– Sí -respondió ella-. Creo que lo comprendería.
– ¿Y qué dice de él el hecho de que no haga lo mismo por usted?
– Que es un mal bicho -respondió Maddy, mirando alrededor.
– Es una forma de describirlo. Pero usted no es un mal bicho. Esa es la cuestión. Usted es una buena persona a quien le ocurrió algo muy triste: tener que entregar un hijo en adopción es una de las cosas más terribles que puede pasarle a una mujer. ¿Podrá perdonarse por ello?
– Quizá. Con el tiempo.
– ¿Y qué me dice de las cosas que le ha dicho Jack? ¿Cree que las merece?
– No.
– Piense en lo que eso refleja de él. Escuche lo que dice sobre usted, Maddy. Nada de ello es verdad, pero todo está destinado a herirla. Lo consigue, y no la culpo.
En ese momento Maddy oyó pasos en el salón y le dijo a la doctora que tenía que colgar. Pero la conversación la había ayudado a poner las cosas en perspectiva. Un instante después se abrió la puerta y Jack entró en la cocina con cara de desconfianza.
– ¿Con quién hablabas? ¿Con tu amante?
– No tengo ningún amante, Jack, y tú lo sabes.
– ¿Quién era entonces?
– Un amigo.
– Tú no tienes amigos. No le caes bien a nadie. ¿Era ese negro maricón a quien tanto quieres? -Maddy dio un respingo, pero no respondió-. Más vale que no le cuentes esto a nadie. No quiero que hundas mi programa. Si comentas una sola palabra, te mataré. ¿Entendido?
– Entendido -respondió ella con los ojos llenos de lágrimas.
Durante la última hora Jack le había dicho tantas cosas horribles que ya no sabía cuál le dolía más. Todas eran desgarradoras.
Esperó a que se marchase de la habitación para marcar el número del hotel donde se alojaba Lizzie. Sabía que seguiría en la ciudad hasta la mañana siguiente.
Llamaron a su habitación, y unos segundos después Lizzie contestó. Estaba tendida en la cama, pensando en Maddy. La había visto en las noticias y no podía dejar de sonreír.
– Maddy… quiero decir, mamá… quiero decir…
– Mamá está bien. -Maddy sonrió al oír la voz ahora familiar y cayó en la cuenta de que se parecía a la suya-. Solo llamaba para decirte que te quiero.
– Yo también te quiero, mamá. Dios, suena bien, ¿no?
Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Maddy cuando respondió:
– Ya lo creo, cariño. Te llamaré a Memphis. Que tengas buen viaje.
Ahora que se habían encontrado, no quería que a Lizzie le ocurriese nada malo. Colgó el auricular y sonrió, Jack podía decir o hacer lo que quisiera, pero no podría quitársela. Después de muchos años y muchas pérdidas, Maddy era una madre.
Capítulo13
Bill y Maddy habían quedado para comer en el Bombay Club. Vestida con un traje pantalón de Chanel en lino blanco, ella entró con las gafas de sol en la frente y un bolso de paja colgando del hombro. Parecía un anuncio andante de las maravillas del verano, y Bill se alegró de verla. Apuesto y bronceado, su pelo blanco contrastaba con sus ojos azules y el moreno de su cara. Se puso de pie para recibirla y observó con alegría que Maddy parecía mucho más contenta que la última vez que la había visto.
Bill pidió vino blanco para los dos, y charlaron unos minutos antes de mirar la carta. Entre los comensales había varios políticos y un juez de la Corte Suprema que conocía a Bill de sus tiempos de profesor en Harvard.
– Pareces animada -dijo él con una sonrisa-. ¿Las cosas van mejor en casa?
– Yo no diría eso, pero la doctora Flowers me está ayudando mucho y me ha ocurrido algo maravilloso.
Cada vez que la veía, Bill temía que ella le dijera que estaba embarazada. No sabía por qué esa idea le preocupaba tanto, pero con todo lo que sabía sobre Jack, no quería que Maddy se quedara atrapada en ese matrimonio. Y un hijo inevitablemente contribuiría a ello.
– Ayer comentaste algo al respecto. ¿Puedo preguntar de qué se trata, o es un secreto de estado?
Maddy rió.
– Creo que usted está autorizado para oírlo, embajador. Además, confío en ti. Pero sí, es un secreto.
