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Anthony apretó los dientes.

– No es para darte ánimos -dijo, su cara magníficamente afable-. Seguramente un aviso no puede calificarse como dar ánimos…

– Cállate -dijo Anthony entre dientes.

– Todos tenemos parte en este juego -dijo ella, los labios crispados.

Anthony se giró.

– ¡Colin! -ladró-. Si no quieres ser viudo de repente, se tan amable de ponerle un bozal a tu mujer.

Colin se acercó hasta Penélope.

– Te quiero -le dijo, besándola en la mejilla.

– Y yo…

– ¡Basta! -explotó Anthony. Cuando todos los ojos se giraron en su dirección, añadió, casi en un gruñido-. Intento concentrarme.

Kate se acercó dando brincos.

– Aléjate de mí, mujer.

– Sólo quiero ver -dijo ella-. Apenas he tenido la oportunidad de ver nada del juego, estando tan lejos todo el tiempo.

Él entrecerró los ojos.

– Quizás sea responsable por lo del barro, y por favor, nota mi énfasis en la palabra quizás, lo que no implica ninguna clase de confirmación de mi parte.

Hizo una pausa, ignorando intencionadamente al resto, los cuales le miraban con la boca abierta.

– Sin embargo -siguió-, no logro ver cómo el que estés en último lugar es responsabilidad mía.

– El barro hace que mis manos estén resbaladizas -dijo ella con los dientes apretados-. No puedo agarrar bien el mazo.

Colin, que estaba fuera del juego, parpadeó.

– Me temo que eso es poco convincente, Kate. Tengo que concederle la razón a Anthony, por mucho que me duela.

– Bien -dijo ella, tras lanzarle a Colin una fulminante mirada-. No es culpa de nadie sino mía. Sin embargo… -y luego no dijo nada.

– Eh… ¿Sin embargo, qué? -preguntó por fin Edwina.

Kate podría haber sido una reina con su cetro, allí de pie, cubierta con barro.

– Sin embargo -continuó regiamente-, no tiene que gustarme. Y siendo esto palamallo y nosotros Bridgertons, no tengo porqué jugar limpio.

Anthony sacudió la cabeza y se volvió a inclinar para apuntar.

– Esta vez tiene razón -dijo Colin, como el irritante cabrón que era-. El buen espíritu competitivo nunca ha tenido un gran valor en este juego.

– ¡Cierra la boca!-gruñó Anthony.

– De hecho -continuó Colin-, se podría argumentar que…

– He dicho que te calles.

– …que es totalmente lo contrario, y que la falta de espíritu competitivo…

– Cierra la boca, Colin.

– …se debe elogiar, y…

Anthony decidió terminar con aquello y osciló el mazo. A aquel paso, se quedaría allí de pie hasta Michaelmas. Colin no iba a dejar de hablar nunca, y menos cuando tenía la oportunidad de irritar a su hermano.

Anthony se obligó a no oír nada excepto el viento. O al menos lo intentó.

Apuntó.

Hizo retroceder el mazo.

¡Crack!

No demasiado fuerte, no demasiado fuerte.

La bola salió rodando hacia delante, desafortunadamente no lo bastante lejos. No iba a pasar por el último palo en el próximo intento. Al menos no sin intervención divina que enviase la bola y la hiciese rodear una piedra del tamaño de un puño.

– Colin, te toca -dijo Daphne, pero él ya estaba apresurándose hacia su bola. Le dio un descuidado golpecito, y luego gritó:

– ¡Kate!

Ella se adelantó, parpadeando mientras calculaba la configuración del terreno. Su pelota estaba aproximadamente a un pie de distancia de la de Anthony. La piedra, sin embargo, estaba al otro lado, lo que quería decir que si intentaba boicotearle, no podría enviarle muy lejos, seguramente la piedra bloquearía la pelota.

– Un dilema interesante -murmuró Anthony.

Kate dio vueltas alrededor de las pelotas.

– Sería un gesto romántico -reflexionó ella-, si permito que ganes.

– Ah, esto no es algo que estés permitiendo -se burló él.

– Respuesta incorrecta -dijo, y apuntó.

