– Me sentí halagado, Doncella de Hielo -murmuró con suavidad y Kasey lo miró a la cara, con un extraño dolor en el corazón-. Simplemente halagado.
– Yo… no… no sabré qué decirle a mi padre.
– Lo aceptará, Kasey. Y además seguro que le alegra poder decirte que él ya te lo había advertido.
– ¡Mi padre no es así! -protestó Kasey.
– Tendría todo el derecho del mundo, ¿sabes? -dijo-. En realidad, prácticamente no nos conocíamos -hizo una pausa-. Y desde luego, nos conocíamos mucho menos de lo que conoces a Parker, por ejemplo.
Kasey lo miró sinceramente asombrada y al comprender lo que había querido decir, enrojeció de vergüenza.
– Tengo entendido que crecisteis juntos.
– Mi padre trataba a Greg como a otro hijo.
– Pero no lo es.
Kasey lo miró extrañada.
– Tu padre nunca lo adoptó.
– No, por supuesto. Greg tiene a sus padres en Australia Occidental, pero… -se encogió de hombros -no se lleva bien con ellos. Se fue de su casa cuando tenía quince años y un año después apareció en Akoonah Downs buscando trabajo. Mi padre lo contrató y le dio la oportunidad que todos le habían negado.
– ¿Qué edad tenías entonces?
– Ocho años.
Jordan la miraba con ojos fríos, penetrantes.
– Entonces tu padre lo contrató y le enseñó todo lo que sabía.
– Supongo que sí. Greg aprendió con mi hermano. Eran muy buenos amigos, Greg y Peter. Bueno… los tres lo éramos.
– Sólo buenos amigos.
– Sí, sólo buenos amigos.
Jordan sonrió, los labios le temblaban de forma escalofriante mientras miraba a su esposa con ojos penetrantes.
– No lo creo, querida.
– ¿Qué quieres decir?
– Vi cómo te miraba Greg el día de nuestra boda. Si no hubiera sabido que está comprometido con otra mujer, habría dicho que está perdidamente enamorado de ti.
– Pues te equivocas -replicó Kasey, sofocada por la fuerza de sus sentimientos.
Una fría sonrisa curvó los labios de Jordan.
– ¿Qué ocurrió entre tú y Parker? ¿Tuvisteis una riña amorosa? Y luego, tú te fuiste a la ciudad con la esperanza de que él te siguiera y te suplicara que volvieras.
Kasey tenía la sensación de estar viviendo una pesadilla.
– No, por supuesto que no. ¿Por qué iba a hacer eso?
– Para doblegarlo. Para obligarlo a que te pidiera que volvieras a casa.
– ¡Eso es ridículo! No sabes nada de mí, de mi vida.
– No, ¿verdad? Pero sí sé que había algo más que amistad entre tú y Parker. Lo noté en sus ojos cuando te acercabas al altar por el pasillo de la iglesia. Así que… -se frotó la barbilla -me pregunto: ¿por qué un hombre enamorado de una chica, decide casarse con otra? Todo un dilema.
– Dilema en el que has estado pensando desde el día de nuestra boda, ¿no es cierto? -Le espetó Kasey-. Escucha, eres tú el que ha convertido en dilema algo inexistente. Además, eso no tiene nada que ver con lo nuestro. Desde que nos casamos no he visto ni una vez a Greg. De modo que tu teoría puede irse al cubo de la basura.
Jordan rió con amargura.
– Y en cuanto me he ido unos días, has vuelto aquí.
– Greg está en Perth visitando a sus padres -replicó Kasey-. Ya te he dicho que he venido a ver a mi padre.
– Sí -contestó Jordan con aparente tranquilidad y Kasey permaneció con los labios apretados y echando chispas por los ojos.
Ninguno de los dos habló; sólo el ruido de los cascos de los caballos perturbaba el pesado silencio.
Jordan fue el primero en romperlo.
– Quizá deberías considerar mi propuesta de divorcio con seriedad -dijo-. A menos que quieras intentar la anulación. Después de todo, creo que es lo más honesto que podemos hacer, ¿no te parece?
Kasey resistió el impulso de darle una bofetada.
– Piénsalo, querida -insistió con cierto aire burlón-. Ahora creo que lo mejor será que volvamos a casa.
