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– Te he echado de menos, Caley. No tengo miedo de reconocerlo.

– Me alegro -murmuró ella, y le puso una mano temblorosa sobre el pecho. Le recorrió con los dedos el vello que descendía hacia el vientre y Jake cerró los ojos para deleitarse con su tacto.

Quería desnudarla y llevarla a la cama, para demostrarle que el deseo seguía vivo entre ellos. La miró a los ojos y supo que no podría rechazarlo. Pero el sexo no solucionaría sus problemas. Tenían que encontrar una manera de estar juntos, y no sólo físicamente.

– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte?

Caley se encogió de hombros.

– Aún no lo he decidido. No sabía cómo irían las cosas… Tengo que estar de vuelta el jueves. Así que… cinco o seis días.

– Podemos buscarnos muchos problemas en cinco o seis días -observó él.

– En el caso de que queramos problemas -replicó ella-. Quizá deberíamos tomarnos las cosas con un poco más de calma -dio un paso atrás y se alisó la falda con las manos-. Tengo que irme. Le prometí a mi madre que la ayudaría a hacer los pasteles para la fiesta de Emma.

– Supongo que te veré esta noche.

Caley asintió.

– Sí. Nos veremos esta noche.

Jake no estaba dispuesto a dejarla marchar sin un último beso. Volvió a agarrarla de la mano y tiró de ella, pero aquella vez se aseguró de que el beso pudiera transmitirle sus sentimientos, rezagándose en su boca y recorriéndole el labio inferior con la lengua. Al acabar, la acompañó al exterior y vio cómo se subía al coche.

Unos momentos después, Sam rodeó la esquina de la cocina. Miró a Caley y le devolvió el saludo que ella le hizo con la mano.

– Tiene buen aspecto -dijo.

– Desde luego -corroboró Jake.

– Me alegra que haya aceptado la invitación.

Jake frunció el ceño.

– ¿La invitaste tú?

– Sí. La vi cuando estuve en Nueva York para la entrevista en la facultad de Derecho. Le dije que la echabas de menos y que no podías vivir sin ella. Parece que ha funcionado, ¿eh?

A Jake se le escapó una maldición.

– ¿Por qué demonios le dijiste eso?

– Porque es la verdad -dijo Sam, sacudiendo la cabeza-. Tenéis que dejar de fingir que no os queréis -se rió-. Emma y yo deberíamos encerraros sin ropa ni zapatos. A lo mejor así entrabais en razón.

– Encerrarnos desnudos no solucionaría nada. Estamos muy bien sin ropa… El problema es cuando estamos vestidos -agarró la cuerda que le tendía Sam y echó a andar hacia el lago-. Y no te metas en mis asuntos, ¿de acuerdo? Puedo arreglármelas yo solo.

– Eh, tú me ayudaste con Emma. Sólo te estoy devolviendo el favor.

Jake se echó la cuerda al hombro. No estaba enfadado con Sam. Las intenciones de su hermano eran buenas, y en aquel momento necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir. No sabía cómo arreglar las cosas con Caley, pero iba a intentarlo.

Y si no lo conseguía antes del jueves, entonces vendería todas sus cosas y se iría a vivir a Nueva York.

La música se elevaba en la cálida noche estival, fundiéndose con el rítmico sonido de las olas. Caley estaba sentada en la arena, contemplando las luces de las casas en la orilla opuesta. Intentó localizar alguna luz de Havenwoods, pero no sabía la localización exacta de la cabaña.

Hacía once años que no visitaba el lago en verano, y había olvidado la paz que se respiraba por la noche. A lo lejos, una lancha motora surcaba las tranquilas aguas, haciendo que un pareja de patos emprendiera el vuelo.

Caley siempre había creído que Nueva York era el mejor lugar del mundo para vivir. Pero su regreso a North Lake le había hecho apreciar los encantos de aquel entorno tranquilo y bonito, tan lejos del bullicio de la ciudad. Y Jake vivía allí, al menos unos cuantos días a la semana.

Durante la noche, habían charlado entre ellos de vez en cuando antes de ponerse a hablar con otros invitados. Caley estaba muy agradecida por el tiempo y la protección que le ofrecía su familia contra la tentación de irse a la cama con Jake. La idea era muy tentadora, pero había buenas razones para no hacerlo.

