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– Perfecto, lo llevará todo el tiempo. Por la noche lo lavará y lo dejará secar sobre una percha en la bañera para que esté lista para ponérselo por la mañana. No soporto los olores corporales. ¿Está claro? Diga sí.

– Sí.

– Sí, amo.

– Sí, amo.

– El pelo recogido hacia atrás, sin joyas, ni maquillaje, trabajará mirando al suelo, todo el tiempo… Puedo llegar a cualquier hora del día y si la sorprendo desobedeciendo, será usted castigada. Le infligiré un castigo que elegiré cuidadosamente para curarla de sus vicios. Por la noche repetirá la misma comida. No toleraré nada de alcohol. No beberá más que agua, agua del grifo. Voy a subir a hacer una inspección y a tirar todas las botellas… porque usted bebe. Es usted una alcohólica. ¿Es usted consciente de ello? ¡Responda!

– Sí, amo.

– Por la noche, esperará sentada sobre una silla, por si quiero subir a realizar una visita de inspección. En la oscuridad más completa. No quiero ninguna luz artificial. Vivirá a la luz del día. No hará ningún ruido. Ni música, ni televisión, ni tararear canciones. Susurrará sus oraciones. Si no aparezco, no se quejará. Permanecerá en silencio sobre su silla meditando. Tiene usted mucho que hacerse perdonar. Ha llevado usted una vida sin interés, únicamente centrada en usted. Es usted muy hermosa, ¿sabe?… Ha jugado usted conmigo y yo he caído en sus redes. Pero me he liberado. Ese tiempo ha terminado. Atrás. No he dado permiso para que se acerque…

Ella dio un pasito hacia atrás y, de nuevo, una sacudida eléctrica recorrió su bajo vientre. Agachó la cabeza para que él no percibiera que sonreía de placer.

– Al menor desvío, habrá represalias. Estaré obligado a pegarla, a castigarla y pensaré en el castigo que le haga daño físico, es necesario, es necesario, y moral… Debe usted ser rebajada después de haberse pavoneado como una niña orgullosa.

Ella cruzó las manos a su espalda, permaneció con la cabeza gacha.

– Esté lista para mis visitas intempestivas. Olvidé decírselo, la encerraré para estar seguro de que no se escape. Me dará su juego de llaves jurándome que no existe otro disponible. Todavía está usted a tiempo de retirarse de este programa de purificación. No le impongo nada, debe decidir libremente, reflexione y diga sí o no…

– Sí, amo. Me doy a usted.

El la golpeó con el dorso de la mano como si la barriera.

– No ha reflexionado. Se ha precipitado en su respuesta. La velocidad es la forma moderna del demonio. He dicho: ¡reflexione!

Ella bajó los ojos y permaneció en silencio. Después murmuró:

– Estoy dispuesta a obedecerle en todo, amo.

– Está bien. Es usted enmendable. Está en el camino de la rehabilitación. Ahora subiremos a su casa. Subirá cada escalón con la cabeza agachada, las manos en la espalda, lentamente, como si trepase por la montaña del arrepentimiento…

La hizo pasar delante, cogió una fusta colgada de la pared de la entrada y le azotó las piernas para hacerla avanzar. Ella se estremeció. La azotó de nuevo y le ordenó no manifestar ninguna pena, ningún dolor cuando la golpeaba. En el piso de Joséphine, vació todas las botellas en la pila con una risa malvada. Hablaba consigo mismo con voz nasal y repetía el vicio, el vicio está por todas partes en el mundo moderno, ya no hay límites al vicio, hay que limpiar el mundo, librarlo de todas las impurezas, esta mujer impura va a purificarse.

– Repita conmigo, no volveré a beber.

– No volveré a beber.

– No he escondido botellas para beberías a escondidas.

– No he escondido botellas para beberías a escondidas.

– En todo, obedeceré a mi amo.

– En todo, obedeceré a mi amo.

– Es suficiente por esta noche. Puede ir a acostarse…

Ella se echó hacia atrás para dejarle pasar, le tendió su juego de llaves que él se metió en el bolsillo.

– Recuerde, puedo aparecer en cualquier momento y si el trabajo no está hecho…

– Seré castigada.

La golpeó de nuevo y ella dejó escapar una queja. Había golpeado tan fuerte que su oído resonaba.

– ¡No tiene derecho a hablar si yo no lo autorizo!

Ella lloró. El la golpeó.

– Son lágrimas falsas. Pronto derramará lágrimas auténticas, lágrimas de alegría… Bese la mano que la castiga.

Ella se inclinó, besó delicadamente la mano, osando apenas rozarla.

– Está bien. Voy a poder hacer algo con usted, creo. Aprende pronto. Durante el tiempo de purificación se vestirá de blanco. No quiero ver ni un resto de color. El color es derroche.

