Wendy estaba tan cubierta de hollín como Luke. Habían vuelto a la cocina y estaban sacando pedazos de nido del resquicio que dejaba el regulador del tiro. Era un trabajo sucio y desagradable.
– ¿Está seguro de que no había crías en el nido? -preguntó ella.
– ¿Tengo aspecto de echar a las crías de su nido? -preguntó él, ofendido.
– Los cuervos de ahí arriba parecían preocupados.
– A mí no me preocupa que los cuervos estén preocupados -Luke tiró de un palito que salía por la ranura. El palo salió por fin, junto con una ráfaga de hollín. Una lluvia negra cayó sobre ellos-. ¡Diablos!
– ¡Estaban armando tanto ruido!
– No había pájaros en el nido -dijo Luke otra vez-. Era un nido antiguo y… -no acabó la frase. Del interior de la chimenea surgió un chillido aterrorizado y una nube de hollín más grande que las anteriores cayó sobre ellos.
¿Qué demonios…?
Los chillidos se hicieron cada vez más altos. Al parecer, un pájaro había caído por el interior del tiro y trataba de salir, pero no podía. El regulador del tiro se lo impedía.
– Debe de ser una cría que acababa de dejar el nido -Wendy se puso en cuclillas, mirando horrorizada la nube de plumas y hollín que caía al suelo.
El pájaro atrapado chillaba sin cesar y, sobre el tejado, todos los cuervos en diez kilómetros a la redonda se habían reunido para echarle una mano. 0 un ala. O lo que fuera.
– ¿Cómo lo sabe?
Luke parecía desalentado. Qué estúpido había sido. ¿Qué iban a hacer? La cara normalmente pálida de Gabbie se estaba poniendo gris. La niña esperaba lo peor, y Luke empezaba a sentirse igual.
– Si acababa de abandonar el nido, probablemente habrá intentado volver sin darse cuenta de que había un problema -dijo Wendy-. En lugar de una plataforma de ramitas, se ha encontrado con el vacío y se ha caído por el tiro -miró el interior de la chimenea como si pudiera encontrar allí una solución-. ¿Cree que…? ¿Sería posible hacer que volviera a subir?
– No.
Llevaban cinco minutos escuchando luchar al animal y, cuanto más luchaba, más desesperada era su situación.
– ¿No podemos sacar el regulador? -murmuró Wendy.
Luke miró otra vez dentro de la chimenea y sacó la cara llena de hollín.
– Me llevaría horas quitarlo y, además, necesitaría herramientas especiales -dijo. Ignoraba qué herramientas eran esas, pero tenía que decir algo-. El pájaro moriría antes de que lo hubiera sacado.
– Se va a morir -sollozó Gabbie, y Luke hizo una mueca.
– No podrá pasar por la ranura del regulador -dijo Wendy. De vez en cuando, una pata o un ala aparecían un instante, pero por aquel resquicio de apenas unos centímetros de anchura no podía entrar un cuervo-. ¿Cree que podríamos atraparlo con un lazo desde arriba y subirlo? Hay cuerda en el sótano.
– Oh, sí, claro. Yo no soy muy hábil echando el lazo ¿Y usted?
– Luke… -Wendy cerró los ojos, cada vez más descorazonada-. Supongo…
– ¿Qué supone?
No supondría nada mientras Gabbie estuviera escuchando.
– Cariño, ¿puedes salir a la terraza a mirar si Grace está bien? -dijo, empujando suavemente a la niña hacia la puerta. Gabbie obedeció, pero se detuvo en el umbral y miró hacia atrás.
– ¿Salvarás al pajarito? -preguntó, y sus ojitos angustiados se dirigieron directamente hacia Luke.
¿Qué podía hacer él con una mirada como esa?
– Haré lo que pueda -dijo, y la niña lo miró con confianza.
– El tío Luke te sacará de ahí -le gritó Gabbie al pájaro, y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.
Los dos se quedaron en silencio. No sabían qué decir.
– Tendremos que librarlo de su sufrimiento.
– ¿Perdón? -Luke miraba con impotencia el interior de la chimenea, intentando encontrar una solución. Luego, reparó en lo que ella había dicho y retrocedió. ¿Matarlo? ¡No!-. Por el amor de Dios…
– Bueno, pues piense en otra cosa -exclamó ella-. No voy a dejar que el pobre animal sufra durante días hasta que se muera de hambre. Al fin y al cabo ha sido usted quien ha tirado el nido. ¡Haga algo!
