Jordan apretó un botón en el control remoto del tablero de instrumentos y la verja se abrió.
La casa se erguía majestuosa en la cima de la meseta. Su diseño se adaptaba a la perfección del paisaje, aprovechando los contornos naturales del terreno.
Jordan dirigió el coche hacia el patio techado que había frente a la entrada principal y apagó el motor. No había dejado de llover.
Jordan se bajó del coche y fue al otro lado para abrirle la puerta a su esposa.
– Bienvenida a Valley View, señora Caine -sonrió mientras la ayudaba a bajar.
Kasey miró a su alrededor, mientras Jordan subía los escalones de la entrada principal para abrir la puerta. Se detuvo allí a esperar a su joven esposa. Ella avanzó con pies de plomo.
– Es preciosa -comentó Kasey y antes de que pudiera darse cuenta de lo que ocurría, su esposo la cogió en brazos-. ¡Jordan, bájame! Peso demasiado -protestó.
– ¡Boberías! Es una tradición, hay que cruzar el umbral con la novia en brazos -la besó con suavidad mientras la dejaba en el suelo. Sin soltarla de la cintura encendió la luz del vestíbulo.
Jordan la miró con una sonrisa.
– Me alegro de que hayamos seguido hasta casa -dijo-. Entra mientras voy a buscar el equipaje -se volvió y la dejó allí.
Como aturdida, Kasey observó a su marido dirigirse al coche. Acababa de ser levantada como si no pesara nada. Todavía podía sentir el vigor de sus brazos y se estremeció.
Jordan se reunió con ella, y cerró la puerta con el pie. El apagado ruido del picaporte pareció resonar dentro de Kasey como el badajo de una campana portentosa.
– Te voy a enseñar la casa -bajó la media docena de escalones que llevaban al salón y luego condujo a su esposa hacia una escalera que llevaba a un pasillo.
Kasey lo siguió vacilante. Pasaron delante de cuatro habitaciones hasta llegar a una habitación que estaba al final del pasillo. Con una opresiva sensación de fatalidad, Kasey entró en el cuarto.
Las paredes eran de color azul claro y el lecho estaba cubierto con un edredón bordado de color azul. Unas cortinas de color azul turquesa adornaban un ventanal que daba al valle.
Jordan dejó las maletas en el suelo y se volvió hacia ella. «Si me toca ahora, voy a ponerme a gritar como una histérica», pensó nerviosa, Kasey.
Jordan arqueó una ceja y una leve sonrisa tembló en sus labios.
– Te dejo sola. Iré a preparar un poco de café mientras te refrescas. El cuarto de baño está allí -dijo con amabilidad-. Cuando estés lista te espero en el salón que está al lado del vestíbulo -y salió del cuarto.
Kasey suspiró lentamente. Le dolían todos los músculos del cuerpo, estaba agotada. La tensión comenzaba a afectarla.
En ese momento, lo único que le apetecía era tumbarse en la cama apaciblemente en el olvido. Pero no podría ser. Todavía había muchas cosas que tenía que explicarle a Jordan y debía hacerlo esa misma noche.
Se dirigió lentamente hacia el cuarto de baño y se asomó adentro. Era increíblemente lujoso.
Se miró en el espejo y observó su extremada palidez. Parecía estar a punto de desmayarse.
Volvió a la habitación y sacó sus artículos de belleza para dejarlos en el cuarto de baño. Luego sacó el seductor camisón que había comprado para su luna de miel antes de oír la fatídica conversación de Jordan y Desiree en el jardín de la mansión Caine.
La prenda era de color marfil y caía con la suavidad de un velo. Kasey acarició la delicada tela. Era la prenda que habría escogido una mujer pensando en su amante.
Apartando de su mente aquellos pensamientos, se encaminó al baño y cerró la puerta. El agua caliente de la ducha la reanimó.
Cuando se puso el camisón y el salto de cama se miró en el espejo para cepillarse el pelo. Se observó con atención.
Al menos el camisón no era transparente. Se sonrojó. De cualquier modo, la fina tela se ajustaba a su cuerpo de una forma peligrosamente seductora. Se cruzó de brazos, temiendo que Jordan hubiera entrado en la habitación, y salió. Afortunadamente, su marido no estaba allí.
