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– Conozco al dueño y no le importará -dijo Jake-. Y ahora, entrad ahí y empezad a desnudaros.

Emma y Sam entraron a regañadientes en la pequeña cabaña. Unos minutos más tarde, arrojaban al porche sus abrigos, pantalones y zapatos. Caley le sonrió con optimismo a Jake.

– No ha ido tan mal.

– Quizá deberíamos esperar un poco, para asegurarnos de que no se maten el uno al otro.

– Buena idea.

Jake la agarró de la mano y volvieron a la cabaña. Una vez en el interior, Caley la miró desde una perspectiva muy diferente, ahora que sabía que era el hogar de Jake. Podía imaginarse a sí misma en un cálido día de verano, con las ventanas abiertas para dejar entrar la brisa y el canto de los pájaros. Cerró los ojos y olió la fragancia que impregnaba el aire, decidida a grabarla en su memoria.

– Me encanta este sitio, y me cuesta imaginar cómo era hace años, sin televisión, sin electricidad y sin lanchas motoras. Tuvo que ser maravilloso vivir de esa manera, dejándose llevar por el ritmo natural de las cosas.

– Había pensado en devolver la casa a su estado original -dijo Jake, colocándose tras ella y abrazándola por la cintura. Su tacto le aceleró los latidos del corazón y se echó hacia atrás.

– ¿En serio? ¿Podrías vivir así?

– No renunciaría a la electricidad ni a las cañerías. Sería muy difícil vivir sin esas comodidades, especialmente en invierno. Tendría que pasarme el día cortando leña para no morirme de frío. Aunque no estaría mal poder prescindir de todo.

– Tal vez por un día. Pero me encanta una ducha caliente por la mañana.

Él apoyó la barbilla en su hombro.

– ¿Qué ha sido de tu afán aventurero? ¿No te has vuelto muy exigente?

Caley se giró en sus brazos.

– Me sigue gustando la aventura. Y en una ducha puedes hacer cosas que no podrías hacer en un lavabo.

Él gruñó suavemente, recordando cómo habían hecho el amor en la ducha.

– Sí, tienes razón. Pero bañarse desnudos en el lago también podría ser muy divertido.

– Bueno, ¿qué vamos a hacer aquí? Les hemos dejado a Sam y Emma la única cama disponible.

Jake la besó en el cuello.

– Pensaba subir al desván a buscar las puertas del solárium. O podríamos hacer algo más interesante. Hay que limpiar la grasa del fregadero. Y creo que hay un ratón muerto en el armario.

– Subamos al desván -dijo Caley.

– Puede que haya arañas. O murciélagos.

– Será una aventura -bromeó ella.

Jake agarró una linterna de la cocina y condujo a Caley al dormitorio del fondo. Allí abrió una puerta que daba a una escalera. Habían explorado cada palmo de aquella casa cuando eran niños, pero Caley no recordaba haber subido jamás al desván.

– ¿Has estado ahí arriba?

– Un par de veces -respondió él-. Ten cuidado. La escalera es muy empinada. Ve tú primero.

Caley miró los escalones y negó con la cabeza.

– Tú primero.

– Tú eres la aventurera.

– Es tu casa.

– Te doy cien dólares si vas tú primero.

Caley puso una mueca y escudriñó la oscuridad con ojos entornados.

– ¿Qué estás buscando?

– Puertas. Debería haber dos puertas en las entradas al solárium. Las puertas que hay ahora son nuevas, con cristales biselados. Quiero encontrar las originales ahí arriba.

El desván no tenía tan mal aspecto como Caley temía. Estaba cubierto de polvo, pero todo estaba ordenado y recogido.

– Me pregunto qué hay en esos baúles.

Jake se encogió de hombros.

– Seguramente algo espeluznante.

– ¿Como qué? ¿Un cadáver? -Caley se arrodilló en el suelo-. Alumbra esta cerradura.

– Las puertas no pueden estar ahí. Son demasiado grandes.

– Lo sé. Pero ¿no sientes curiosidad? Puede que sea algo interesante -la cerradura se abrió con facilidad-. Si hay un esqueleto ahí dentro, me voy a poner a gritar…

– Yo también.

