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– ¿Lady Confidencia? -Anthony entornó los ojos-. ¿Esa pobre vieja?

– Tal vez no sea tan vieja.

Anthony soltó un resoplido burlón.

– Es una vieja arrugada, y lo sabes.

– No lo sé -dijo Kate soltándose de él y metiéndose debajo de las mantas-. Creo que podría ser joven.

– Y yo creo -anunció Anthony- que no tengo muchas ganas de hablar de lady Confidencia justo ahora.

Kate sonrió.

– ¿Ah no?

Él se echó junto a ella y le rodeó la cadera con los dedos.

– Tengo cosas mucho mejores que hacer.

– ¿Sí?

– Mucho. -Sus labios encontraron la oreja de Kate-. Mucho, mucho, mucho mejores.

Y en un dormitorio pequeño y amueblado con elegancia, no tan lejos de la mansión Bridgerton, una mujer -que ya no estaba en la flor de la juventud, pero desde luego tampoco arrugada ni vieja- se sentaba al escritorio con pluma y tintero y sacaba una hoja de papel.

Estirando el cuello a un lado y a otro, puso la pluma sobre el papel y empezó a escribir:

REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN

19 de septiembre de 1823

Ay, amable lector, a Esta Autora le han explicado…

Nota de la autora

La reacción de Anthony a la muerte de su padre es muy común, especialmente entre los hombres. (En un grado muy inferior, las mujeres cuyas madres fallecen de forma prematura reaccionan de un modo similar.) Los hombres que han perdido a un padre aún muy joven a menudo son presa de la fatídica convicción de que también ellos sufrirán ese mismo destino. Estos hombres saben que sus temores son irracionales, pero les es casi imposible superarlos hasta que alcanzan (y sobrepasan) la edad en que falleció el padre.

Puesto que tengo un público compuesto mayoritariamente por lectoras femeninas, y puesto que el dilema de Anthony es una «cosa tan de hombres» (por emplear una frase moderna), me preocupaba que tal vez les costara identificarse con su problema. Como escritora de novelas románticas, me debato constantemente entre convertir a mis protagonistas en héroes absolutos o hacerles más reales. Con Anthony, confío en haber logrado el equilibrio. Cuando se lee un libro, es fácil fruncir el ceño y refunfuñar: «¡A ver si se te pasa ya de una vez!, pero lo cierto es que a la mayoría de los hombres les cuesta bastante superar la pérdida repentina y prematura de un padre querido.

Los lectores perspicaces advertirán que la picadura de abeja que mató a Edmund Bridgerton de hecho era la segunda que sufría en su vida. En términos médicos, este dato es correcto: las alergias a las picaduras de abeja por lo general no se manifiestan hasta la segunda picadura. Puesto que Anthony sólo ha sufrido una picadura en su vida, es imposible saber si es alérgico o no. No obstante, como autora de este libro, me gustaría pensar que ejerzo cierto control creativo sobre las enfermedades de mis personajes, de modo que decidí que Anthony no tuviera ningún tipo de alergia y, es más, que llegara a muy viejo y viviera hasta la avanzada edad de noventa y dos años.

Con mis mejores deseos,

Julia Q.

Julia Quinn

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