Anthony estrechó sus ojos. ¿Qué iba a hacer ella?

Kate golpeó la pelota con la cantidad justa de fuerza, apuntando no directamente a su pelota, sino hacia la izquierda. La pelota se estrelló contra él, enviándola fuera con movimientos en espiral hacia la derecha. A causa del ángulo, ella no podía mandarla hasta donde podría tener con un tiro directo, pero se las ingenió para mandarla derecha a la cumbre de la colina.

Derecha a la cumbre.

Derecha a la cumbre.

Y entonces descendió.

Kate soltó un grito de placer que no habría estado fuera de lugar en un campo de batalla.

– Me las pagarás -dijo Anthony.

Ella estaba demasiado ocupada dando brincos como para prestarle cualquier atención.

– ¿Quién se supone que ganará ahora? -preguntó Penélope.

– Haz que lo sabes -dijo Anthony tranquilamente-, no me importa. -Y después caminó hacia la pelota verde y apuntó.

– ¡Detente, este no es tu turno! -gritó Edwina.

– Y esa no es tu pelota -añadió Penélope.

– ¿De verás? -murmuró él, y luego hizo un fly, estrellando su mazo en la pelota de Kate y enviándola a toda velocidad a través del césped, hasta la poco pronunciada cuesta, y la metió en el lago.

Kate soltó un ultrajado resoplido.

– ¡Eso no fue muy deportivo por tu parte!

Él le dedicó una sonrisa enloquecedora.

– Todo vale y todo eso, esposa.

– La sacarás tú -replicó ella.

– Eres la única que necesita un baño.

Daphne soltó una risa ahogada, y luego dijo:

– Creo que es mi turno. ¿Seguimos?

Ella se marchó, Simón, Edwina, y Penélope siguieron su estela.

– ¡Colin! -ladró Daphne.

– Ah, muy bien -refunfuñó, y se rezagó tras ellos.

Kate alzó la vista a su marido, sus labios comenzaban a crisparse.

– Bien -dijo ella, escarbando en un punto en su oreja que estaba particularmente endurecido por el barro-, supongo que esto es el final del partido para nosotros.

– Supongo.

– Un trabajo brillante este año.

– Tú también -añadió él, sonriéndole-. El charco estuvo inspirado.

– Yo también lo pensé -dijo ella, con nada de modestia en absoluto-. Y bien, respecto al barro…

– No fue del todo a propósito -murmuró él.

– Yo hubiera hecho lo mismo -concedió ella.

– Sí, lo sé.

– Estoy asquerosa -dijo mirándose.

– El lago está ahí mismo -dijo él.

– Está tan frío.

– ¿Un baño, entonces?

Ella sonrió de modo seductor.

– ¿Te unirás a mí?

– Pero por supuesto.

Él le ofreció su brazo y juntos comenzaron a pasear de vuelta a la casa.

– ¿Deberíamos haberles dicho que perdemos?- preguntó Kate.

– No.

– Colin va a intentar robar el mazo negro, lo sabes.

Él la miró con interés.

– ¿Piensas que él intentará llevárselo de Aubrey Hall?

– ¿Tú no?

– Absolutamente -contestó él, con gran énfasis-. Tendremos que aunar fuerzas.

– Oh, en efecto.

Anduvieron unos metros más, y luego Kate dijo:

– Pero una vez que lo tengamos de vuelta…

Él la miró con horror.

– Oh, entonces esto es un sálvese quien pueda. No pensarás…

– No -dijo ella deprisa-. Absolutamente no.

– Entonces estamos de acuerdo -dijo Anthony, con algo de alivio. ¿En realidad, dónde estaría la diversión si él no pudiera derrotar Kate?

Caminaron durante unos segundos más, y luego Kate dijo:

– Voy a ganar el próximo año.

– Sé que piensas que lo vas a hacer.

– No, lo haré. Tengo ideas. Estrategias.

Anthony se rió, luego se inclinó para besarla, con barro y todo.

– Yo también tengo ideas -dijo él con una sonrisa-. Y muchas, muchas estrategias.

Ella se lamió los labios.

– No hablaremos sobre el palamallo por más tiempo, ¿verdad?

Él negó con la cabeza.