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– Han sido muy amables dejándonos dormir allí -añadió Greg, y Kasey asintió con desgana.

– Lo que pasa es que las chicas Carson son todas tan… bien… tan…

Greg soltó una carcajada.

– Sí, ¿verdad? Creo que Peter está medio enamorado de Jenny.

– No pensará casarse con ella, ¿verdad? -preguntó Kasey, consternada.

– No creo que Peter esté dispuesto a sentar cabeza todavía -la tranquilizó Greg-. A Peter le gusta demasiado flirtear con las chicas.

– ¿Y a ti? ¿No te gusta?

Greg se encogió de hombros.

– A veces.

– ¿Haces el amor con esas chicas?

– ¡Por Dios, Kasey, haces cada pregunta!

– Bien… ¿y las besas?

– Sólo responderé en presencia de mi abogado -bromeó Greg, para ocultar su turbación. Kasey guardó silencio y se mordió el labio.

– Greg, ¿te gustaría besarme? -preguntó por fin y él la miró escandalizado.

– Kasey, una chica no puede pedir eso.

– ¿Por qué no?

– Porque no. Al menos no con palabras. ¿Nadie te lo ha dicho?

– No -Kasey se encogió de hombros-. Nunca me han besado y me gustaría saber lo que se siente. Quiero que tú seas el primero en besarme, Greg.

– Kasey… No se hace así. Debes querer besar a alguien porque es especial. No sólo porque…

– Tú eres especial, Greg. Ya deberías saberlo.

Kasey se inclinó hacia él, apoyó las manos en sus hombros y posó su boca en la suya.

Los labios de Greg eran frescos, recordó. Había deseado besarlo durante tanto tiempo que la realización del deseo fue casi una decepción. Pero, a fin de cuentas, la inexperiencia de ella era absoluta.

– ¿Te ha gustado? -preguntó la chica con inquietud y él se sonrojó.

– Kasey, yo… pues… no sé qué decir, excepto que no debes besar a un chico sólo porque te apetezca. Pueden malinterpretarte.

– No te preocupes, sólo me apetece besarte a ti.

Greg masculló algo ininteligible.

– ¿Podemos hacerlo otra vez? -Greg retrocedió.

– ¡Kasey esto es una locura! Tu padre me torcería el cuello si se enterara.

– No tiene por qué enterarse -dijo Kasey con suavidad, al advertir un cambio en el tono de voz del joven y dándose cuenta de que comenzaba a ceder.

La segunda vez fue él quien la besó, movió los labios sobre los de ella con suavidad, con la lengua instó a la joven a que abriera la boca. Kasey se tensó antes de ceder con un suspiro. Aquello se parecía más al beso que había soñado y una deliciosa excitación aleteó en su estómago.

De repente, la intensidad del beso se tomó amedrentadora para la inexperta chica y Greg lo advirtió y se apartó.

– ¿Lo ves, Kasey? No puedes participar en juegos de adultos. Tienes que entenderlo -dijo él con tono de fastidio.

– Lo siento -murmuró la joven-. No es que no me haya gustado. Lo que pasa es que me he asustado. No estaba preparada -se sentía como una estúpida-. Supongo que no soy como el tipo de chicas a los que sueles besar, ¿verdad?

Greg la alzó la barbilla con un dedo.

– No pienses eso. Eres la chica ideal. Pero no adelantes los acontecimientos. Espera a crecer un poco más.

– ¡Pero se tarda tanto en crecer! -suspiró ella.

Greg sonrió.

– No tanto; ya verás -se puso de pie y le ofreció una mano para ayudarla a incorporarse-. Ya es hora de que volvamos. Y lo mejor será que olvidemos lo sucedido, ¿de acuerdo?

Ella lo miró a los ojos, diciéndole en silencio que eso sería imposible.

– A tu padre no le gustaría enterarse de lo que ha pasado -le dijo Greg-. De modo que nos controlaremos al menos durante unos años -le acarició la mejilla y ella no pudo descifrar la expresión de sus ojos-. Delante de los demás nos comportaremos como si no hubiera pasado nada. ¿Me entiendes?

Greg la siguió tratándola como a una hermana menor, aunque en ocasiones, ella lo descubría mirándola con cierta intensidad y Kasey temblaba de felicidad, resignada a dejar que él marcara el ritmo de su relación.

