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Emma parpadeó, sorprendida.

– ¡Caroline Lenore Lambert! No puedes tomar decisiones tan rápidamente. Todas estas cosas hay que discutirlas.

– ¿Con quién? ¿Con Sam? A él le da igual. He oído que las novias dedican tanto tiempo y atención en los preparativos de la boda que se olvidan de lo que viene después.

– Por eso queríamos que fuera una ceremonia pequeña y sencilla -dijo Emma-. Algo más manejable. Entre mamá y la señora Burton nos habrían organizado el evento del siglo. Pero no sólo quiero tomar las decisiones correctas por eso. Quiero que esta boda sea perfecta. Y Sam también.

– ¿Lo has discutido todo con él?

– No. Me ha dejado a mí todos los detalles.

Caley agarró un trozo de pan de la cesta y le dio un mordisco.

– Es curioso que no quiera participar en los preparativos. Ya sabes cómo son los Burton… Siempre tienen que meter las narices en todo.

Caley vio cómo cambiaba la expresión de su hermana. Frunció el entrecejo con una mueca de preocupación y mantuvo la vista fija en la carpeta, como si todas las respuestas estuvieran en su contenido. Caley no pudo evitar sentirse un poco culpable; pero el matrimonio suponía un cambio muy drástico en la vida de cualquiera, y si Emma no estaba preparada para asumirlo, era su deber, como hermana mayor, hacérselo ver.

– Y si la boda no es perfecta, el matrimonio nunca saldrá bien -añadió-. Es como un mal karma.

– Sí, supongo -murmuró Emma.

– Vas a casarte con el hombre perfecto, así que a cambio tú tienes que ser perfecta. ¿Habéis resuelto la cuestión de la motocicleta? Yo en tu lugar me mantendría inflexible. Si muestras la menor debilidad, él no dudará en aprovecharse y se saldrá siempre con la suya.

– No quiere hablar de ello. Dice que es su decisión y de nadie más.

– Emma, las cosas sólo irán a peor cuando os caséis. El matrimonio no acaba con los problemas; al contrario, los magnifica -aquello era un flagrante intento de manipulación psicológica, pero a Caley no le importaba si con ello conseguía que Emma se lo pensara dos veces antes de cometer el mayor error de su vida. Si el amor no podía resistir un poco de presión, no estaba destinado a durar.

Ocultó una mueca de desagrado. Le dolía pronunciar aquellas palabras. Pero quizá por ello no estaba felizmente casada y viviendo en las afueras con un par de crios… Quizá hubiera algo de cierto en lo que decía…

Alargó el brazo y agarró la mano de Emma.

– ¿De verdad estás preparada para dar este paso, Em?

– He… he pensado en posponerlo -admitió su hermana en voz baja-. Pero luego lo achaqué a los nervios. Todo el mundo se llevaría una gran decepción.

– Se trata de ti, no de mamá y papá.

– Pero ¿cómo voy a saberlo? ¿Cómo se supone que debo sentirme?

– Tienes que sentir pasión, ilusión, impaciencia… Vas a pasar el resto de tu vida con ese hombre. Tienes que saber que cuando lo sigas mirando en el desayuno dentro de treinta años seguirás sintiendo lo mismo por él -se recostó en la silla-. Si cancelas la boda, Emma, yo te apoyaré en todo. Te ayudaré a explicárselo a mamá y papá.

Emma respiró temblorosamente y se obligó a sonreír.

– Así te ganas la vida, ¿verdad? Te encargas de adornar los desastres y fingir que no ha pasado nada.

– Esto no sería un desastre -insistió Caley. Pero un divorcio al cabo de dos o tres años sí lo sería. Las familias se verían obligadas a tomar partido y destruirían la amistad que siempre las había mantenido unidas.

Emma negó con la cabeza.

– No digas tonterías. No voy a cancelar la boda. Estos son los típicos nervios prenupciales, nada más -agarró un menú del centro de la mesa y se lo tendió a Caley-. Toma, ¿por qué no pides algo para almorzar mientras yo subo a mi habitación a por el catálogo de flores? Tenemos que decidir cómo serán los ramos y encargárselos al florista esta misma tarde.