– No irás a tener un hijo, ¿no, Maddy? -dijo en voz baja y con cara de preocupación.
Ella esbozó una sonrisa estilo Mona Lisa, y Bill se estremeció de miedo.
– Es curioso que me preguntes precisamente eso. -Esta respuesta terminó de convencer a Bill de que estaba en lo cierto-. ¿Qué te indujo a pensar algo así?
– No lo sé. Es un palpito. En nuestra última reunión en la Casa Blanca estuviste a punto de desmayarte. Y ayer dijiste algo que me inquietó. No sé si sería una buena noticia en estos momentos. No cabe duda de que un hijo te ataría a un marido que te maltrata. ¿He acertado? -Parecía decepcionado pero resignado, y se sorprendió cuando ella negó con la cabeza.
– No, no estoy embarazada. De hecho, no puedo tener hijos.
Era extraño que hablara de esa clase de cosas con Bill, pero se sentía sorprendentemente cómoda con él. Al igual que Greg cuando lo había conocido, aunque por razones diferentes, Bill le inspiraba una gran seguridad. Y ahora que conocía su situación con Jack, ella sabía que podía confiarle sus secretos sin temor a que la traicionase.
– Lamento oír eso, Maddy -dijo Bill-. Supongo que será muy triste para ti.
– Lo es; o mejor dicho, lo era. Pero no tengo derecho a quejarme. Fue una elección. Me hice ligar las trompas porque Jack me lo pidió cuando nos casamos. No quería más hijos. -Bill habría querido decir que era un acto egoísta, pero se reservó sus pensamientos-. Sin embargo, ayer ocurrió algo asombroso.
Sonrió por encima de la copa de vino, y Bill admiró su belleza. Para él, Maddy era como un rayo de sol. Había pasado meses deprimido por la muerte de su esposa, y todavía seguía luchando para recuperarse. Pero cada vez que veía a Maddy se sentía feliz, y atesoraba su amistad. Le halagaba la confianza que depositaba en él y la franqueza con que le contaba cosas que, por lo visto, no discutía con ninguna otra persona.
– No puedo soportar la intriga -dijo, esperando-. ¿Qué pasó?
– Bueno, no sé si empezar por el comienzo o por el final.
Mientras ella dudaba, Bill rió. Era obvio que se trataba de algo que la había hecho muy feliz.
– Si quieres empieza por la mitad, pero ¡habla de una vez!
– Vale, vale… Creo que empezaré por el principio, aunque trataré de ser breve. Cuando tenía quince años, salía ya con Bobby Joe, con quien me casé después de terminar el instituto. Él me dejó un par de veces, y una noche fui a una fiesta con otro chico…
Titubeó y frunció el entrecejo. Jack tenía razón: lo contara como lo contase, quedaría como una puta, y era fácil imaginar lo que Bill pensaría de ella. No quería justificarse ante él, pero le preocupaba su reacción.
– ¿Qué pasa?
– No pensarás cosas buenas de mí cuando te lo diga.
Lo que Bill pensase de ella le preocupaba. Más de lo que había pensado al empezar su historia, y ahora se preguntó si debería continuar.
– Deja que yo juzgue eso. Creo que nuestra amistad sobrevivirá -respondió él con calma.
– Puede que tu respeto por mí no lo haga. -Pero estaba dispuesta a correr el riesgo. Tenía un alto concepto de Bill, y quería compartir ese episodio de su vida con él-. Bueno, salí con otro. Y aunque no debería haberlo hecho, me acosté con él. Era tierno, guapo y bueno. No estaba enamorada de él, pero me sentía sola, confundida y halagada por su interés.
– No necesitas justificarte, Maddy -dijo Bill con dulzura-. Está bien. Todo el mundo hace esas cosas. Ya soy mayor. Puedo entenderlo.
Ella le sonrió, agradecida. Nada más lejos de que la llamasen fulana, puta y escoria, como había hecho su marido.
– Gracias. Esa era la primera confesión. La segunda es que me quedé embarazada. Tenía quince años, y mi padre estuvo a punto de matarme. Ni siquiera me enteré hasta el cuarto mes de embarazo, cuando era demasiado tarde para un aborto. Yo era joven y bastante tonta. Y éramos pobres. Aunque me hubiese dado cuenta antes, seguramente habría tenido que dar a luz de todas maneras.