Pero cuando Caley abrió el baúl, lo encontró lleno de cartas y tarjetas, libros y discos viejos. Sacó uno de los libros y lo hojeó.

– Es un diario.

Agarró un libro de mayor tamaño, lleno de fotografías. Se lo tendió a Jake y miró alrededor.

– ¿Hay un gramófono por aquí?

Jake examinó el desván con la linterna y localizó una silueta cubierta sobre una mesa.

– Creo que está ahí. ¿Podemos buscar ahora mis puertas?

– Esto es más interesante que tus puertas -dijo ella, y señaló la pared del fondo-. ¿Son ésas?

Jake sonrió.

– Eso creo. Vamos. Veamos si podemos llevarlas abajo.

– Olvídate de las puertas -dijo, rodeando el baúl-. Si agarras ese extremo, creo que podríamos bajarlo.

Transportaron el baúl hasta el hueco de la escalera, pero cuando empezaron a bajar por los empinados escalones, Caley perdió el agarre del asa y el baúl cayó sobre su pie.

– ¡Ay! El asa está muy desgastada. Bájalo arrastrándolo.

Jake deslizó el baúl por los escalones y volvió a subir junto a Caley.

– ¿Cómo estás?

– Me ha aplastado el pie -dijo ella con los ojos llenos de lágrimas.

Jake le examinó el pie con la linterna y maldijo en voz baja.

– Vamos. Creo que tengo un botiquín en la cocina.

La ayudó a bajar y la levantó en brazos para llevarla a la encimera de la cocina.

– Había olvidado lo torpe que puedes llegar a ser.

– No lo soy -protestó ella-. Soy muy elegante.

– Recuerdo aquella vez que te paseaste por el muelle con aquel vestido de flores y aquellos zapatos de tacón -le quitó la bota y la arrojó al suelo-. El tacón se te quedó atrapado entre las tablas y caíste al agua de bruces. Tuve que saltar a por ti.

– Creí que me moría de vergüenza. Quería seducirte con aquel vestido, y acabé haciendo el ridículo.

– Puede, pero con el vestido empapado la tela era casi transparente. Y no llevas sujetador…

Ella retiró el pie de la mano y se quitó el calcetín. La uña había empezado a ponerse morada.

– Bésalo -le dijo, meneando los dedos delante de él.

Jake sonrió. Volvió a agarrarle el pie y empezó a masajearlo lentamente.

– ¿Te gusta así?

– Sí, pero siempre he querido que me besaras los pies -dijo, retándolo a que lo hiciera.

Jake se arrodilló delante de ella y la besó en el tobillo, y Caley no tardó en darse cuenta de que el pequeño juego se había convertido en una seducción real. Él le besó los dedos uno a uno y le pasó la lengua por el empeine. Empezó a lamerle los dedos y Caley cerró los ojos y se echó hacia atrás. Ningún hombre le había hecho eso antes. Y nunca había sabido que el pie fuera una zona erógena.

– ¿Te gusta? -le preguntó él.

– Sí -murmuró ella.

– ¿Te alivia el dolor?

– Mucho.

Jake se levantó, le acarició el labio con el pulgar y se inclinó para besarla.

– ¿Hay algo más que te duela?

– ¿Estás intentando seducirme?

– Tal vez. ¿Quieres que te seduzca?

– Sí -respondió ella con una sonrisa-. ¿Ves qué fácil? Piensa en lo que podría haber pasado si me hubieras dicho que sí la primera vez que te lo pregunté.

– Estuve tentado de hacerlo -admitió él, besándola en la palma de la mano-. Muy tentado. Estabas muy hermosa aquella noche, con aquella blusa de encaje con flores azules en el cuello.

– ¿Cómo puedes acordarte?

– Me acuerdo de todo de aquella noche. Durante los cinco años siguientes, me sentaba en el mismo lugar y me preguntaba si alguna vez volvería a tener una oportunidad semejante… Hasta ese momento había pensado que siempre te tendría cerca, pero cuando al verano siguiente no volviste al lago, pensé que lo había echado todo a perder. Y ahora que vuelvo a tenerte, será muy difícil dejarte marchar.