¡Relación! ¿Qué relación?, se dijo Kasey con desdeñosa ironía. Había ido a la escuela superior que su padre le había indicado, convencida de que al volver, adulta ya, Greg admitiría que la amaba y le pediría que se casaran.

Pero nunca había sospechado que durante todo aquel tiempo Greg había estado pensando en casarse con Paula.

Se le hizo un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Suspiró y volvió a ser consciente del lugar en el que se encontraba. El desconocido que estaba frente a ella continuaba mirándola. ¿La había estado observando durante todo aquel tiempo? ¿Se habría dado cuenta del dolor que la embargaba?

Se obligó a volverse hacia el joven que estaba a su lado para entablar conversación. Pero por el rabillo del ojo observó que el hombre que estaba sentado frente a ella se levantaba y se dirigía hacia la barra.

En efecto era alto, observó al seguirle con la mirada.

Al poco rato, volvió a la mesa con dos copas y dejó una delante de Kasey. Ella lo miró, deseando poder rechazar la copa, pero no deseaba crear una situación molesta. Además, el resto del grupo les estaba observando con curiosidad.

Kasey dio un sorbo a la bebida y luego miró asombrada al desconocido. El líquido incoloro, efervescente, era una simple limonada. ¿Pensaría aquel tipo que había bebido demasiado? ¡Qué insolente!

– Nos vamos a conocer la discoteca que acaban de inaugurar -dijo Anna, apartando su silla-. ¿Quieres acompañarnos? -le preguntó a Kasey.

Kasey estaba terriblemente cansada. En aquel momento lo único que le apetecía era el olvido que le proporcionaría el sueño. Se puso de pie y tuvo la desagradable sensación de que todo le daba vueltas.

– ¿Vienes con nosotros? -insistió Anna, mirando a Kasey.

– No, esta noche no, gracias -Kasey sacudió la cabeza y al momento se arrepintió de haberlo hecho. Volvió a sentarse lentamente-. Me terminaré el refresco y me iré a casa. Gracias de cualquier manera.

– Está bien -los demás comenzaron a irse.

– ¿Y tú, Jordan? -preguntó alguien.

– Esta noche no -contestó y se sentó al lado de Kasey-. Te llevaré a tu casa -dijo con una voz profunda y seductora.

– No hace falta. Y puedes estar seguro de que no estoy borracha -Kasey lo miró y tuvo que admitir que de cerca aquel hombre era más atractivo. Dio otro sorbo a su limonada para disimular su turbación.

Limonada. Odiaba su sabor dulzón. Además, aquel hombre ni siquiera le había preguntado si era eso lo que le apetecía. Pasó un camarero cerca de la mesa y le pidió un whisky.

– ¿No crees que ya has bebido demasiado? -preguntó Jordan.

– No -replicó Kasey-. Y no me gusta la limonada.

Miró de soslayo a Jordan. Este mantenía fija la mirada en la copa medio llena que sostenía en la mano. Era una mano fuerte, morena, con largos dedos vigorosos.

– Supongo que ahora me saldrás con el sermón de que el alcohol mata las neuronas y destroza el hígado.

– No. Parece que eso ya lo sabes.

Llegó la bebida de la joven y Jordan la pagó antes de que Kasey encontrara el dinero en su bolso.

Kasey dio un trago al whisky y se atragantó. ¡Ugh! ¡Qué brebaje infame! ¿Cómo podía beber esas cosas la gente?

– Si lo que estás intentando es ahogar tus penas, puedo asegurarte que mañana tendrás que enfrentarte otra vez a ellas, pero además, con resaca -dijo Jordan.

¿Penas? Jordan no tenía ni idea de lo que ella sufría. ¿Cómo se sentiría él si su vida se hubiera reducido a cero? Los hombres eran todos iguales; egoístas, fríos y crueles. Y además condescendientes, se dijo la joven.

– Esa pócima no disuelve las penas -insistió el hombre, señalando el whisky.

– Por… por lo menos no pensaré en ellas esta noche -replicó Kasey con estudiado cinismo y se obligó a beber otro trago.

– Quizá te aliviaría hablar sobre el asunto.