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Wolves and Leopards,

Are trying to kill the sheep and the shepherds.

Too much informers,

Too much tale-bearers… [2]

Cuando Easy levantó la mirada desde la mesa de billar, supo que no volvería a ver a Ollie. Sólo podía esperar, por el bien del chaval, que no fuese Easy quien se había encargado de él. Conocía la capacidad para la violencia de su amigo. Así le sacaba al menos treinta centímetros a Easy, pero Theo sabía por quién apostaría llegado el momento.

Easy dejó una bola en la boca de una tronera, soltó un taco y se incorporó.

– Te toca, T.

Theo tenía la cabeza a mil. Si Wave sabía que Ollie había estado hablando con quien no debía, tal vez también supiese quién era esa persona. Tal vez ya estuviese tomando medidas para parar lo que estaba pasando. Quizá despachasen también a Easy para arreglar la situación…

– T…

Theo se agachó y metió la bola negra en una tronera con la mano.

– ¿Qué coño haces, tío? -dijo Easy.

Theo puso un billete de diez sobre la mesa y dijo:

– Me voy a casa.

Helen había bajado hasta la tienda turca en cuanto terminaron las noticias de mediodía. La mujer del dueño le había dado un poco de baklava relleno de pistacho recién hecho. Helen había comprado también un poco de pan y queso y se lo había llevado todo al parquecito de enfrente para comer.

Cuando volvió a casa, había tres mensajes en el contestador. Los dos primeros habían colgado sin decir nada. Había tenido varias llamadas de ese tipo durante la última semana o así, y todas las veces habían llamado con número oculto y habían esperado diez o quince segundos antes de colgar. Como si se conformasen con no hablar, o tuviesen demasiado miedo para decir algo.

Helen estaba bastante segura de que quien llamaba era un hombre. Y de que no se había equivocado de número.

El tercer mensaje era de una mujer, una auxiliar administrativa de la Brigada de Homicidios de la Zona Oeste.

Al parecer, el responsable de la investigación estaba satisfecho con el rumbo de la misma. Se había reunido con el forense, que se alegraba de autorizar el entierro y emitir un certificado de defunción provisional. Así las cosas, el responsable de la investigación se alegraba a su vez de poder entregar el cuerpo del subinspector Hopwood al día siguiente.

Se alegraba.

Veintisiete

Al pub no le faltaba mucho para estar listo, y Clive había dicho que estaba resolviendo lo del distrito SE3, así que Frank se fue temprano al despacho que tenía alquilado detrás de Christ College y pasó la mañana poniéndose al día con otros negocios.

Tenía un montón de permisos de construcción e informes sobre tres locales comerciales nuevos cuya compra estaba tramitando por revisar. Acordó las tarifas de fin de semana con un nuevo contratista polaco y organizó «regalos» para dos concejales distintos cuya buena voluntad le vendría bien para una nueva promoción que se estaba planteando hacer en Battersea. Hizo unas cuantas llamadas y gestionó la entrega de varias cajas de buen vino y relojes «para él y para ella».

Todo formaba parte del juego. Gastos justificados. Su contable podía registrar esas adquisiciones como «regalos de empresa» en los libros de registro.

Después fue a ver a la madre de Laura. Iba solo en el coche, al volante, para variar. No quería que ninguno de sus empleados, ni siquiera Clive, tuviese acceso a aquel aspecto de su vida privada.

La madre de Laura vivía en un dúplex que Frank le había comprado hacía unos años en una bonita zona de Eltham. También le había regalado un pequeño utilitario, algo para que pudiese moverse por ahí; pero Frank tenía la impresión de que no salía mucho de casa últimamente. Aunque para entonces el negocio ya estaba montado y funcionando, Frank había empezado a visitarla con tanta frecuencia como le era posible en cuanto había descubierto que tenía una hermana, y siempre se iba con la sensación de haber hecho algo bueno.

Ella se emocionó al verle, como siempre. Le dijo lo mucho que le agradecía que hubiese ido a verla, lo mucho que le agradecía todo, y sus ojos se llenaron de lágrimas antes de que Frank entrase siquiera. Notó el olor a alcohol que desprendía cuando le abrazó.

Hablaron de Laura, como siempre, mientras Frank se tomaba zumo de naranja y ella abría otra botella de vino. Le preguntó por sus negocios y él le habló del pub. Ella dijo que sonaba de maravilla, que de joven le gustaba salir alguna noche que otra, cuando los pubs no estaban llenos de música chillona y gente viendo el fútbol.

– Laura se quedaba sentada fuera, más buena que el pan. Le sacábamos una botella de Coca-Cola y unas patatas.

– Mi madre hacía eso conmigo -dijo Frank.

– ¿Ves?

– A él le gustaba beber, ¿verdad?

En cuanto le mencionó a «él», el tono de la conversación cambió. El viejo de Frank les había abandonado a él y a su madre, y luego había hecho exactamente lo mismo, muchos años después, cuando Laura tenía más o menos la misma edad que Frank por entonces. La" madre de Laura solía sacar una foto de un hombre de rasgos afilados que se parecía muchísimo a Frank. Luego siempre decía:

– Has sido más padre para ella de lo que ese capullo inútil lo fue en toda su vida.

Frank se había pasado años buscando a su padre, se había dejado un buen dinero en detectives privados que no le habían llevado a ninguna parte. Todavía tenía la esperanza de ajustar las cuentas con él algún día.

Demostrarle a aquel inútil hasta dónde había llegado exactamente…

– Le gustaba la bebida, pero a la bebida no le gustaba él -ninguno de los dos tenía demasiados recuerdos felices cuando se trataba del padre de Frank, y la voz de la segunda mujer del hombre estaba empapada de alcohol y amargura al hablar-. Si lo piensas, es increíble que tú y Laura hayáis salido tan bien.

– Eso es mérito tuyo y de mi madre -dijo Frank.

– Pero los genes son poderosos -se sirvió otra copa-. ¿Alguna vez te ha preocupado lo que podrías haber heredado de él?

– Nunca lo he pensado.

– ¿Por eso no has tenido hijos, Frank?

– No…

– Nunca es demasiado tarde, ¿sabes?

Frank meneó la cabeza.

– No lo creo.

– Nunca es demasiado tarde.

– Cómo eres depende de ti. No hay excusa. No es culpa de otros si metes la pata.

– Tú no has metido la pata, cariño. Te has desenvuelto muy bien.

– Exacto. Y nadie más que yo puede atribuirse el mérito.

Ya se había bebido media copa de vino, y otro trago se hizo cargo del resto.

– Serías un buen padre, Frank.

Frank se levantó y se dirigió al espejo que había sobre la estufa de gas. Enderezó la cadena que llevaba al cuello y se colocó el pelo mientras ella hablaba de cómo se ponía a veces su padre cuando había bebido una copa de más; sobre cómo no podía tener las manos quietas… o los puños. Pero bajo el asco, Frank podía notar la tristeza en su voz. El cabrón de su viejo había sido guapo, eso era innegable, y Frank sabía que no había habido nadie importante en la vida de aquella mujer desde que él se había ido.

Suponía que, muy en el fondo, seguía sintiendo algo más que desprecio por el desgraciado hijo de puta que la había dejado tan jodida.

– ¿Por qué te juntaste con él para empezar? -le preguntó.

Ella se llevó la copa vacía a la mejilla.

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[2] N. de la T.: Lobos y leopardos / están tratando de matar a las ovejas y los pastores. / Demasiados informadores / demasiados correveidiles…