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– ¿Por qué te desagrada tanto? -le preguntó Flavio. -No te ha hecho nada. Una vez padre dijo que como no habría boda entre vosotros, te sentirías más cómoda. Sin embargo aprovechas cualquier oportunidad para pincharle. No lo entiendo.

– A mí me parece un buen tipo -coincidió Tito con su gemelo. -Sus modales con impecables, y monta bien a caballo. Creo que padre tenía razón cuando dijo a Quinto que eras demasiado joven para casarte.

– No sería demasiado joven para casarme si apareciera el hombre debido -respondió Cailin. -En cuanto a Quinto Druso, intuyo que hay algo en él, pero no sé qué es. Simplemente creo que representa un peligro para todos nosotros. Cuanto antes se vaya a la villa del río y se instale con una esposa, mejor. Bueno, ¿qué chicas le irían bien? ¡Pensad! Vosotros conocéis a todas las doncellas casaderas respetables y no tan respetables en varios kilómetros a la redonda.

Rieron al unísono, poniendo los ojos en blanco, pues si había algo que gustara a los hermanos de Cailin era las mujeres; tanto, que Gayo Druso declaraba a sus hijos hombres para encontrarles esposa y casarles antes de que provocaran un escándalo dejando encinta a la hija de alguien o, peor, siendo pillados seduciendo a la esposa de otro hombre.

– Está Bárbara Julio -dijo Flavio pensativo. -Es guapa y tiene buenos pechos. Eso va bien para los bebés.

– Y Elisia Octavio, o Nona Claudio -sugirió Tito.

Cailin asintió.

– Sí, todas ésas serían adecuadas. Ninguna de ellas me gusta tanto como para pedirles que se aparten de nuestro primo Quinto.

Las familias de las propiedades vecinas empezaban a llegar. Los gemelos presentaron sus sugerencias a su madre, y Kyna efectuó las debidas presentaciones. Quinto Druso era apuesto, además de poseer tierras, lo que le hacía algo más que casadero.

– Necesita tres brazos -dijo Cailin secamente a su abuela, -pues Barbara, Nona y Elisia seguro que acabarán peleando como gatos para cazarle. ¿Tendré yo que sonreír como una boba como hacen ellas para que un hombre se fije en mí? ¡Qué repugnante!

Brenna sofocó una risita.

– Lo único que hacen es coquetear con Quinto -dijo. -Una de ellas debe ganar ascendencia sobre las otras si han de conquistar el corazón de tu primo. Los hombres y las mujeres han coqueteado desde siempre. Algún día habrá un hombre que te atraiga tanto que quieras coquetear con él, mi Cailin. Créeme.

Tal vez, pensó Cailin, pero ella seguía pensando que las tres muchachas que revoloteaban ante Quinto eran criaturas estúpidas. Cailin paseó entre la multitud de vecinos que llenaban los jardines de la villa. Nadie le prestaba mucha atención, pues no era su día sino el de sus hermanos. Cailin percibía la primavera en el aire. La tierra volvía a estar cálida y la brisa leve, aunque el día no era tan soleado como ellos habrían deseado. Entonces vio a Antonia Porcio, y antes de poder volverse en otra dirección Antonia la detuvo con gran alharaca y no hubo modo de eludirla.

– ¿Cómo estás, Antonia? -preguntó Cailin haciendo un esfuerzo para que le salieran las palabras, pues Antonia Porcio no sabía responder la pregunta más sencilla sin entrar en exasperantes detalles.

– Me he divorciado de Sexto -anunció Antonia melodramáticamente.

– ¿Qué? -preguntó Cailin asombrada.

Era la primera noticia que tenía de ello.

Antonia cogió a Cailin del brazo y le contó con tono confidenciaclass="underline"

– Bueno, en realidad se fugó con esa pequeña esclava egipcia. Papá se puso furioso. Dijo que no debía seguir casada con Sexto Escipión en esas circunstancias. ¡Y me concedió el divorcio! -Soltó una risilla tonta. -A veces, tener al magistrado jefe de Corinio por padre no es mala cosa. Me lo he quedado todo, claro, porque Sexto me deshonró en público. Padre dice que ningún magistrado honrado permitiría que una buena esposa y sus hijos sufrieran en esas circunstancias. Si Sexto vuelve alguna vez, encontrará que ha vuelto para nada, pero me han dicho que se han fugado a Galia. ¡Imagínate! ¡El dijo que estaba enamorado de ella! ¡Qué necio!

