Cambio de órdenes
Noviembre de 1780-enero de 1781
Drinkwater se reincorporó a la Cyclops el último día de octubre de 1780. La fragata llevaba en la bahía de Plymouth Sound varios días, reclutando trozos de abordaje y cargando agua potable. Su llegada estuvo precedida por la historia de la Algonquin, que Hagan y los demás relataron a bordo. Por ello, Drinkwater descubrió que era casi un héroe en la cubierta inferior, donde ya era popular tras haberse peleado con Morris.
Sin embargo, Morris había conseguido restablecer parte de la influencia que ejercía en el sollado. La ausencia de Drinkwater le había favorecido, y la incorporación de unos cuantos reclutas, todos ellos jovencísimos guardiamarinas, suponía que Morris tendría más víctimas a su disposición. Con todo, Drinkwater se percató enseguida de que un nuevo miembro del rancho podría ser un aliado potencial. El guardiamarina Cranston, un hombre callado de unos treinta años, a quien poca gracia le hacía el acoso o la ampulosidad de Morris. Antiguo marinero, Cranston había ascendido desde la cubierta inferior simplemente por su habilidad. Era listo y duro, y tenía pocos escrúpulos. A Drinkwater le cayó bien al instante. También sentía simpatía por otra nueva incorporación, aunque era mucho más joven. El señor White era un muchacho pálido y minúsculo de unos trece años. Él era la víctima más obvia a merced de Morris.
En el transcurso de las siguientes semanas, el hacinado sollado, cuyos miembros variaban tanto en edad como en cometidos, se convertiría en un caos ruidoso y conflictivo.
Hacia finales de noviembre, el capitán Hope expresó su disposición a echarse de nuevo a la mar para perseguir al enemigo, y la fragata abandonó Plymouth rumbo sudoeste para retomar su posición. A estas alturas, el tiempo ya se había torcido. A una borrasca la sucedía otra y se estableció, bajo cubierta, un ciclo de desdicha y sobre ella, otro de arduo e infatigable trabajo. Se iniciaron de nuevo los casos de hurto, peleas, insubordinación y ebriedad, consecuencias lógicas del entorno. Cuando un hombre fue azotado por hurto, Drinkwater se preguntó si sería el mismo que había resultado imprescindible para recuperar la Algonquin. En todo caso, ya no eludía estos espectáculos, a los que se había acostumbrado, aunque sabía que existían otros métodos para mantener a los hombres en sus incómodas tareas. Pero no había cabida para dichos métodos en las abarrotadas cubiertas de la Cyclops, y no sentía odio alguno porque el capitán Hope mantuviese la disciplina con aquella mano de hierro que hacía posible que la Marina Real preservase su constante vigilancia.
Para la dotación de la Cyclops, esto no era más que la monótona y tediosa rutina diaria. Un enfrentamiento con el enemigo habría significado un alivio tanto para los oficiales como para la marinería.
El capitán Hope se presentaba en el puente lo menos posible, molesto por no haber recibido aún su parte del dinero del botín por la captura de la Santa Teresa. El teniente Devaux mostraba signos de desazón por motivos similares y su habitual tono jocoso dio paso a un infrecuente hostigamiento de los tenientes a su cargo, sobre todo, del señor Skelton, joven e inexperimentado sustituto del fallecido teniente Price.
El viejo piloto de derrota, Blackmore, lo observaba todo y apenas decía nada. Encontró que estos malhumorados oficiales del rey, privados de su estúpido dinero del botín, y que se comportaban como viejas sirvientas, no eran sino desagradables compañeros de singladura. Acostumbrado a las penurias, esperaba que su estancia en el mar fuera incómoda y pocas veces se le vio contrariado.
El cirujano, el señor Appleby, siempre filosofando, agitaba su cabeza apesadumbrado mientras bebía su ron de melaza, al tiempo que rezongaba, a quien quisiese escucharlo, sobre la condición del barco.
