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Jake la besó en la frente con sus labios húmedos y cálidos.

– ¿No has hablado todavía con Emma? De la boda, me refiero.

Caley negó con la cabeza.

– No. Le dije que comería con ella mañana, pensando que así tendríamos tiempo para hablar.

– ¿Qué piensas de esta boda? ¿Crees que están preparados?

– ¡No! -exclamó ella, apoyándose en el codo-. De ningún modo. Son muy jóvenes. Creía que era yo la única que albergaba dudas. Todo el mundo está tan entusiasmado con la unión de nuestras familias… Pero nadie se preocupa en pensar lo que podría pasar si el matrimonio no funciona.

– Estoy de acuerdo -corroboró Jake-. Creo que no están preparados.

Caley se cruzó de brazos sobre el pecho de Jake y lo miró a los ojos.

– Empezaste esa discusión entre ellos a propósito, ¿verdad?

– Alguien tiene que hacerlos entrar en razón -hizo una pausa antes de continuar-. Necesitamos un plan. Un esfuerzo coordinado entre nosotros dos. Si actuamos desde ambos lados, quizá podamos convencerlos para que esperen.

– No creo que estén dispuestos a esperar. Todo se está desarrollando muy rápidamente, y no querrían decepcionar a las familias.

Jake le apartó el pelo de la sien y le recorrió el rostro con la mirada.

– Esta tarde estuve hablando con Sam, y sólo está acatando los deseos de Emma.

Caley ahogó un gemido.

– ¿Crees que ella lo ha convencido para casarse?

– Es posible. Me cuesta creer que su verdadero deseo sea casarse. ¿Qué joven en su sano juicio querría atarse a una esposa con sólo veintiún años?

– Bueno, es él quien se lo ha pedido -observó Caley-. Si no quería casarse, ¿por qué se lo pidió?

– Seguramente lo presionó -sugirió Jake.

Caley se apartó y se incorporó, sorprendida por el comentario y dispuesta a defender a su hermana.

– Emma no haría eso.

– Sólo estoy diciendo que normalmente son las mujeres quienes más insisten a la hora de casarse.

– ¿Y tú cómo lo sabes? -le preguntó Caley-. ¿Últimamente te han convencido para casarte?

– Claro que no, aunque todas las mujeres que he conocido tenían el matrimonio en mente. Vamos, incluso tú pensabas en ello. Te preguntabas cómo sería si tú y yo… ya sabes.

Caley se levantó de la cama. ¡Casarse con Jake era lo último que se le pasaría por la cabeza! Y si pensaba que ella albergaba planes de futuro para él, estaba muy equivocado.

– Creo que todo esto ha sido un error -murmuró, recogiendo su camiseta y su sujetador del suelo.

– Vamos, Caley, no te enfades. No quería decir que…

– No, lo entiendo -le cortó ella, poniéndose la camiseta sobre la cabeza-. Diste por hecho que yo quería algo más que sexo -respiró hondo y se metió el sujetador en el bolsillo-. ¿Lo ves? Por eso no debemos hacerlo. A menos que tuviéramos las mismas razones, estaríamos abocados al desastre.

– ¿Lo dices en serio?

Caley agarró el jersey y también se lo puso.

– Tengo que irme.

Jake alargó un brazo para intentar detenerla, pero ella lo evitó.

– Caley, por favor. Sólo estaba bromeando. No lo decía en serio.

Ella sacudió la cabeza.

– Estoy de acuerdo con lo que has dicho de Emma y Sam. Son demasiado jóvenes. Tú y yo ni siquiera sabemos lo que queremos. ¿Cómo podrían saberlo ellos?

Jake consiguió agarrarla de la mano.

– Yo sé lo que quiero.

Ella bajó la mirada a sus dedos, tan fuertemente entrelazados que no podía distinguir una mano de otra. Tuvo que resistir la tentación de volver a desnudarse y olvidarse de sus miedos. Pero si se acostaba con Jake aquella noche, no habría vuelta atrás.

– Hablaré con Emma.

– ¿Cuándo volveré a verte? -le preguntó Jake.

– Vas a verme toda la semana.

– Sabes a lo que me refiero.

Caley se mordió el labio.

