Tregembo sacó su cuchillo y se lanzó sobre aquella maraña de cabos mientras Drinkwater hacía lo mismo con los cabos superiores.
El griterío y chillidos de aquella amalgama de hombres que luchaba sin cesar estaba a sólo unos pies de distancia, sin embargo, puesto que La Creole había abordado por la aleta de babor de la Cyclops, el castillo de proa estaba comparativamente tranquilo. Entonces, alguien abrió fuego de mosquete desde la cofa del barco corsario. La bala alcanzó la uña del ancla y rebotó con un silbido. Los dos hombres estaban empapados en sudor y Drinkwater comenzó a arrepentirse de su estupenda idea, creyendo que jamás conseguirían cortar la trinca. Le latía la cabeza por el estruendo de la batalla y el moratón que le había dejado Morris. Otra bala chocó contra la cubierta, entre sus pies. Sintió que su espalda presentaba un definido blanco que un tirador no podía errar la próxima vez.
Tregembo resopló al separarse la trinca y la repentina sacudida arrancó los cabos que quedaban del lado de Drinkwater. El ancla cayó al mar.
– Espero, por Dios, que el cable se deslice…
Así lo hizo, al menos lo suficiente como para permitir que el ancla llegase al fondo, donde se enganchó, se soltó y se volvió a enganchar, haciendo que los dos barcos virasen hacia la corriente, que discurre, inexorablemente, rumbo nordeste por la costa de Florida y Carolina. La corriente tiró de ambos cascos, pero la Cyclops aguantó el tirón, pues el ancla le hacía mantener el equilibrio. Drinkwater corrió a popa. Fue el primero en detectar un chirrido entre ambos barcos que indicaba por dónde se iba separando La Creole, lentamente, de su presa.
– ¡Se separa, muchachos! ¡Ya son nuestros!
Primero fue una cabeza, luego otra y luego todos los británicos se giraron para ver el movimiento del barco enemigo.
Volvieron a gritar y, con fuerzas renovadas, continuaron pinchando y lanzando estocadas contra sus adversarios. Al mirar hacia arriba, los franco-americanos cayeron en la cuenta de lo que pasaba. La milicia fue la primera en marcharse corriendo, sin importarles pisar tanto a amigos como a enemigos.
Lentamente, La Creole se deslizó arañando con su casco hacia atrás, enganchándose a menudo y separándose, al fin, de la Cyclops tras un par de minutos. Ese tiempo fue suficiente para que la mayoría de sus hombres regresasen al barco, pues los agotados británicos les dejaron escapar. Las escenas finales de aquella acción de guerra habrían sido cómicas de no haber estado rodeadas por tan sombrías circunstancias, pues los muertos y los moribundos de tres naciones yacían en la cubierta ensangrentada.
Varios hombres saltaron por la borda y se acercaron nadando hacia donde sus compañeros lanzaban los cabos. Uno de ellos fue el comandante francés, que gesticuló con ferocidad desde la preeminente barandilla de la fragata antes de lanzarse por la borda y nadar hacia su barco.
En la pasarela de la Cyclops había un negro arrodillado, con los ojos en blanco y las manos en ademán de indiscutible rendición. Al ver a Drinkwater prácticamente solo en la parte anterior del barco, el negro se postró a sus pies. Tras él, Devaux parecía decidido a ensartarlo con su sable, un Devaux cuyos ojos no estaban aún ahítos de sangre.
– No, no, amo, ¡me rindo, señor! Como aquel general Burgoyne, señor, me rindo. Fue Wheeler quien, al final, consiguió detener al primer oficial y le hizo entrar en razón diciéndole que el capitán le reclamaba a popa. El negro, agradecido por ser ignorado, no se separó de Drinkwater.
Los dos barcos estaban ya a dos cables de distancia. Ninguno estaba en condiciones de entablar un nuevo e inmediato combate.
– Ha estado… -le dijo el capitán Hope al señor Blackmore al emerger del cerco defensivo que Wheeler y sus infantes de marina había creado para ellos-. Ha estado muy cerca.
