Выбрать главу

Esbozó una sonrisa compasiva y prosiguió:

– Yo también he estado a punto de perder a mi marido, y sé lo que ella siente.

Joséphine se incorporó, sin aliento. Esperó a que Iris prosiguiese su relato, pero ésta hizo una pausa y preguntó:

– ¿Podemos hablar de Philippe, no te molesta?

Joséphine balbuceó:

– ¡Oh, no! ¿Por qué?

– Porque…, no lo vas a creer ¡pero estaba celosa de ti! Sí, sí… Por un momento creí que estaba enamorado de ti. ¡Ya ves hasta qué punto han podido embrutecerme las medicinas! Hablaba todo el tiempo de ti, es normal, te veía mucho por Zoé y Alexandre, pero yo lo mezclé todo y monté un drama con ello… Qué estupidez, ¿no?

Joséphine sintió cómo la sangre le subía a las orejas y latía como un yunque. Hacía un ruido de locos. Golpeaba por todos lados. Sólo oía la mitad de lo que le decía. Se veía obligada a acercar la oreja, a alargar el cuello hasta la boca de Iris para comprender sus palabras, el sentido de sus palabras.

– Estaba loca. ¡Loca de atar! Pero durante su última estancia en París…

Hizo una pausa, de suspense, como para anunciar una gran noticia. Sus labios formaron un círculo en una mueca golosa, la noticia prometía ser suculenta. La retenía en la boca antes de enunciarla.

– ¿Ha estado en París? -pronunció Joséphine con voz aterrada.

– Sí, y nos hemos vuelto a ver. Y todo ha sido como antaño. Me siento feliz, Jo, ¡tan feliz!

Daba palmas para aplaudir la inmensidad de su alegría. Se contuvo, supersticiosa:

– Voy muy despacio, no quiero forzarle, tengo mucho que hacerme perdonar, pero creo que vamos por el buen camino. Es la ventaja de ser una vieja pareja… Nos comprendemos con medias palabras, nos perdonamos con una mirada, un abrazo y ya está todo dicho.

– ¿Él está bien? -consiguió articular Joséphine, que había recibido las palabras «vieja pareja» y «abrazo» como trozos de hierro que quedaban atrapados en el fondo de su garganta.

– Sí y no, estoy preocupada por él…

– Preocupada -murmuró Joséphine- pero ¿por qué?

– Te lo voy a contar, pero no se lo digas a nadie, ¿me lo prometes?

Iris adoptó una expresión inquieta. Levantó una judía que mordisqueó, pensativa, ordenando sus pensamientos para no decir cualquier tontería.

– La última vez que vino a París, y nos…, cómo decirlo, nos reconciliamos, en fin, ya sabes…

Esbozó una sonrisita incómoda, enrojeció ligeramente.

– Percibí una mancha bastante fea en su ingle. En el interior del muslo derecho, arriba del todo…

Separó las piernas, apuntó con el dedo sobre el interior de su muslo. Joséphine miró ese dedo que señalaba la intimidad recuperada entre marido y mujer, entre amantes. Ese dedo la llamaba al orden, decía eres una intrusa, ¿qué te crees?

– Le dije que fuese a ver a un dermatólogo, insistí pero no quiso escucharme. Pretende haberla tenido siempre, que se la han analizado y que no es nada…

Joséphine ya no escuchaba nada. Luchaba para permanecer erguida, muda, cuando en realidad tenía ganas de retorcerse y gritar. Se habían acostado juntos. Philippe e Iris, uno en brazos del otro. Su boca tocando su boca, su boca dentro de su boca, sus cuerpos mezclados, la ropa de cama revuelta, las palabras murmuradas, aturdidas de placer, el espeso pelo negro sobre la almohada, Iris gimiendo, Philippe… Las imágenes desfilaban. Se llevó la mano a la boca para detener un quejido.

– ¿Te encuentras bien, Jo?

– No. Es que me hablas de una forma como…

– ¿Como qué, Jo?

– Como si de verdad él…

– ¡Oh, no! Me preocupo, eso es todo. A lo mejor tiene razón y no tiene absolutamente nada. No debería haberte contado eso, ¡olvidaba lo sensible que eres! Cariño mío…

Sobre todo no debe echarse a llorar, se exasperó Iris. ¡Todo mi plan quedaría arruinado! He necesitado tres intentos para conseguir la mesa ideal, insistir, suplicar, realizar una larga investigación para asegurarme de que Bérengère y Nadia estuviesen aquí, hoy, justo detrás de aquella planta, el oído alerta, los sentidos aguzados para no perderse nada de nuestra conversación, y poder así repetirla, como un tamtan en una selva atronadora. ¡Días de meticulosos esfuerzos para ordenarlo todo y ella va a sabotear mi plan llorando!

Desplazó el sillón, cogió a su hermana entre sus brazos y la acurrucó.

– Ya está… Ya está… -susurró-. Vamos, Jo, vamos. Seguramente me estoy preocupando por nada…

Así que tenía razón, hay algo entre ellos. Un sentimiento que nace, una turbación, una atracción. Nada carnal, porque en ese caso no hubiese venido a comer. Demasiado honesta, no sabe mentir, hacer trampas. No hubiese podido sostenerme la mirada. Pero está enamorada, estoy segura. Ahora tengo la prueba. Pero ¿y él? ¿La quiere él? Tiene encanto, eso es indudable. Se ha vuelto incluso guapa. Ha aprendido a vestirse, a peinarse, a maquillarse. Ha adelgazado. Tiene un atractivo airecillo pasado de moda. Voy a tener que andarme con cuidado. Mi hermanita ¡tan torpe, tan lerda! Las hermanas pequeñas no deberían crecer nunca.

Joséphine se recuperó, se soltó del abrazo de Iris y se excusó:

– Lo siento… Perdóname.

Ya no sabía qué decir. Perdóname por haberme enamorado de tu marido. Perdóname por haberle besado. Perdóname por seguir teniendo pobres sueños de adolescente. La frivolidad en mí es una mala hierba de raíces profundas.

– ¿Perdonarte? Pero ¿qué, cariño?

– ¡Oh, Iris…! -empezó Joséphine retorciéndose las manos.

Iba a contárselo todo.

– Iris -dijo respirando profundamente-. Tengo que decirte…

– ¡Joséphine! Creía que habíamos pasado página.

– Sí, pero…

Las dos hermanas se miraron largamente la una a la otra, la una dispuesta a revelar su secreto, la otra negándose a recibirlo, cada una de ellas segura del peligro que esconden las palabras. Se cerraría una pesada puerta. Una puerta blindada. Esperaban, dudosas, una señal que hiciese la confidencia posible o imposible, útil o superficial. Si hablo, se decía Joséphine, no la volveré a ver. Le elijo a él. Él, que se ha vuelto hacia ella… Si hablo, les pierdo a los dos. Pierdo a un amor, a un amigo, pierdo a mi hermana, pierdo mi familia, pierdo mis recuerdos, pierdo mi infancia, pierdo incluso el recuerdo del beso contra la barra del horno.

Iris seguía la duda en los ojos de Joséphine. Si me cuenta su secreto, estaré obligada a parecer ofendida, a tratarla de enemiga, a alejarme de ella. Será la ruptura. Nos separamos. Le dejo vía libre. Ella será libre de volver a verlo. No debe hablar, ¡no debe!

Rompió bruscamente el silencio.

– Voy a contarte un secreto, Jo: me siento tan feliz de haber vuelto a la vida que nada, escúchame bien, nada podría estropearme ese placer. Así que pasemos página, ¿quieres?, pero pasémosla de verdad…

Sí, se dijo Joséphine. ¿Qué hacer si no? Aparte de eso ¿qué había sucedido? Presiones en la mano, miradas que se mezclan, una voz que se atraganta, una sonrisa que se prolonga en la del otro, un trozo de piel que se acaricia bajo la manga de un abrigo. Tristes indicios de una pasión evaporada.

– ¿Y tú, has vuelto a tu tesis? ¿Qué tema has elegido para tu HDI? Quiero saberlo todo… Es cierto, hablo, hablo y tú ¡no me cuentas nada! Todo eso va a cambiar, todo eso, Jo, va a cambiar. Porque he tomado ciertas resoluciones, ¿sabes?, y una de ellas es interesarme realmente por los demás, dejar de mirarme el ombligo… Dime, ¿me encuentras más vieja?

Joséphine había dejado de escuchar. Miraba cómo huía su amor, remontando el vuelo entre los senos de las estatuas y las palmeras como abanicos. Esbozó una sonrisa de vencida. No hablaría. No volvería a ver a Philippe.

No volvería a probar el beso al armagnac.

Y, de hecho, ¿no se lo había prometido a las estrellas?

* * *