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Entonces no había escapatoria, pensó Quinto Druso con tristeza, pero una vez fijado su matrimonio con Cailin al menos recibiría algún dinero.

– ¿Cuándo propones -preguntó- celebrar la boda entre tu hija y yo?

– ¿Boda? ¿Entre tú y Cailin? -Gayo Druso puso cara de asombro.

– Mi padre dijo que tu hija y yo nos casaríamos, primo. Creía que había venido a Britania para casarme, para unir de nuevo las dos ramas de la familia.

El bello semblante de Quinto Druso exhibía su ira apenas reprimida.

– Lo siento, Quinto. Tu padre debió de entenderme mal, muchacho -dijo Gayo. -Yo sólo te ofrecí una oportunidad aquí, en Britania, pues en Roma no tenías ninguna. Era mi deber a causa de nuestros vínculos de sangre. Ahora bien, si tú y Cailin algún día os enamoráis, sin duda no pondría objeción a que te casaras con mi hija, pero no hubo ningún contrato de matrimonio entre nosotros. Lamento la confusión. -Sonrió con afecto y dio unas palmaditas en el brazo del joven. -Cailin aún está creciendo. Yo de ti, muchacho, buscaría una mujer fuerte y sana entre las hijas de nuestros vecinos. Dentro de unos días celebraremos la fiesta de la entrada en la edad viril de nuestros hijos gemelos, durante las Liberalias. Asistirán muchos vecinos y sus familias. Será una buena ocasión para que observes a las doncellas locales. Eres un buen partido, Quinto. Recuerda que ahora eres un hombre con propiedades.

«No hay boda.» Esas palabras le ardían en la cabeza. Quinto Druso no había estado al corriente de la correspondencia entre su padre y su primo Gayo, pero estaba seguro de que su padre creía que iba a haber boda entre él y Cailin Druso. ¿Lo había entendido mal su padre? No era un hombre joven, desde luego, pues tenía unos veinte años más que Gayo Druso.

¿O acaso su padre sabía desde el primer momento que no habría boda? ¿Le había engañado Manió Druso para que abandonara Roma porque Gayo estaba dispuesto a ofrecerle tierras? ¿Manió Druso había engatusado a su hijo menor con una buena boda porque sabía que de otro modo no se marcharía? Era la única explicación que Quinto Druso podía encontrar. Su primo Gayo parecía un hombre honrado en todos los aspectos. No como aquel viejo zorro romano, su padre.

Quinto Druso estuvo a punto de gemir de frustración y se pasó una mano por el pelo. Se hallaba aislado en el fin del mundo, en Britania, y tenía que hacerse granjero. Sintió un escalofrío al ver ante sí una larga y aburrida vida llena de cabras y gallinas. No volvería a contemplar gloriosos duelos de gladiadores en el Coliseo, ni carreras de carros en la vía Apia. Se acabaron los veranos en Capri, con sus cálidas aguas azules y un sol interminable, o las visitas a algunos de los mejores burdeles del mundo, con sus magníficas mujeres que satisfacían todos los gustos.

Tal vez si intentase que aquella pequeña zorra de Cailin se enamorara de él… No. Para ello se necesitaría un milagro, y él no creía en milagros. Los milagros eran para los fanáticos religiosos como los cristianos. Cailin Druso había manifestado su desagrado desde el momento en que había puesto los ojos en él. Cuando se encontraban en presencia de los mayores se comportaba de un modo meramente civilizado, y cuando se hallaban solos no le hacía caso. Él sin duda no quería una esposa sin pelos en la lengua y desenfrenada como aquella chica. Las mujeres de sangre celta al parecer eran así. La esposa y la suegra de su primo también eran francas e independientes.

Quinto Druso hizo un esfuerzo por tragarse su decepción. Se hallaba solo en tierra extraña, a centenares de leguas de Roma. La buena voluntad y la influencia de Gayo Druso y su familia le resultaban necesarias. No tenía nada, ni siquiera medios para regresar a casa. Bien, si no podía conseguir a Cailin y la buena dote que su padre le asignaría algún día, habría otras muchachas con buenas dotes. Ahora necesitaba de la amistad de Cailin y su madre Kyna si quería encontrar una esposa rica.

