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– No vais a cancelar la boda, ¿verdad? -le preguntó Jake.

– Creo que sí -murmuró él, antes de girarse y echar a andar en dirección opuesta.

Ninguno de los dos habló en el camino a casa. Sam estaba sumido en sus pensamientos y Jake no quería entrometerse más. Caley y él habían conseguido su objetivo, pero se preguntaba si no habían llegado demasiado lejos.

Sus sentimientos por Caley eran cada vez más profundos, pero también muy frágiles. ¿Podrían sobrevivir a la primera crisis? Él sabía muy bien lo que sentía, pero no estaba tan seguro sobre los sentimientos de Caley. Ahora que se había enamorado de ella, se preguntaba si el riesgo merecía la pena. Perder a Caley por segunda vez sería mucho más difícil.

Cuando Caley regresó finalmente al hotel, se encontró a Jake durmiendo en su cama, con su cuerpo desnudo enredado en las sábanas y el pelo cayéndole sobre la frente. Caley se despojó de sus ropas y las tiró contra la pared, arrugando la nariz por el olor a cerveza y tabaco.

Miró el reloj de la mesilla y suspiró débilmente. Eran casi las tres de la mañana. Se había pasado las tres últimas horas con Emma, intentando convencerla para que se replantease su drástica decisión de cancelar la boda y enumerase una y otra vez las virtudes de Sam.

No podía creer que Emma pudiera romper el compromiso con tanta facilidad. Sabía que el alcohol avivaba las emociones, pero Emma parecía perfectamente lúcida y decidida a olvidarse de Sam y de la boda. Incluso había llamado a la compañía aérea para reservar un billete en el primer vuelo a Boston.

¿Existía realmente el amor eterno? ¿O era simplemente una ilusión que acababa haciéndose añicos? ¿Las parejas permanecerían unidas sólo porque eran demasiado testarudas para admitir el fracaso?

Caley sabía que sus padres se querían. Llevaban juntos casi treinta años. Y los padres de Jake se comportaban como unos recién casados. Entonces, ¿por qué le resultaba tan difícil creer en el amor?

Entró en el cuarto de baño y cerró la puerta tras ella, ignorando el deseo de meterse en la cama con Jake. Sería muy sencillo encontrar el consuelo en sus brazos, pensó mientras abría el grifo de la ducha. Con él se sentía a salvo. Pero ¿esos sentimientos eran reales o no eran más que una fantasía?

Era indudable que todo había cambiado entre ellos. Jake se había convertido en una parte de su vida, y no era una parte que pudiese eliminar fácilmente. En realidad, no se imaginaba viviendo sin él. Pero, al mismo tiempo, no sabía cómo podría vivir con él.

¿Cómo podía funcionar? ¿Era una aventura? ¿Una relación? ¿Un idilio? Amigos con derecho a roce, pensó. Eso habían sido hasta ahora. Pero si iban a continuar, tenían que ponerle un nombre a lo que había entre ellos.

Llamaron suavemente a la puerta del baño, antes de que se abriera lentamente y entrase Jake, con su cuerpo desnudo y espléndido a la luz del tubo fluorescente. La rodeó por la cintura y la besó en la frente.

– ¿Todo va bien?

– Necesitaba una ducha. Huelo a tabaco.

– ¿Cómo está Emma?

– Sigue bajo los efectos del alcohol, furiosa con Sam y dispuesta a regresar a Boston por la mañana.

Jake la tomó de la mano y la llevó a la ducha. Abrió la mampara y se colocó bajo el chorro de agua caliente. Caley lo siguió y se acurrucó entre sus brazos. Él le pasó los dedos por el pelo y la besó, saboreándola con sus labios y lengua. En el momento que sus cuerpos entraron en contacto, todas las dudas e inseguridades parecieron esfumarse. ¿Por qué era tan fácil creer en el amor cuando estaban juntos, y tan difícil de entender cuando estaban separados?

Jake se echó hacia atrás y la miró a los ojos.

El agua caliente cayó sobre sus cuerpos. Llevó una mano hacia sus pechos y le acarició suavemente el pezón. Entonces deslizó la mano hacia su cadera, excitándola con los dedos, y Caley hizo lo mismo. Le rozó tentativamente el sexo y sólo hizo falta un segundo para que se endureciera por completo. Jake soltó un gemido ahogado y ella le rodeó el palpitante miembro con los dedos.

