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Salió corriendo de la cocina, dejando a todos sin aliento. Caley se permitió un discreto suspiro de alivio. El plan había funcionado. Jake y ella habían conseguido arreglar el embrollo que ellos mismos habían creado.

– Me alegro mucho por ellos -dijo, devolviéndole la sonrisa a su madre. Pero no era la boda lo que la preocupaba, sino el tiempo que le quedaba con Jake.

La realidad la golpeó como un puñetazo en el estómago. Una vez que la boda se celebrara, Jake y ella tomarían cada uno su camino. Habían hablado de tomarse unas vacaciones juntos, pero sabía que no era la opción más sensata para ninguno de ellos.

– Voy a vestirme -dijo.

– No, siéntate y come algo -le ordenó su madre-. Estás muy pálida.

– No… no tengo hambre. Tomaré un poco de café en el hotel. Va a ser un día muy ajetreado.

Salió rápidamente de la cocina y se dirigió a la puerta. Apenas había pegado ojo la noche anterior. Se había pasado las horas mirando al techo, intentando convencerse de que no necesitaba ir a Havenwoods y acostarse con Jake, ni sentir su cuerpo desnudo contra el suyo ni el roce de sus manos en la piel… No, no necesitaba nada de eso.

Pero cuanto más intentaba alejarse de Jake, más imposible le resultaba. Era una mujer adulta y debería tener el control de sus sentimientos. Pero había perdido ese control desde la primera vez que hicieron el amor.

Había intentado erigir una muralla de excusas banales. Pero era inútil. Su cuerpo, su corazón y su alma pertenecían a Jake, y ella tenía la culpa de todo. Había vuelto a enamorarse de Jake, y esa vez, el dolor iba a ser mucho peor.

Se subió al coche y miró el paisaje nevado a través del parabrisas. Las lágrimas amenazaban con afluir a sus ojos, pero se negó a llorar. Sólo le quedaban dos noches, y si podía soportarlas todo sería más fácil.

El problema era la boda y todo el estúpido romanticismo que la acompañaba. Ver a Emma y a Sam dispuestos a embarcarse en un compromiso para toda la vida y sentir que ella se quedaba atrás. Al fin y al cabo, era la hermana mayor y debería ser ella quien diese ejemplo…

Pero en vez de eso había optado por el deseo y la pasión, sin ningún tipo de compromiso emocional. Habían compartido el mejor sexo de su vida y aún quería más, pero había aprendido mucho tiempo atrás que el deseo no era amor.

Cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, intentando recordar el tacto de Jake. Sus caricias eran deliciosas, pero también muy peligrosas, pues suponían la llave a su cuerpo y al placer absoluto. Sólo él sabía cómo avivar sus anhelos y llevar su deseo al límite.

Gimió y arrancó el motor.

– Díselo -se susurró a sí misma-. Arriésgate. Quizá pueda ser cierto si se lo dices.

No era tan descabellado imaginarse juntos. Eran amigos de toda la vida, por lo que una nueva vida con Jake podía ser muy fácil. Amarlo podía ser lo más natural del mundo. Se miró en el espejo retrovisor. Siempre había conducido su vida con una férrea determinación, pero ahora no podía tomar una sencilla decisión sobre su felicidad.

El trayecto hasta el hotel transcurrió sin incidentes. Se había acostumbrado a conducir con hielo y nieve y no tenía miedo de ir un poco más rápido. Al llegar, buscó el todoterreno de Jake en el aparcamiento y detrás del edificio, pero no lo vio por ninguna parte. ¿Habría pasado la noche en Havenwoods? ¿Seguiría allí?

Salió del aparcamiento y giró hacia East Shore Road. Tenía que confiar en sus sentimientos y en los de Jake. Ya no era un crío. Era un hombre que sabía lo que deseaba. Y la deseaba a ella.

Mientras conducía por el estrecho camino entre los árboles, sintió cómo los nervios empezaban a dominarla. Pero consiguió reunir el mismo valor que había encontrado la noche de su decimoctavo cumpleaños.