Aquello era demasiado para Wendy. Al parecer, el tema de los pájaros atrapados en chimeneas no estaba incluido en su manual para solucionar crisis.
Hacer algo. ¿Pero qué?
Tal vez… Luke se encontró mirando las patas del cuervo que aparecían y desaparecían por el resquicio.
– ¿Ha dicho que teníamos una cuerda? -preguntó.
La expresión de Wendy cambió.
– Sí. He visto una en el sótano.
– Si puedo atársela a las garras…
– ¿Y sacarlo por arriba? -de nuevo, ella se encontró al borde del pánico-. No pasará por el tiro por mucho que tire. ¿No lo ve? Luke, no sea tonto. Lo aplastará si tira de él, y no quiero que muera.
– Ni yo tampoco -dijo él, ceñudo. Wendy estaba pálida. De pronto, parecía haber algo más en juego que la vida del pájaro-. No sé si puedo hacerlo, Wendy, pero déjeme intentarlo. Tráigame la cuerda, por favor. Y déjeme pensar.
Necesitaba unos guantes. Las garras de los cuervos eran auténticas armas de destrucción. Tenía que protegerse las manos.
Mientras Wendy buscaba la cuerda, Luke dio una rápida vuelta a la casa. Las mantas que encontró eran finas y se harían trizas. Las colchas eran más gruesas, pero estaban hechas a manos y eran espléndidas. Se estropearían, y no deseaba sacrificarlas. Entonces, ¿qué? ¿Las alfombras? No. Eran demasiado gruesas y rígidas.
Suspiró. La cara de Wendy lo acompañaba, pálida y asustada. ¡Diablos! Él no era precisamente un héroe, pero solo podía hacerse una cosa, aunque no le gustara. Debía sacrificarlo todo por el pájaro…
Cuando Wendy regresó a la cocina, Luke estaba arrodillado frente a la chimenea, esperando. Había hecho sendos nudos en los puños de su chaqueta de cuero, tenía las manos metidas en las mangas y estaba probando cuánta flexibilidad le permitían.
Su espléndida chaqueta de cuero… Wendy le tendió la cuerda, muda por el asombro.
– Luke, su chaqueta…
– No importa.
En realidad, le encantaba esa chaqueta, pero el recuerdo de la cara de Gabbie lo asaltaba una y otra vez. Y de la de Wendy. Quizá, sobre todo, de la de Wendy. Si podía sacar al condenado pájaro de la chimenea sin matarlo, el sacrificio valdría la pena.
– Vamos a ver si funciona -esbozó una sonrisa y luego probó su primer plan de ataque. Estiró las manos protegidas por el cuero y agarró una de las patas del pájaro cuando apareció en la ranura. El cuervo lanzó un graznido aterrorizado, pero Luke logró sujetar la garra el tiempo suficiente para saber que podía volver a hacerlo. ¡Fantástico! No tenía sentido seguir sujetándola, así que la soltó. Liberado, el cuervo intentó subir por el tiro y volvió a caer sobre el regulador, vencido.
En silencio, Luke examinó la cuerda. Era vieja y suave, y no demasiado gruesa. ¡Bien! Con suerte, podría funcionar. Luego, sin decir una palabra, salió al exterior. Wendy lo siguió, confusa.
– Veremos qué pasa -dijo él-. Puede que no funcione, pero es nuestra única posibilidad.
Gabbie y Wendy se quedaron mirándolo, desconcertadas, mientras se subía otra vez al tejado. Una vez más, subió tras de sí la escalera. Ató un cabo de la cuerda a la antigua antena de televisión y luego subió al tope de la chimenea con el otro cabo en la mano.
Una treintena de cuervos volaba en círculos sobre su cabeza, graznando a pleno pulmón.
– Si uno de vosotros vuelve a caerse en la chimenea, me buscaré una escopeta -rezongó, agitando inútilmente un puño hacia los pájaros. Luego soltó el cabo de la cuerda cuidadosamente tiro abajo.
La cuerda descendió. La primera parte de la tarea estaba hecha. Con el otro cabo de la cuerda todavía atado a la antena, Luke volvió a descender hasta donde Wendy y Gabbie lo esperaban.