Desató las riendas del caballo de Kasey se las pasó, y luego montó en su caballo.
Descendieron por la colina a paso lento, sin hablar. ¿Cómo se habría enterado Jordan de lo que sentía por Greg?, se preguntaba Kasey. Miró a su marido por el rabillo del ojo cabalgando perfectamente y la joven se preguntó dónde y cuándo había adquirido esa habilidad.
¡Qué poco sabía de su marido! Kasey sofocó una súbita oleada de autocompasión. Estaba segura de que su misma secretaria particular sabía más sobre él que ella.
Invadida por una profunda sensación de tristeza tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no echarse a llorar, para no dar rienda suelta a su dolor. ¡Hacía tanto tiempo que el dolor parecía formar parte de su vida! Sobre todo desde que había oído sin querer la conversación de Jordan y Desiree… ¡No! Desde que Greg le había dicho que se iba a casar con Paula.
Comprendió, de repente, que el dolor que había sentido por la traición de Greg era una mera sombra en comparación con la angustia de imaginar a Jordan en brazos de su cuñada. Pero eso era ridículo. ¿Qué le estaba ocurriendo?
La verdad la golpeó como un relámpago inesperado. En aquel momento lo vio todo con una increíble claridad. Comprendía la razón por la que había dejado que la boda se celebrara, por qué había escapado de Jordan en cuanto había tenido una oportunidad… ¡Estaba enamorada de él! Y la profundidad de su amor convertía en un juego de niños lo que había sentido por Greg.
Desmontaron en el establo y luego se dirigieron a la casa.
Kasey se sentía como si la hubieran golpeado con una maza. ¿Enamorada de Jordan Caine? ¡No era posible! El amor era algo dulce… ¡No! ¡Aquella había sido su fantasía infantil! Lo que sentía por Jordan no era dulce ni infantil. ¿Qué pensaría él si descubriera el sentimiento que había despertado en ella?
Aquello era una locura. Había descubierto la profundidad de sus sentimientos hacia Jordan el mismo día que éste le había pedido el divorcio. ¿Cambiaría de idea si ella le confesaba que se había enamorado de él? Pero Kasey tenía demasiado orgullo para confiarle sus sentimientos.
Jordan procuraba no acercarse a ella y Kasey apresuró el paso hacia su casa.
Mike y Jessie estaban en la terraza, observándolos acercarse. El padre de Kasey sonreía bonachonamente, mientras los astutos ojos de Jessie parecían adivinar que las cosas no andaban bien.
– Veo que la has encontrado -dijo Mike, con una sonrisa luminosa-. Siempre ha sido muy inquieta. Espero que no le sueltes demasiado las riendas.
Kasey se puso tensa y dirigió a su padre una mirada de reproche. Jordan sonrió, pero no comentó nada.
– Iré a cambiarme -dijo Kasey, pero Jessie la detuvo.
– ¡Nada de eso! Estás muy bien. Siéntate y toma este té que acabo de preparar -Kasey vaciló antes de sentarse, obediente, en una silla-. Jordan acaba de llegar, así que no creo que le guste que desaparezcas tan pronto -añadió la buena mujer-. ¿No es cierto, Jordan?
– Definitivamente.
Kasey lo miró y notó el irónico humor que curvaba sus labios.
– Y así debe ser -continuó Jessie, mientras servía el té y entregaba las tazas humeantes a Kasey y a Jordan-. Toma un panecillo, Jordan. Acaban de salir del horno -Jessie se volvió hacia Kasey y, cuando la joven rechazó el panecillo que le ofrecía, la mujer frunció el ceño-. Come algo, criatura. No has comido en todo el día. ¡Con razón estás tan flacucha! Media tostada para el desayuno, poco más de un hoja de lechuga para el almuerzo. ¡Uf! -sacudió la cabeza.
– Nunca he comido mucho, lo sabes, Jessie -Kasey se descubrió cogiendo un panecillo y dándole un mordisco.
– Estás demasiado delgada -Jessie se sentó.
– Cenaré bien esta noche -se justificó Kasey con tono enfurruñado, percibiendo el frío escrutinio de Jordan y deseando encontrar algo que decir para apartar de sí misma el tema de conversación.
– ¿No crees que ha adelgazado, Jordan? -insistió Jessie, volviéndose hacia él.