El piloto de derrota asintió aliviado, sin emitir palabra. Hope emitió una breve y nerviosa risotada.
– Los malditos rebeldes tendrán que esperarnos un poco más, ¿verdad Blackmore?
La Creole iba a la deriva a sus espaldas.
– Corte ese cable, señor -ordenó Hope cuando, al fin, Devaux llegó a su lado- y entérese de quién cortó el ancla.
– Podría sugerir que levemos el ancla, señor…
– Córtela, maldita sea, quiero atacarles antes de que transmitan la noticia de nuestra llegada.
Devaux se encogió de hombros y viró sobre sus talones.
Hope se dirigió al piloto de derrota y le dijo:
– Entonces, estamos en aguas poco profundas.
– Sí, señor -dijo el anciano recobrando la compostura.
– Largue velas, acabaremos primero con ese rebelde.
Pero La Creole ya mareaba sus velas. Estaba a sotavento y a punto de seguir su camino. Quince minutos más tarde, la Cyclops tenía viento en popa y navegaba a casi tres millas en pos del corsario.
Esta seguía siendo su posición cuando llegó la noche.
En el sollado, Drinkwater se había sentado y el negro le estaba limpiando los zapatos. No era capaz de librarse de él y tras la acción de guerra, a nadie parecía importarle la nueva incorporación a la Cyclops.
– ¿Cómo te llamas? -le preguntó Drinkwater fascinado por el ébano de su piel.
– Señor, me llamo Achilles y soy su sirviente.
– ¿Mi sirviente? -dijo Drinkwater pasmado.
– ¡Sí señor! Me salvó la vida. Achilles es su mejor amigo.
Siempre el hombre piensa una cosa
Marzo de 1781
La luz del día reveló que la Cyclops navegaba sola, hasta donde se alcanzaba a ver. La Creole había conseguido zafarse y el capitán Hope estaba furioso porque su llegada a la costa no sería en secreto. No tenía otra alternativa más que cumplir sus órdenes lo más rápidamente posible.
Aguardaba, impaciente, el mediodía y la medición de la altitud meridiana de Blackmore. Cuando el piloto concluyó sus cálculos, informó a Hope:
– Nuestra latitud es de 35 grados 12 minutos norte, señor. Es decir -dijo mirando su pizarra-, estamos a cuarenta y tres millas al norte de nuestro objetivo, aunque tendremos que dejar los bajíos de Frying Pan a barlovento.
Hope asintió.
– Muy bien, prepare lo necesario y tenga la amabilidad de regresar con el primer oficial y…, hmm, señor Blackmore, que el joven Drinkwater traiga las cartas de navegación…
Cuando volvió el piloto de derrota con Devaux, Hope los invitó cordialmente a tomar asiento. Drinkwater extendió las cartas de navegación en la mesa.
– Ah, señor Drinkwater -comenzó Hope-. El primer oficial me ha informado de que fue usted quien soltó el ancla de la esperanza en nuestra última acción de guerra contra La Creole.
– Sí, señor. Me ayudó el gaviero Tregembo, pero asumo toda la responsabilidad por la pérdida del ancla.
– Cierto, muy cierto.
– Si me permite la observación, señor -interrumpió Devaux-, es posible que eso haya salvado el barco.
Hope lo miró con severidad. Había cierto leve tono de reproche en la voz de Devaux. Pero Hope no tenía energías para molestarse. Cruzó una mirada con Blackmore. Fue apenas perceptible, pero el viejo piloto de derrota se encogió de hombros. Hope sonrió para sí mismo. Los hombres mayores veían las cosas de otra manera…
– Cierto, señor Devaux. Señor Drinkwater, deseo felicitarlo por su iniciativa. Es una cualidad que usted parece poseer en abundancia. Haré cuanto esté en mi mano por usted y, si faltase a mi palabra, estoy seguro de que el señor Devaux me lo recordaría… Mientras tanto, quedaría muy complacido si tanto el señor Cranston como usted, junto con el teniente Wheeler, el señor Devaux y usted mismo, Blackmore, me acompañasen para cenar. ¿De quién es el turno de guardia, señor Devaux?