– No lo sé. Quizá deberíamos olvidarnos de esto. Sólo conseguiríamos complicar más las cosas.

– No creo que pueda olvidarlo -replicó él.

– Inténtalo, Jake -murmuró ella. Se fue hacia la puerta y se giró para mirarlo-. Inténtalo con todas tus fuerzas.

Capítulo 3

Jake tomó una curva cerrada en West Shore Road, aferrando en la mano la lista de la compra de su madre. Tenía que ir a probarse el esmoquin, y luego a comprar tres «buenos» pollos. No sabía lo que distinguía a un pollo bueno de uno malo, pero ya lo descubriría cuando llegara a la tienda.

El todoterreno patinó y Jake levantó el pie del acelerador. La noche anterior sólo había dormido un par de horas. El resto del tiempo lo había pasado dando vueltas en la cama, intentando averiguar cómo lo había fastidiado todo con Caley.

Tal vez las fuerzas del universo le estuvieran mandando un mensaje… No acercarse a Caley Lambert. Pero aunque estuviera dispuesto a considerar la advertencia, su cuerpo se negaba a escuchar. Cada vez que estaba a tres metros de ella se perdía en otra fantasía sexual.

Aquélla era su penitencia por haber reprimido sus deseos durante tanto tiempo. Su necesidad por Caley no había dejado de crecer con los años, como el calor en una olla a presión, y amenazaba con estallar en cualquier momento. Quería besarla con toda su pasión contenida, arrancarle la ropa y deleitarse con los placeres de su cuerpo. Había esperado años para volver a estar con ella, y no podía esperar más.

Pero ¿podría ser únicamente sexo? ¿Sería capaz de acostarse con ella y luego alejarse, sin ningún tipo de compromiso? Desde el momento que la encontró a su lado en la cama había sentido… una conexión profundamente arraigada y fortalecida por el tiempo. El sexo con Caley tendría que significar algo más. Pero ¿qué?

Gimió y agarró con fuerza el volante.

– Es demasiado complicado -murmuró, repitiendo las palabras de Caley. Pero a él no le parecía en absoluto complicado. Al contrario. Seducir a Caley le parecía lo más natural que había hecho en su vida.

¿Cuánto tiempo había pasado buscando a una mujer como ella? Una mujer con la que pudiera sentirse cómodo y tranquilo. Una mujer que no se adaptara a sus deseos sólo por intentar agradarlo.

Lo había visto todo… La diosa del sexo, la amante ocasional, la esposa fiel, la madre perfecta. Todas habían intentado ser algo que no eran. Pero Caley no podía ocultarse detrás de ninguna fachada. Y aunque lo intentara, él podría ver a través de ella. Se conocían desde hacía demasiado tiempo.

– Tómatelo con calma -se obligó a sí mismo.

Había podido resistirse a sus encantos cuando era joven y mucho menos experimentado. No debería ser tan difícil hacerlo ahora.

Volvió a invadirlo la imagen de Caley, sentada a horcajadas sobre él, quitándose la camiseta. Apretó los dedos mientras recordaba el tacto de su carne, el sabor de su piel, el olor de sus cabellos… Respiró hondo e intentó borrar la imagen de su cabeza.

Entonces vio un coche delante de él y redujo la velocidad. Pero al acercarse vio que el sedán no se movía y que formaba un extraño ángulo en la carretera. El vehículo le parecía familiar… al igual que la figura que estaba de pie junto al parachoques delantero. Aparcó con cuidado y salió del todoterreno.

En cuanto Caley lo vio, se dio la vuelta y sacudió la cabeza.

– No lo digas -masculló.

– ¿Quién te enseñó a conducir? -se burló él.

– Tú, ¿recuerdas? -dijo ella, sonriendo a pesar de sí misma-. Me sacabas en aquel viejo Cutlass y no hacías más que gritarme.

– Has olvidado todo lo que te enseñé, pequeño saltamontes -dijo él, acariciándole la mejilla con un dedo. Reprimió el deseo de besarla y rodeó el coche para examinar la situación.

– No me enseñaste a conducir con hielo y nieve, si mal no recuerdo.

– ¿Y cómo piensas seguir tu camino? ¿Con fuerza de voluntad?

– Quizá podrías empujarme tú.