Los jóvenes primos de Quinto, Flavio y Tito, celebrarían su decimosexto aniversario el 20 de marzo. Las Liberalias se celebraban el 17. La ceremonia de entrada en la edad viril siempre se festejaba en las fiestas más próximas al cumpleaños del muchacho, aunque decidir qué cumpleaños quedaba a la discreción de los padres.

Aquel día especial, el muchacho dejaba la toga de borde rojo de su infancia y recibía en su lugar la toga blanca de la edad adulta. En Britania se trataba de un asunto meramente simbólico, pues los hombres no solían llevar toga. El clima era demasiado riguroso para ello, como Quinto había descubierto. Enseguida había adoptado la cálida y ligera túnica de lana y los braceos de los britano-romanos.

Aun así, se conservaban las viejas costumbres de la familia romana, aunque sólo fuera porque eran excusas magníficas para reunirse con los vecinos. En estas reuniones se formaban las parejas, así como acuerdos para cruzar piezas de ganado. Ofrecían a los amigos la oportunidad de volver a verse, pues viajar de manera regular cuando no era necesario ya no era posible. Todos los grupos que partían hacia la villa de Gayo Druso Corinio hacían ofrecimientos y oraban a los dioses para llegar a salvo y regresar sin contratiempos.

La mañana de las Liberalias, Quinto Druso dijo a Kyna en presencia de Cailin:

– Hoy tendréis que presentarme a todas las mujeres solteras, señora. Ahora que mi primo Gayo me ha convertido, tan generosamente, en un hombre con propiedades, buscaré esposa que comparta mi buena fortuna conmigo. Confío en vuestra sabiduría en este asunto, tal como confiaría en mi dulce madre Livia.

– Estoy segura -le dijo Kyna- de que a un hombre joven tan guapo como tú no le costará encontrar esposa. -Se volvió hacia su hija. -¿Qué opinas tú, Cailin? ¿Quién le gustaría más a nuestro primo? Hay muchas chicas bonitas entre nuestros conocidos dispuestas a casarse.

Cailin miró a su primo.

– Supongo que querrás una esposa con una buena dote, ¿no, Quinto? ¿O te conformarás con una que sea virtuosa? -dijo con malicia. -No, no creo que te conformes con la virtud.

Él rió forzadamente.

– Eres demasiado lista, primita. Con una lengua tan afilada, me extrañará que encuentres marido. Los hombres prefieren la dulzura en el hablar.

– Habrá dulzura en abundancia para el hombre adecuado -replicó Cailin sonriendo con falsa ternura.

Aquella misma mañana, más temprano, Tito y Flavio se habían quitado los bullae dorados que habían llevado al cuello desde su nacimiento. Los bullae, amuletos para protegerse del mal, fueron colocados en el altar de los dioses de la familia tras la ofrenda de un sacrificio. Los bullae nunca más tenían que ser lucidos a menos que sus propietarios se encontraran en peligro de la envidia de sus compañeros o de los dioses.

Luego los mellizos se pusieron sendas túnicas blancas, que, según la costumbre, su padre les ajustó con cuidado. Como descendían de la clase noble, las túnicas vestidas por Tito y Flavio Druso tenían dos anchas franjas rojas. Por fin, sobre la túnica les fue colocada la toga virilis blanca como la nieve, la prenda que llevaban los hombres adultos.

De haber vivido en Roma, una comitiva compuesta por la familia, amigos, libertos y esclavos habría desfilado festivamente hasta el Foro, donde los nombres de los dos hijos de Gayo Druso se habrían añadido a la lista de ciudadanos. Según una costumbre que se remontaba a los tiempos del emperador Aureliano, todos los nacimientos se registraban en un plazo de treinta días en Roma, o ante las autoridades provinciales oficiales; pero sólo cuando un muchacho se hacía formalmente hombre su nombre era inscrito como ciudadano. Era un momento de orgullo. Los nombres de Tito y Flavio Druso Corinio entrarían en la lista conservada en la ciudad de Corinio, y con esa ocasión se efectuaría una ofrenda al dios Liber.

Cuando sus vecinos y amigos empezaron a llegar para la celebración familiar, Cailin llevó aparte a sus hermanos.

– Al primo Quinto le gustaría que le presentáramos a posibles esposas -dijo con un destello en los ojos. -Creo que deberíamos ayudarle. Pronto se irá. Me desagrada su presencia.