Kasey volvió a suspirar profundamente y se preparó mentalmente para encontrarse con él en el salón. Se puso unas zapatillas y salió al pasillo.
Jordan le ofreció una taza de humeante café en cuanto entró y Kasey le sonrió agradecida.
Sin duda él había estado en la habitación mientras ella se duchaba, pues se había cambiado de ropa. Llevaba el mismo albornoz que llevaba cuando la joven se había despertado en su cama aquella mañana que en ese momento le parecía tan lejana. Y estaba tan atractivo como entonces.
Cuando Jordan se inclinó para pasar el café a Kasey, ésta clavó la mirada en el ancho pecho que quedó al descubierto con aquel movimiento.
– Ven a sentarte aquí -Jordan le señaló los mullidos sillones y Kasey decidió sentarse enfrente de él-. Abriría las cortinas, pero está lloviendo y ha oscurecido muy pronto -hizo una pausa y luego continuó-. Se ve el mismo paisaje desde nuestro dormitorio.
«Nuestro dormitorio». Aquellas palabras lo decían todo. Jordan estaba seguro de que iban a dormir en la misma cama. Kasey se estremeció y dio un sorbo a su café. Jordan suspiró, se echó hacia atrás en su asiento y se cruzó de piernas.
– Me alegro que todo haya pasado, ¿tú no?
– Sí, no… es decir… -farfulló Kasey y su esposo la miró con una indulgente sonrisa.
– Tranquilízate, mi amor -dijo con desenfado-. No voy a tirarme encima de ti como un troglodita para llevarte a mi cueva. Por lo menos hasta que nos hayamos terminado el café -añadió con una sonrisa traviesa.
– Jordan, tenemos que hablar. Me gustaría haberlo hecho antes, pero no he encontrado el momento oportuno -Kasey respiraba con dificultad-. Creo que no deberíamos… Prácticamente no nos conocemos y creo que no debemos…
– ¿No debemos? -repitió él con desenfado-. ¿No debemos qué?
– Ya sabes -Kasey extendió las manos-. No deberíamos… -tragó saliva-, acostarnos juntos -concluyó con rapidez. Jordan le dirigió una mirada glacial.
– ¿Qué quieres decir? ¿Que debemos dormir en camas separadas o que no debemos hacer el amor?
Kasey se sonrojó de pies a cabeza.
– Creo que no debemos precipitar los acontecimientos. Deberíamos conocernos mejor antes de hacer el amor.
– Yo te conozco, Kasey.
Kasey negó con la cabeza.
– La noche que te desmayaste en mis brazos me suplicaste que hiciéramos el amor -insistió Jordan sin alzar la voz.
– Aquella noche no estaba bien, sabes que había bebido -Kasey se puso de pie, nerviosa-. Lo siento, Jordan, no puedo acostarme contigo. No me parece sensato, y además… no estoy… enamorada de ti.
Ya, estaba dicho. Miró a su esposo con aprensión.
Jordan dejó lentamente su taza de café en la mesa y se puso de pie con deliberada parsimonia.
– ¿Y qué tiene que ver el amor con esto? -preguntó con cierta amargura en la voz.
– Todo.
Jordan soltó una cínica carcajada.
– Supongo que no creerás que todas las parejas que hacen el amor están enamoradas, ¿verdad? ¿Crees que he estado enamorado de todas las mujeres que se han acostado conmigo?
Para Kasey, aquellas palabras fueron como una puñalada. Estuvo a punto de gritarle a Jordan que estaba segura de que todavía habría muchas, pero mantuvo los labios firmemente cerrados.
– ¿Piensas que el amor es un requisito imprescindible para acostarse con alguien?
– Por lo que a mí concierne… -farfulló la joven-… sí lo es.
– ¿Quieres decir que no podrías acostarte con un hombre al que no amaras?
Kasey asintió y Jordan la miró fijamente durante unos segundos que a Kasey le parecieron interminables.
– Entonces Kasey, ¿por qué diantres te has casado conmigo?
¿Por qué? Kasey intentó aclarar sus pensamientos. ¿Qué podía decir? ¿Para demostrarle a Greg que ella también era capaz de encontrar pareja? ¿Para dejar claro que no lo necesitaba? ¿Para ponerle celoso?