Entrecerró sus ojos azules un momento.

– Me he enterado de que ha venido tu primo de Roma, y que tu padre le ha regalado la antigua propiedad de Agrícola. Me han dicho que es divinamente bello. Mi propiedad está junto a esas tierras. Mi padre quería comprarlas para mí, pero tu padre se las ofreció antes a los herederos de Glevum. ¿Cómo se llama? Tu primo, quiero decir. ¿Me lo presentarás, Cailin? Corre el rumor de que está buscando esposa. Una mujer rica como soy yo ahora no sería mala pareja, ¿no crees? -Volvió a soltar una risilla. -¿No sería agradable que fuéramos primas, Cailin? Siempre me has caído bien. No dices cosas crueles de mí a mis espaldas. ¡Creo que eres la única amiga que tengo, Cailin Druso!

Cailin estaba atónita. Apenas si eran amigas; con diecisiete años, Antonia era mayor que ella y raras veces le había hecho caso. Hasta ese día.

«Vaya, qué interesada -pensó Cailin. -Lo que realmente quiere es conocer á Quinto. Supongo que quitárselo a las demás sería una doble victoria para ella.» Superaría a las que hablaban mal de ella y demostraría al mundo que aún era una mujer deseable. Sexto Escipión era un bribón y un tonto.

– ¡Qué amable eres, querida Antonia! -se oyó decir Cailin mientras pensaba atropelladamente en deliciosas posibilidades.

Antonia era un poco rolliza, pero también algo que bonita. Si se casaba con ella, Quinto obtendría mujer rica en tierras y dinero. Era hija única y heredaría todo lo que su padre poseía.

También era tonta y egoísta. Sexto Escipión debió de ser absolutamente desdichado con ella para haber abandonado todo lo que su familia había construido en el transcurso de los últimos siglos. Antonia Porcio sin duda merecía al primo de Cailin, y con toda seguridad Quinto Druso merecía a la hija del magistrado jefe de Corinio.

– Claro que te presentaré a mi primo Quinto, Antonia. Pero has de prometerme que no te desmayes -bromeó Cailin. -Es bello como un dios, ¡te lo aseguro! Ojala me encontrara atractiva, pero no es así. Sería verdaderamente estupendo que tú y yo fuéramos primas. -La empujó levemente hacia adelante. -¡Vamos ahora mismo! Mi madre ya ha empezado a presentarles a todas las chicas casaderas de la provincia, no querrás que se te adelanten, ¿verdad? Pero creo que, vez, cuando Quinto te vea, querida Antonia, vuestras vidas cambiarán. ¡Oh, sería maravilloso!

Quinto Druso se hallaba en su elemento, rodea de atractivas jovencitas núbiles que querían congraciarse con él. Vio acercarse a Cailin con una rubita rolliza, pero esperó a que ella le hablara para saludarla.

– Primo Quinto, ésta es mi buena amiga Antonia Porcio. -Cailin dio un empujoncito a la joven para que se adelantara. -Antonia, éste es mi primo Quinto. Estoy segura de que tenéis mucho en común. Antonia es la única hija del magistrado jefe de Corinio.

«Bien, bien -pensó él. -La primita Cailin está siendo de lo más útil. Me pregunto qué travesura está preparando ahora.» Sí, tenía curiosidad. Ella le había indicado claramente que la rubia muchacha era hija de un hombre poderoso y además su heredera. No entendía por qué Cailin quería hacerle un favor a él. No era un secreto que le desagradaba desde que le había puesto los ojos encima. La candidata que le presentaba debía de tener algún defecto. Miró los ojos azules de Antonia y decidió que cualquiera que fuera el defecto, disfrutaría buscándolo.

Se llevó la mano al corazón y dijo:

– Veros, mi lady Antonia, me permite comprobar por fin por qué las mujeres de Britania son tan famosas por su belleza. Me postro a vuestros pies.

La boca de Antonia formó una sonrisa de placer, mientras las otras chicas que rodeaban a Quinto Druso ahogaban una exclamación de sorpresa. Entonces, el joven y guapo romano cogió a Antonia Porcio del brazo y le pidió que le mostrara los jardines. La pareja se alejó del grupo con paso lento, aparentemente arrebatados el uno por la compañía del otro, mientras los que habían quedado atrás los contemplaban con asombro.