Quizá una relación a distancia no fuese una solución perfecta, pero podía funcionar. Verse una vez al mes era preferible a no volver a estar juntos. Había muchos vuelos entre Nueva York y Chicago, y también podrían verse en cualquier punto intermedio. Mientras hubiera pasión, podrían conseguirlo.

Al llegar al final del camino miró alrededor, pero no vio el coche de Jake. Fue hacia la cocina y se sorprendió al encontrar la puerta entreabierta. En el interior, vio las ascuas candentes en la chimenea. Sam y Emma se habían marchado unas horas antes, pero lo habían recogido todo. Las mantas estaban extendidas sobre la cama y las toallas pulcramente dobladas en el toallero del baño. Caley cerró la puerta tras ella y se paseó por la habitación con el corazón desbocado.

Se miró un largo rato en el espejo del baño, observando el color de sus mejillas y la expresión nerviosa de sus ojos. Abrió el botiquín y examinó el contenido.

Había hecho el amor con Jake de las formas más íntimas posibles, pero apenas sabía nada de su vida diaria. Agarró su cuchilla de afeitar y la examinó de cerca. Luego olisqueó el bote de espuma, reconociendo su olor. Una hilera de frascos de loción le llamó la atención, y los fue probando uno a uno hasta encontrar su favorito. Se lo metió en el bolsillo del abrigo con una sonrisa.

Volvió a la habitación principal y observó la extraña colección de objetos que Jake había recopilado. Un nido de pájaro, una pina de gran tamaño, una bonita piedra de granito rosa. Se sentó ante la mesa de dibujo y vio la bolsa de la tienda de lencería.

Dentro estaban las prendas que había comprado Jake, con las etiquetas aún sujetas a la tela.

Se quitó el abrigo y el resto de la ropa. Se puso el picardías y las braguitas y buscó un espejo en la habitación. Pero el único espejo estaba en el cuarto de baño.

Se subió al inodoro y examinó el conjunto, admirando su trasero con aquellas braguitas ajustadas. Volvió junto a la chimenea y se calentó las manos con las brasas. Entonces levantó la mirada y vio unas fotos sobre la repisa. Nunca se había percatado de que estuvieran allí. Agarró una de ellas y se vio junto a Jake en el viejo embarcadero, años atrás. Jake adoptaba una pose de forzudo con los brazos cruzados al pecho, y Caley lo apuntaba con una amplia sonrisa en el rostro. Qué sencillo era todo por aquel entonces… ¿Por qué no podía seguir todo igual?

El chirrido de la puerta al abrirse arrancó a Caley de sus divagaciones. Se giró y vio a Jake en el umbral con los brazos cargados de leña. El gélido viento invernal se arremolinaba a su alrededor.

– Cielos… -murmuró, entrando y cerrando la puerta-. Creía que estas cosas sólo pasaban en mis fantasías.

Caley sonrió.

– Emma no necesitó usar el regalo y no se puede devolver ropa interior, así que me lo estaba probando.

– Me gusta -dijo Jake, soltando la leña junto a la chimenea-. Quizá deberías quitártelo y volver a ponértelo. Así podría apreciar el efecto completo -la abrazó por la cintura y la besó en los labios.

– Creo que sólo quieres verme desnuda.

– Si no quieres desnudarte, lo haré yo -dijo él. Se quitó el anorak y empezó a desabrocharse la camisa, pero Caley lo detuvo.

– He venido a hablar contigo.

– ¿Vestida de esa manera?

Ella se agachó para recoger su cazadora y se la puso. A continuación, se sentó en el borde de la cama y palmeó el colchón a su lado. Pero Jake se negó a sentarse y siguió mirándola.

– No hagas esto.

– No sabes lo que voy a decir -replicó ella.

– Sí, lo sé. Vas a decirme que no debería pensar en el futuro. Que tarde o temprano tomaremos cada uno nuestro camino y que tengo que aceptarlo -hizo una pausa y sonrió tristemente-. Puedo aceptarlo. Cuando empezamos esto, ambos sabíamos que tendría un final. Pero preferiría acabarlo después de nuestras vacaciones y no antes.