. ¡Mañana le veré!, pensaba la una, ¿estará él allí?, pensaba la otra. Y me postraré a sus pies, se decía la una, y me lanzaré contra él rodeándole el cuello con mis brazos, imaginaba la otra. Y mi silencio hablará y reparará las grietas pasadas, se tranquilizaba una, sí pero ¿y si venía acompañado de una tal Dottie Doolittle?, se estremeció la otra.

Joséphine se levantó, incapaz de soportar esa idea. Recogió las tazas, la confitura y los restos del desayuno. ¡Pero claro! ¡No estará solo! ¿Cómo no se le había pasado por la cabeza? ¡Como si en su vida sólo existiese yo! Intentaba ocupar sus manos, su mente, alejarla de esa hipótesis terrible cuando oyó, primero en sordina y después cada vez más fuerte hasta que la canción estalló a todo volumen en su cabeza Strangers in the night que salía de la radio y pregonaba que sí, que estaba allí, que sí, está solo, que sí, él te espera… Estrechó la jarra de té helado contra sí, dio dos pasos de baile escondiendo el movimiento de sus pies bajo la mesa, exchanging glances, lovers at first sight, in love for ever, dubidubidú… y encadenó, bajando la cabeza:

– ¿Y si me fuese enseguida? ¿No te importaría?

– ¿Ahora? -preguntó Iris, sorprendida.

Levantó la cabeza hacia su hermana y la vio, resuelta, impaciente, abrazó la taza de té, apretando hasta casi romperla.

Iris hizo como que dudaba y después asintió.

– Si quieres… Pero ten cuidado por el camino. ¡Acuérdate de la borrasca del horóscopo!

Joséphine hizo la bolsa en diez minutos, la llenó metiendo todo lo que caía en sus manos, pensando ¿estará allí? Estará allí, ¿estará allí? Sentándose sobre la cama para calmar los latidos de su corazón enloquecido, suspirando, volviendo a su tarea de arramplar ropa, rozando el ordenador, dudando en si llevarlo, que no, que no, estará allí, estoy segura, dubidubidú… Entró en la cocina a dar un beso a Iris, se golpeó el hombro contra la pared, lanzó un grito, dijo con una mueca te llamo en cuanto llegue, cuídate mucho, debería llevar otros zapatos para caminar por la playa, ¡mis llaves!, ¡no tengo mis llaves! Llamó al ascensor. ¿Y el perro? Du Guesclin ¿dónde está su escudilla, y su cojín? ¿Lo llevo todo?, se dijo con la mano sobre la cabeza como si fuese a salir volando, pataleó para acelerar la lenta marcha del ascensor que se detuvo en el segundo piso. El pequeño Van den Brock, ¿cómo se llamaba, Sébastien? Sí, Sébastien, entró, tirando de una gran bolsa de viaje. Su pelo rubio se erguía en manojos de paja corta y dorada, sus mejillas y sus brazos bronceados parecían rebanadas de bizcocho, y la punta de sus pestañas que abrigaba unos ojos serios estaba descolorida por el sol.

– ¿Te vas de vacaciones? -preguntó Joséphine, dispuesta a verter sobre cualquier ser humano el amor que llenaba su corazón y que amenazaba desbordar.

– Vuelvo a irme -corrigió el chico con el tono puntilloso de un director gerente.

– ¡Ah, bueno! ¿y de dónde vuelves?

– De Belle-Île.

– ¿Estabais con los Lefloc-Pignel?

– Sí. Pasamos una semana con ellos.

– ¿Y te has divertido?

– Hemos pescado camarones…

– ¿Gaétan está bien?

– Él está bien, pero a Domitille la castigaron. Encerrada en su habitación durante una semana, sin poder salir, a pan y agua…

– ¡Oh!-exclamó Joséphine-. ¿Qué había hecho tan terrible?

– Su padre la sorprendió besando a un chico. No tiene ni trece años, ¿sabe?-explicó con un tonillo reprobador, como para subrayar la audacia de Domitille-. Ella dice que es más mayor, pero yo lo sé.

Salió en el bajo expulsando la gran bolsa. Resoplaba, sudaba y se parecía, por fin, a un niño.

– El coche está aparcado delante. Mamá está cerrando la casa y papá carga el equipaje. Buenas vacaciones, señora.

Joséphine continuó hasta el segundo sótano donde se encontraba el aparcamiento. Abrió el maletero, lanzó la bolsa, hizo subir a Du Guesclin y se sentó al volante. Volvió el retrovisor hacia sí y se miró en el espejo. «¿Eres tú la que por un presentimiento corre al encuentro de un amante silencioso en Deauville? ¡Animada por una canción de la radio! Ya no te reconozco, Joséphine».

A la altura de Rouen, percibió nubarrones negros en el cielo, tan densos que apagaban la luz del día, y continuó hasta Deauville bajo la amenaza de una terrible tormenta sobre su cabeza. ¡Una borrasca! Aquí está, pues. Se obligó a sonreír. A fuerza de vivir con Iris, me estoy volviendo como ella y haciendo caso de esas tonterías. Pronto instalará a un gato sobre su hombro y se echará las cartas. Ella va a visitar a videntes, y todas le predicen un gran amor «a vida o muerte». Y lo espera, sentada frente al ventilador, esperando oír ruido de llaves en el piso de Lefloc-Pignel. La hubiese estorbado si me hubiese quedado.