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Él arrugó el ceño, enfadado.

– ¿No se fía de mí?

Ella permaneció impasible.

– Yo no me fío de nadie cuando el futuro de un niño está en juego -dijo ella-. No puedo permitírmelo. Pero no se preocupe -sonrió otra vez, con un brillo malicioso en la mirada-. He estado pensando y se me ha ocurrido lo que podría hacerlo volver.

– ¿Qué? -por alguna razón, Luke sospechaba lo que diría después. ¡Oh, no!

– Su coche -dijo ella dulcemente.

Sí, lo sospechaba, pero eso no significaba que estuviera preparado para oírlo. Retrocedió mientras Gabbie lo miraba con desconfianza y Wendy lo observaba como si esperara descubrir cuán serio era su propósito de ocuparse de su hermana.

– Mi coche -dijo él finalmente, sabiendo que estaba vencido de antemano.

– Eso es -ella sonrió otra vez-. Como le decía, he estado dándole vueltas a la cabeza. No puedo quedarme aquí sin transporte. ¿Qué pasaría si una de las niñas se pone enferma, o si ocurriera un accidente? Además, hay que hacer la compra, y no puedo usar taxis todo el tiempo. Debe comprender que tengo que poder ir a Bay Beach y volver. Sé que, como un jefe responsable que es, me proporcionará un coche antes de marcharse definitivamente.

– Pero…

– Pero, entretanto, podemos matar dos pájaros de un tiro -lo interrumpió ella alegremente-. Usted puede alquilar un coche en Bay Beach. Así podrá dejar su cochecito aquí, para que nosotras lo usemos.

– ¡Mi coche!

– Su cochecito, sí -Wendy se echó a reír al ver su cara-. A nosotras nos gusta, ¿verdad, Gabbie? Lo preferiríamos en amarillo chillón, pero pasaremos por alto ese pequeño inconveniente. Así podremos hacer la compra.

– ¿Usará mi coche para hacer la compra? -farfulló Luke.

– Y así nos aseguraremos de que volverá -acabó ella serenamente-. Eso, si es que todavía quiere que Gabbie y yo cuidemos de su hermanita -Wendy alzó las cejas y esperó. Él la miró asombrado y ella sonrió.

– ¿Qué clase de trato es este? -exclamó él-. Mi coche…

– Es un trato infantil -dijo ella, y su sonrisa se borró un tanto-. No hace falta que se ponga histérico. Tendremos mucho cuidado con su precioso coche, y usted sabe que también cuidaremos muy bien de su preciosa hermana. De eso se trata, ¿no? -Wendy ladeó la cabeza y observó su expresión-. De un bebé, no de un coche.

– No tengo elección -dijo él amargamente.

– Me temo que no -dijo Wendy con un leve tono de compasión, y le tocó el brazo. Era como si realmente comprendiera lo que su coche significaba para él. El contacto de su mano era fuerte y cálido y de alguna manera… cambió las cosas-. No tiene elección -continuó ella-. Pero así es la vida. Llena de tragedias. Como tener que usar un coche de alquiler durante unos días. Ahora, señor Grey -volvió a reírse-, respecto a esa chimenea…

¿Cómo diablos se había metido en aquel lío? De mala gana, Luke había empezado a limpiar la chimenea, pero solo un diez por ciento de su inteligencia estaba concentrado en la tarea. El resto intentaba comprender lo mucho que había cambiado su vida en veinticuatro horas, y por qué se había dejado convencer para dejar su preciado Aston Martín a una mujer y dos niñas…

Cuando viajaba fuera del país, dejaba el coche en un garaje especial, envuelto en una funda de automóvil que controlaba cuidadosamente la temperatura. Pero el garaje que había detrás de la casa de la granja estaba en ruinas. El coche de sus entrañas tendría que quedarse fuera, expuesto a la brisa marina… y a los cuervos y a los loros y hasta a las gaviotas…

– Debe de haber un nido bloqueando el tiro -la voz de Wendy emergió detrás de él. Luke dio un respingo, se golpeó la cabeza con la repisa y lanzó una maldición-. Eh, tranquilo -dijo ella, mirándolo con cara de reproche, mientras tapaba las orejas a Gabbie, que estaba a su lado. Ni siquiera parecía haber notado que se había hecho daño en la cabeza-. A Gabbie no le gustan las palabrotas… ¿a que no, Gabbie?