El cuerpo de Jake le resultaba exquisitamente familiar. Sabía cómo reaccionaría a sus caricias, cómo se le formaba un nudo en la garganta, cómo sonaba su voz ahogada al susurrar su nombre, cómo se tensaban sus músculos justo antes de llegar al orgasmo.

Jake la agarró por la cintura y la empujó suavemente contra la pared de azulejos. La besó en el cuello y fue bajando hacia el pecho para lamerle el pezón.

– Dime lo que quieres -murmuró.

– A ti -dijo ella-. Dentro de mí.

Él llevó la mano hasta su trasero y apretó sus nalgas.

– Dime cómo.

– Primero tienes que besarme de la forma adecuada.

Jake se empleó a conciencia, besándola con delicadeza al principio y aumentando de intensidad, utilizando su lengua para que Caley acabara rindiéndose por completo. Las rodillas le cedieron y sintió que se derretía en sus brazos bajo el ardiente chorro de la ducha.

– Es un buen comienzo -murmuró.

Jake la besó en el hombro y por el brazo. Se arrodilló delante de ella y Caley lo aferró por los cabellos. Era un hombre tan viril y tan sexy… Caley no podía imaginar una atracción semejante hacia otro hombre. Parecía que saltaban chispas cada vez que se tocaban, y bastaba un simple roce de su piel desnuda para que el deseo los barriese a ambos.

Los labios de Jake siguieron descendiendo, hasta encontrar la humedad que emanaba entre sus muslos. Caley ya estaba excitada, y cuando recibió el contacto de su lengua dio un brinco.

– Me encanta que me toques así -murmuró-. Sin nada que pueda detenernos.

Él le separó las piernas y la lamió en el punto exacto hasta que ella se retorció contra él.

– Oh… -jadeó-. Ahí…

Mientras él la llevaba hacia el orgasmo, Caley pronunció su nombre con voz entrecortada y le apretó fuertemente el pelo. Jake siguió sus indicaciones tácitas, postergando el momento cuando se acercaba demasiado al límite. Pero aquello no bastaba. Caley no quería experimentar aquel placer sola.

Lo hizo ponerse en pie, tirándole suavemente del pelo. Jake supo lo que quería sin que ella tuviera necesidad de decírselo. Dio un paso atrás y esbozó una sonrisa torcida.

– Tengo que ir a por un preservativo.

Caley lo agarró de la mano y sacudió la cabeza.

– No es necesario. No te preocupes.

– ¿Estás segura?

Ella asintió. Había estado tomando la píldora durante años y siempre le había parecido la solución más práctica. Pero ahora era distinto. Confiaba en Jake y él confiaba en ella. Quería sentirlo sin barreras por medio. Y si sólo tenían aquella noche para estar juntos y poseerse el uno al otro, sería suficiente. No le importaba lo que viniera después, siempre que pudiera vivir aquel momento al máximo.

Cerró el grifo y tiró de él hasta la cama, derramando el agua sobre la alfombra. Se tumbó de espaldas en el colchón, se colocó a Jake encima y lo guió cuidadosamente hacia ella. Él cerró los ojos y se introdujo lentamente en ella, centímetro a centímetro hasta lo más profundo de su interior. Caley sintió cómo sus músculos se tensaban y cómo empezaba a moverse.

Cerró los ojos y se concentró en las sensaciones que recorrían su cuerpo. Estaba a un paso del orgasmo, pero cada empujón la parecía llevarla a un nivel superior, y la necesidad se hacía más acuciante con cada roce. Era como estar en el paraíso. Nada podría ser más perfecto. Cada año transcurrido desde que cumplió dieciocho años los había conducido hasta ese momento.

– Te deseo -murmuró él-. Quiero que explotes para mí.

Incrementó el ritmo y Caley sintió que se balanceaba en el borde. Y entonces llegó la culminación del placer, tan rápida y fuerte que la pilló por sorpresa. Gritó descontroladamente, sacudida por violentas convulsiones que le arrebataron la capacidad de pensar.

Aquello bastó para que él sucumbiera un momento después. Fue un clímax natural, puro y compartido. Encontraron la liberación absoluta el uno en el otro.