Se levantó de la mesa y salió del restaurante. Caley sacudió la cabeza lentamente. Sus dudas no se habían disipado. Al contrario. Emma no estaba lista para casarse, pero no era lo bastante fuerte para tomar una decisión por sí misma. Tendría que ser Jake quien convenciera a Sam para que anulase la boda.

Agarró la carpeta de Emma y volvió a abrirla. Estaba llena de fotos de revistas y notas a mano. Había un apartado enteramente dedicado a los vestidos de novia, y otro a los trajes del novio. Era evidente que Emma llevaba más de un mes y medio planeando aquella boda. Algunas de las fotos tenían al menos cinco años.

Soltó un débil gemido. ¿Sentía Emma por Sam lo mismo que ella sentía por Jake? ¿Había estado secretamente enamorada durante todos esos años? Si así fuera, convencerla para que esperase iba a ser mucho más difícil de lo previsto.

Le hizo un gesto a la camarera y se levantó.

– ¿Puede decirle a mi hermana que he tenido que salir a hacer un recado? Volveré esta tarde.

Si ella y Jake esperaban tener éxito, tendrían que coordinar sus esfuerzos. Se disponía a llamarlo por teléfono, pero ni siquiera sabía si Jake tenía móvil. ¿Cómo podía vivir una persona en el mundo actual sin móvil? ¿O sin ordenador portátil, PDA y fax?

Mientras se dirigía hacia su coche, recordó que Jake tenía una cita para probarse el esmoquin. El único lugar del pueblo que alquilaba ropa elegante para hombres era una tienda a dos manzanas de distancia. Miró a su coche aparcado frente al hotel y decidió que llegaría antes a pie.

Al llegar estaba casi sin aliento. Fue hacia la parte trasera de la tienda, donde había un hombre de edad avanzada con una cinta métrica alrededor del cuello, frente a un espejo.

– ¿Está Jake Burton aquí?

– Se está cambiando -respondió el hombre, señalando el probador más cercano-. Saldrá enseguida.

Caley se acercó al probador y abrió la puerta. Jake estaba frente al espejo, en calzoncillos y con una camisa. La vio reflejada en el espejo y sonrió.

– Tienes una bonita habitación en el hotel, y yo me alojo en el cobertizo de las barcas. ¿Por qué nos seguimos encontrado en los probadores?

– Tenemos que hablar -dijo ella. Entonces él se giró lentamente y a Caley se le formó un nudo en la garganta al ver el musculoso pecho que revelaba la camisa a medio abotonar. Sintió un picor en los dedos al imaginarse el tacto de aquella piel bajo sus manos.

Jake le agarró la muñeca y le hizo colocar la palma sobre su pecho.

– ¿Qué es tan importante que no puede esperar hasta que me vista? -llevó la mano de Caley hacia su vientre y la dejó junto al elástico de los calzoncillos.

Ella pasó el pulgar por la cadera y lo deslizó en el interior de la tela a rayas azules. Quería ir más allá. Quería explorar su cuerpo hasta conocer al detalle aquel perfecto ejemplar de belleza masculina.

Nunca le había prestado mucha atención al aspecto físico, pero hasta ahora nunca había estado con un hombre como Jake. Sus abdominales de acero, la suave capa de vello que le cubría el pecho… Todo la fascinaba e intrigaba.

Deslizó las manos sobre su torso, viendo cómo su erección se presionaba contra los calzoncillos. Jake tiró de ella hacia él y la besó, agarrándole el trasero con ambas manos y moviendo las caderas contra las suyas. Envalentonada, Caley bajó la mano y rodeó con sus dedos el duro miembro viril a través de la tela.

Jake ahogó un gemido.

– ¿Qué estás haciendo?

– No estoy segura -dijo ella. Y era cierto. Sólo estaba siguiendo su instinto. Su audacia no tenía ningún sentido y debería sentirse horrorizada, pero cuando estaba con Jake no podía regirse por las normas de siempre.