Gabbie se echó a reír y se escondió tras la falda de Wendy. Al sonreír, su carita de duende se iluminaba como por un rayo de sol. A Luke le dio un vuelco el corazón al pensar en el daño que le habían hecho a la pequeña.

¡Cielos!, pensó mientras las miraba a las dos. ¡Pero si a él no le gustaban los niños! Entonces, ¿qué le pasaba? Las emociones que sentía crecían cada vez más. Pero debía mantenerse imparcial. Estaba simplemente arreglando una casa para su hermana porque eso era lo que debía hacer, se dijo. Y, luego, se marcharía de allí.

Wendy estaba concentrada en la chimenea.

– Si se mete la cabeza dentro, no se ve la luz del día -dijo ella-. Lo intenté ayer tarde. Me costó un montón abrir el regulador del tiro, pero, cuando por fin lo conseguí, seguí viéndolo todo negro. Debe de haber un nido taponando la salida.

– No voy a meter la cabeza dentro de la chimenea -dijo Luke, atónito-. Usted tiene aquí todo su equipaje, señorita. Pero yo no tengo ni unos pantalones para cambiarme.

– Puede comprar algo de ropa en Bay Beach de camino a Sidney -dijo ella amablemente-. Después de todo, ¿qué son un par de trajes más para un adinerado agente de bolsa como usted?

El la miró fijamente.

– ¿Quiere que entre en una tienda de ropa de Bay Beach con esta pinta?

– Solo era una sugerencia -dijo ella apresuradamente-. Pero si se pone así…

– Yo no me pongo de ninguna manera.

– Vamos, Gabbie -Wendy empujó a Gabbie hacia la puerta, con mirada divertida-. Dejaremos al tío Luke que limpie la chimenea… sin meter la cabeza dentro.

– ¿Y qué demonios va a hacer usted? -gritó él, exasperado.

– Cosas de mujeres -respondió Wendy alegremente-. Gabbie y yo vamos a tirar una bolsa de pañales sucios. ¿Quiere cambiarme el puesto, señor Grey?

– No, gracias -dijo él rápidamente… y metió la cabeza debajo de la chimenea.

Wendy tenía razón. Por el tiro de la chimenea no se veía ni un resquicio de luz. Suspirando, Luke se fue al garaje a ver si podía encontrar una escalera.

– ¿Ya se ha dado por vencido? -lo llamó Wendy.

Grace estaba tendida en una manta sobre la hierba, junto a la terraza, y Wendy y Gabbie metían en un cubo cosas que Luke prefería no identificar. Era una escena increíblemente doméstica, pero, imperceptiblemente, su humor cambió. Aquellas podrían ser sus hijas y su mujer…

– Hay una escalera en el trastero -le dijo ella, y su euforia se desvaneció un tanto al ver la mirada de preocupación de Wendy-. Si eso es lo que busca. Pero tenga mucho cuidado en el tejado.

– Lo tengo todo bajo control -dijo él, alzando la barbilla como un cavernícola listo para cazar el dinosaurio para el almuerzo-. Usted ocúpese de sus asuntos, que yo me ocuparé de los míos.

Wendy estaba preocupada.

Luke se balanceaba en la escalera que había utilizado para subirse al tejado y que luego había arrastrado detrás de él para apoyarla contra la chimenea.

Había un nido dentro de la chimenea. Pero, al menos, no había ni huevos ni crías en su interior, pensó, aliviado. Debía de ser un nido antiguo.

– ¿Cuál es el problema?

Luke miró hacia abajo… y luego deseó no haberlo hecho. Wendy estaba muy, muy abajo, mirándolo ansiosamente.

– Ninguno -demonios, un hombre tenía su orgullo. Tomó aliento y luego consiguió alzar sobre su cabeza el rastrillo que había llevado consigo-. Es un nido. Voy a quitarlo.

Miró hacia arriba, hacia el círculo de cuervos que volaba sobre su cabeza. Los pájaros habían comenzado a chillar en cuanto había puesto un pie en el tejado, para defender su territorio.

– 0 nosotros o los cuervos, así que no hay elección -le gritó a Wendy-. Un hombre debe hacer lo que debe hacer -metió el rastrillo en el tiro.

– Luke…

– Si lo engancho, podré sacarlo por arriba.

– No creo que…

No. De repente, él tampoco lo creía. El rastrillo enganchó el borde del nido y, cuando un lado se descolgó, todo la estructura de ramitas y barro se hundió y se desplomó dentro del tiro.