– Pensé que te encontraría aquí.

Caley dio un respingo, sobresaltada al oír su voz. Jake se sentó junto a ella en la arena y se quitó las sandalias.

– Prefiero este lugar en verano -dijo.

Caley tomó aire y lo soltó lentamente. El corazón le latía con fuerza y la garganta se le había secado. Era el momento de decírselo.

– Jake, tengo que decirte algo.

– Yo también. He estado esperando…

– No -lo interrumpió ella-. Yo primero. Cuando te hice aquella proposición hace once años, creía que era lo bastante mayor para aceptar las consecuencias. Hiciste lo correcto al rechazarme. Desde entonces te he guardado un rencor absurdo -volvió a respirar hondo-. Ahora voy a hacerte otra proposición, y te prometo que no me enfadaré si la rechazas.

– ¿Sabes lo mejor del verano? -preguntó él.

Caley se volvió para mirarlo. ¿No quería oír lo que tenía que decirle?

– Jake, estoy intentando…

– Nadar. El agua ya está lo bastante cálida, especialmente en la orilla de Havenwoods. El viento sopla del oeste y empuja las corrientes cálidas hacia la orilla este -se levantó y empezó a desabotonarse la camisa-. Aunque no creo que aquí esté demasiado fría para bañarse desnudos…

Caley ahogó un gemido mientras él seguía quitándose la ropa. Su cuerpo relucía a la luz de la luna, fuerte y poderoso. Un estremecimiento le recorrió la espalda, y tuvo que apretar los puños para no tocarlo.

Jake acabó de desnudarse por completo y esperó.

– No te puedes bañar desnuda con ropa.

– No voy a meterme en el agua -dijo ella.

– Vamos. Podemos hablar mientras nadamos.

Ella negó con la cabeza.

– No. ¿Quieres que me congele?

Jake echó a correr hacia el agua, ejecutó un salto perfecto y su cuerpo se sumergió sin apenas hacer ruido. Volvió a emerger a tres metros de la orilla, manteniéndose de puntillas en el fondo.

– Vamos, Caley. Yo haré que entres en calor.

– Hay mucha gente en la casa. ¿Y si baja alguien?

– Podemos ocultarnos bajo el embarcadero.

– Lo dices como si ya lo hubieras hecho…

Jake se echó a reír y nadó hacia el embarcadero.

– No, pero era una de mis fantasías juveniles. Siempre nos imaginaba a los dos haciendo esto. Desnudándonos, jugando en el agua y nadando juntos. Me encantaba aquella fantasía. Y me sigue encantando -metió la cabeza bajo el agua y se echó el pelo hacia atrás-. Vamos, Caley. Aquí podrás decirme todo lo que quieras.

– Estás loco.

– Estoy loco por una mujer increíblemente sexy -replicó él-. ¿Y tú?

Caley sonrió.

– ¿Está fría?

– No -respondió él-. Bueno, un poco, tal vez. Pero se puede soportar si te mantienes en movimiento. Vamos, Caley Lambert. Siempre aceptabas mis desafíos, por atrevidos que fueran. ¿Desde cuándo eres tan cobarde?

Ella se levantó, se agarró el bajo de la camisa y se la quitó por encima de la cabeza. A continuación se quitó las sandalias y se bajó la falda por las caderas. Se quedó en ropa interior y Jake nadó hacia atrás, pero en vez de correr hacia el agua, echó a andar lentamente.

– Quítatelo todo -ordenó él.

Caley soltó un gemido de exasperación y se quitó el sujetador.

– ¿Satisfecho?

– No del todo.

Se quitó las braguitas a regañadientes y las apartó de un puntapié. Entonces aguantó la respiración y se metió en el agua. No estaba fría. Estaba helada. Avanzó hasta que le llegó por las rodillas y entonces se sumergió por completo, para emerger un segundo más tarde, tosiendo y jadeando.

Un momento después, Jake la estaba agarrando por la cintura y alejándola de la orilla.

– Oh, Dios mío. Si estuviera un poco más fría, podríamos jugar al hockey sobre hielo.