La agarró del pelo y lo echó hacia atrás.

– Baje la mirada para que la inspeccione.

Pasó un dedo sobre su rostro desmaquillado y se sintió satisfecho.

– ¡Se diría que ha empezado usted a comprender!

Se rio.

– Le gusta a usted la mano dura, ¿verdad?

Se acercó a ella. Le cogió los labios para verificar la limpieza de los dientes. Quitó un resto de comida con la uña. Ella percibía su olor a hombre fuerte, poderoso. Está bien, pensó, que así sea. Pertenecerle. Pertenecerle.

– Si me obedece usted en todo, si se vuelve pura como debe serlo cada mujer, nos uniremos…

Iris ahogó un pequeño grito de placer.

– Caminaremos juntos hacia el amor, el único, el que debe ser sancionado por el matrimonio. En el momento en que yo lo decida… Y será mía. Diga, lo quiero, lo deseo y bese mi mano.

– Lo quiero, lo deseo…

Y le besó la mano. Él la envió a acostarse.

– Dormirá con las piernas cerradas para que no penetre ningún pensamiento impuro. A veces, si se porta mal, la ataré. ¡Ah! Lo olvidaba, dejaré a las ocho en punto, cada mañana, las lonchas de jamón blanco y el arroz blanco que deberá cocer. Sólo comerá eso. Es todo. Vaya a acostarse. ¿Sus manos están limpias? ¿Se ha lavado usted los dientes? ¿Su camisón está listo?

Ella sacudió la cabeza. Él le pellizcó violentamente la mejilla, ella ahogó un grito.

– Responda. No admitiré ninguna excepción a la regla o lo pagará.

– ¡No, amo!

– Vaya a hacerlo. Esperaré. Dese prisa…

Lo hizo. El se volvió de espaldas para no verla desnudarse.

Ella se metió en la cama.

– ¿Tiene usted un camisón blanco?

– Sí, amo.

Él se acercó la cama y le acarició la cabeza.

– ¡Ahora duerma!

Iris cerró los ojos. Oyó cómo cerraba la puerta y giraba la llave en la cerradura.

Estaba prisionera. Prisionera del amor.

* * *

Dos veces al día, Joséphine llamaba al señor Fauvet y hablaba con la señora Fauvet. Insistía, decía que a cada borrasca volaban tejas nuevas, que era peligroso, que la casa se llenaba de agua, que pronto se agotaría la batería de su móvil y no podría llamarla. La señora Fauvet decía: «Sí, sí, mi marido va a pasar…» y colgaba.

Llovía sin parar. Incluso Du Guesclin se negaba a salir. Subía a la terraza devastada, olisqueaba el viento, levantaba la pata contra las macetas de barro rotas, y bajaba suspirando. La verdad es que no hacía tiempo para dejar al perro fuera.

Joséphine dormía en el salón. Se duchaba con agua fría, desvalijaba el congelador. Se comía todos los helados, los Ben & Jerry, los Häagen-Dazs, los chocolate chocolate chips, los pralines and cream. Le daba igual engordar. Él no vendría. Miraba su cara en la cuchara, hinchaba las mejillas, se veía parecida a un cuenco de nata, se atiborraba a chocolate. Du Guesclin lamía la tapa de los botes. La miraba con devoción, movía la cadera esperando que dejara una nueva tapa. ¿Tienes novia, Du Guesclin? ¿Hablas con ella o te basta con montar sobre ella? ¡Qué cansados, ¿sabes?, qué cansados son los sentimientos! Es más simple comer, llenarse de grasa y de azúcar. Du Guesclin no ha tenido nunca esos problemas, nunca se había enamorado, penetraba a las mujeres y dejaba montones de pequeños bastardos tras él que, apenas se quitaban los pañales, partían a hacer la guerra al lado de su padre. No servía más que para eso. Para inventar estrategias y ganar batallas. ¡Con cincuenta hombres harapientos aplastaba un ejército de quinientos ingleses con armadura y catapultas! Disfrazándose de viejecita con un fardo a la espalda. ¡Te das cuenta! La viejecita se introducía en las callejuelas de la ciudad que quería invadir y, una vez en el interior, Du Guesclin sacaba su espada y atravesaba filas enteras de ingleses. En tiempo de paz, se aburría. Se había casado con una mujer culta y mayor que él, una experta en astrología. La víspera de cada batalla, ella hacía una predicción ¡y no se equivocaba nunca! Les han quitado la guerra a los hombres, y ya no saben quiénes son. En tiempos de paz, Du Guesclin daba vueltas y no hacía más que tonterías. El único problema de los helados, mi viejo Du Guesclin, es que después, te sientes ligeramente empalagada y tienes ganas de dormir, pero estás tan pesada que ni siquiera consigues conciliar el sueño, te agitas como una botella de leche y el sueño se va.