– Observen, caballeros, y vean los frutos del carácter propio del hombre: la corrupción -dijo pronunciando la palabra con fruición profesional, como si percibiese el olor desprendido por un miembro amputado en busca de gangrena-. La corrupción es un proceso al que se llega tras un período de maduración. Desde el punto de vista médico, sucede tras la muerte, bien sea el caso de una manzana que ha caído de su rama y no recibe ya alimento del árbol o, en el caso del organismo humano, sucede irrevocablemente una vez ha dejado de funcionar el corazón. En ambos ejemplos, el intervalo temporal podría entenderse como un ciclo completo.
»Pero en el caso de la corrupción espiritual, les puedo asegurar, el proceso es mucho más veloz y sucede independientemente del corazón. Observen la dotación de nuestro noble barco. Una manada de leones en medio de la batalla… -aquí Appleby hizo una pausa para apuntalar su monólogo con el ron-. Están corruptos por la fétida atmósfera de la fragata…
»Siéntese, señor Drinkwater, siéntese y recuérdelo cuando sea almirante. En consecuencia, surgen toda suerte de males: ebriedad, riñas, insubordinación, sodomía, robo y el peor de todos, pues es un crimen contra Dios y no sólo contra el hombre: la insatisfacción. ¿Y qué alimenta dicha insatisfacción?
»¡El dinero del botín!
– ¡Qué maldito dinero del botín, doctor! -interrumpió el teniente Keene.
-¡Exacto! amigo mío. ¿Qué dinero? Ustedes se lo ganaron. A ustedes se les concedió pero, ¿dónde diantres está? Ah, pues… en los bolsillos de su señoría, milord Sandwich y sus esbirros liberales. Alguien se está enriqueciendo a costa de los intereses. ¡Por los clavos de Cristo! También ellos están tan corruptos como este apestoso barco. Yo se lo digo, caballeros, se volverá en su contra algún día. Algún día no sólo los malditos yanquis desafiarán a sus señorías sino los mismísimos Tom Bowline y Jack Rattlin… [3]
– ¡Así, señor Appleby! -gritó una voz. Una aburrida risa recorrió la penumbra de la cámara de oficiales. La Cyclops cabeceó contra el mar y los expletivos pasaron a convertirse en breves y exasperados gruñidos. -¿Quién querrá ser un maldito marinero?
Para Drinkwater, estas semanas fueron menos dolorosas que para la mayoría. Es cierto que Elizabeth ocupaba sus sueños, pero ese amor no le oprimía. Antes bien, lo fortalecía. Blackmore se mostró encantado con el certificado obtenido de Calvert y le enseñó algunos de los misterios más obtusos de la navegación celeste. También afianzó una íntima amistad con el teniente Wheeler, del cuerpo de infantes de marina. Siempre que el tiempo lo permitía, ambos se dedicaban a la práctica de la esgrima. La frecuente visión del entretenimiento de su «enemigo» constituía un amargo recuerdo de la humillación sufrida por Morris y, así, cuanto más inmune parecía Drinkwater, más deseaba Morris vengarse del joven. Morris comenzó a formar sus primeras alianzas con otros hombres de su calaña, escogidos de entre los elementos más indeseables de la dotación de la Cyclops.
Sólo que esta vez la conspiración tenía un propósito definido. Morris estaba degenerando en una criatura psicopática para quien la realidad parecía un borrón, una criatura cuyo odio le quemaba más que la llama del amor.
Tanto la Navidad como el día de Año Nuevo pasaron sin pena ni gloria, como sólo puede suceder en el mar. El tiempo siguió su tedioso devenir hasta que en un aburrido día de mediados de enero se rompió la monotonía de la vida a bordo.
– ¡Vela a la vista!
– ¿Dónde?
– ¡Por la aleta de sotavento, señor!
El teniente Skelton trepó por el aparejo de mesana y desplegó su catalejo. Al descender de nuevo sobre el puente, llamó a Drinkwater y le dijo: