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Jordan esbozó una extraña sonrisa; parecía despreciarse a sí mismo.

– Un hombre no puede soportar que lo provoquen, Kasey -dijo con suavidad, sin apartarse de ella-. Y menos la noche de bodas -añadió intencionadamente-. Ahora tenemos que decidir si vamos a terminar o no lo que hemos empezado.

– Yo no he empezado nada -subrayó ella.

– ¿No?

– ¡No! -estaba indignada.

– Dijiste que eras virgen -continuó Jordan-. ¿Es verdad o fue un anzuelo para pescarme?

Kasey se sonrojó. Fue incapaz de contestarle. Nunca se había sentido tan humillada.

– Es normal que en esta época dude de tu supuesta virginidad -observó Jordan.

– Es verdad -declaró Kasey-. Soy virgen.

Un destello fugaz cruzó el rostro de Jordan. A lo mejor iba a reconsiderar su decisión, se dijo la joven esperanzada.

– Entonces intentaré no hacerte daño -repuso Jordan con voz ronca.

Inclinó lentamente la cabeza y volvió a rozar con los labios la curva del hombro de su esposa, encendiendo en el interior de Kasey un fuego abrasador.

– Jordan, no debemos… creo que no deberíamos… -murmuró Kasey intentando dominarse.

Sentía la piel enardecida mientras Jordan bañaba de suaves besos su rostro. Era tal la pasión que en ella despertaba que la joven se dijo que iba a enloquecer si no volvía a besarla en la boca. Cuando lo hizo, Kasey abrió los labios permitiéndole acceder al dulce interior de su boca.

Kasey gimió cuando Jordan le quitó el camisón y deslizó las manos por su precioso cuerpo.

– ¡Dios mío! Tu cuerpo parece de porcelana -dijo Jordan con un susurro de adoración-. Es un cuerpo perfecto.

Con sus excitantes caricias, estaba llevando a la joven al borde del delirio.

Un leve resquicio de cordura le advirtió que tuviera cuidado, pero se sabía incapaz de resistirse, de poner un alto a aquel placer sobrehumano.

Sólo cuando Jordan se puso completamente encima de ella, Kasey fue plenamente consciente de lo que estaba a punto de ocurrir.

– Kasey, por favor -susurró Jordan, acariciándole el lóbulo de la oreja-. No intentes detenerme, porque me temo que, aunque quisiera no podría.

Un momento, o una eternidad después, Kasey yacía al lado de su esposo mientras éste trataba de recobrar el ritmo de la respiración.

A Kasey le dolía el cuerpo. ¿Sería siempre tan doloroso?, quiso preguntarle a Jordan, pero el orgullo la detuvo. ¿Qué había salido mal? Al principio había sido maravilloso, pero luego se había dejado llevar por el pánico, había opuesto resistencia y…

– Kasey -Jordan se incorporó a su lado y la miró detenidamente. Sus oscuros cabellos le caían sobre la frente y las pestañas ocultaban la expresión de sus ojos.

Kasey apartó la cabeza, avergonzada de sí misma, ante la facilidad con la que había cedido a los reclamos de su esposo.

– Kasey -repitió él-. Mírame.

Kasey buscó las sábanas para intentar cubrir su desnudez, pero Jordan se las arrebató. Le cogió la barbilla y la obligó a volver la cabeza para mirarlo a los ojos.

– No me castigues con este silencio -dijo y Kasey apretó los labios-. ¡Di algo! Al menos exige que me disculpe.

Kasey se tranquilizó un poco y Jordan la soltó. Kasey alzó los ojos hacia su esposo y él sacudió la cabeza.

– Supongo que te mereces una disculpa -añadió Jordan.

Se incorporó para sentarse al borde de la cama y Kasey vio la marca de sus propias uñas en el omoplato. Alargó una mano para tocarla, pero en seguida se contuvo.

Jordan suspiró y se volvió hacia ella; bajó la mirada hacia los pechos de la joven antes de mirarla a los ojos.

– Siento haberte hecho daño, Kasey -dijo; por la mejilla de Kasey se deslizó una lágrima.

– No llores. Créeme, no me puedes odiar más de lo que yo me desprecio en este momento -la miró fijamente-. ¿Te encuentras mal?

Kasey sacudió la cabeza.

– No… lo que pasa es que… -se interrumpió, las lágrimas le impedían continuar-. No ha sido culpa tuya -logró farfullar.

– Por supuesto que ha sido culpa mía. Yo he empezado, y pensaba que podría controlar la situación. Quería excitarte un poco para ayudarte a vencer el miedo y luego pensaba dormirme. Vaya jueguecito, ¿verdad? -Volvió a mirar los pechos de la joven-. Eres una mujer muy deseable, Kasey, lo sabes. No es ninguna excusa, claro, pero tienes un cuerpo excitante -le cubrió un seno con una mano-. Y, que Dios me perdone, pero me gustaría volver a hacer el amor.

Kasey se replegó.

– No te asustes, no voy a volver a intentarlo -se apresuró a tranquilizarla él-. No soy tan desconsiderado. La próxima vez será mejor, te lo prometo. Nos lo tomaremos con calma y escogeremos el momento más oportuno -se inclinó para besarla con suavidad-. Ahora deberíamos dormir.

Jordan alargó el brazo para apagar la lámpara de cabecera; acababa de acomodarse al lado de su esposa cuando el timbre del teléfono los sobresaltó a los dos. Jordan volvió a encender la luz y descolgó el auricular.

– Sí, soy Jordan -dijo y luego frunció el ceño-. Cálmate, Desiree.

Kasey se incorporó, al oír el nombre de aquella mujer algo se desgarró en su interior. Permaneció sentada, muy tiesa, escuchando la conversación con atención.

– ¿Cuándo? -preguntó Jordan con paciencia-. ¿Ya has llamado a papá? Tienes que hacerlo, Desiree. Ya deberías haberlo hecho. ¿Dónde están las niñas? Pues llévalas a casa de mis padres y vete al hospital. Yo iré en cuanto pueda -colgó el teléfono. Había palidecido y parecía muy preocupado.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Kasey-. ¿Ha ocurrido algo malo?

– Se trata de David -dijo Jordan-. Lo han llevado al hospital. Ha tenido un infarto.

– ¡Oh, no! -Kasey cogió a su esposo del brazo, pero él no pareció notarlo.

– Desiree está histérica -dijo Jordan con asombrosa serenidad-. Tendré que ir a ayudarla.

Capítulo 6

El viaje de vuelta a la ciudad se le hizo a Kasey mucho más largo que el de ida. Aunque la lluvia había cesado, las carreteras seguían mojadas y resbaladizas, exigiendo de Jordan completa concentración.

Kasey quería ofrecerle alguna forma de apoyo, algún consuelo, pero no sabía qué decir o hacer. Aparte decirle que su hermano había sufrido un infarto, Jordan no había dado más detalles sobre lo ocurrido.

Al principio, Jordan le había sugerido a Kasey que se quedara en Valley View, pero Kasey había insistido en acompañarlo a la ciudad. No tenía ganas de quedarse sola en la casa, esperando noticias sobre la salud de David y preguntándose qué estaría haciendo Jordan con Desiree.

Le parecía ridículo estar pensando en su cuñada en un momento así, pero le resultaba imposible olvidar la conversación que habían mantenido Jordan y Desiree aquella espantosa noche y la discusión que había tenido con ella la misma noche de su boda.

Kasey miró de soslayo a su marido y advirtió la palidez de su demacrado rostro. Su perfil era duro y tenso. Cómo le hubiera gustado a Kasey poder llegar a su corazón, consolarlo y a la vez estar segura de que su esposo sentía algo por ella.

Necesitaba demostrarse que no era un fracaso. Como mujer, como había sentido esa misma noche al hacer el amor con Jordan.

Quizá había esperado demasiado del primer encuentro amoroso. Se suponía que una mujer como ella debía saberlo todo sobre el sexo, ¿no? En realidad, había disfrutado de los besos de Jordan, de sus caricias, hasta que… Al recordarlo se estremeció.

– ¿Tienes frío? -la profunda voz de su esposo la sobresaltó.

– No, no -contestó inmediatamente-. ¿No te cansas de conducir? Si quieres, yo puedo llevar el coche.

– Estoy bien -Jordan enderezó la espalda y se frotó el cuello-. Llegaremos al hospital dentro de unos veinte minutos.