– Nosotras también estamos hechas un asco -gritó Wendy, sonriendo, invitándolo a unirse a ellas-. El agua está muy buena. Quítale la ropa a Grace y tráela aquí.
Dos minutos después, Luke estaba sentado entre las olas, abrazando a un bebé desnudo sobre las rodillas. A un bebé que parecía pensar que aquello era la sensación más maravillosa del mundo.
Y lo mismo pensaba Luke. Dejó que Wendy y la pequeña Gabbie le restregaran el pelo con jabón, le quitaran los tiznajos de la cara y le lavaran sus muchas magulladuras, y experimentó sensaciones que nunca antes había sentido.
A pesar de sus protestas, le quitaron la camisa y solo mediante la táctica de negarse a levantarse consiguió conservar puestos los pantalones.
Un hombre tenía su orgullo. Podía estar empapado hasta la cintura, y emocionalmente desconcertado, pero si llegaban los electricistas o los cristaleros y solo llevaba unos calzoncillos con corazones…
Las olas le lamían las piernas, las chicas chapoteaban y él se sentía como si hubiera sido transportado a otro planeta.
– Hay que ponerte antiséptico en este arañazo -la voz de Wendy lo devolvió a la realidad. De algún modo, el pájaro le había arañado la cara.
Wendy se sentó junto a él en la orilla, con la falda flotando a su alrededor en el agua en un suave remolino azul y la blusa pegada a la piel. Le pasó un dedo por la mejilla arañada. Había llevado con ella una toallita. Con mucho cuidado, le limpió el arañazo. El roce de sus dedos bastó para ponerlo en órbita otra vez.
– El agua salada es estupenda para esto -dijo ella suavemente-. Es justo lo que necesitas.
No solo el agua salada era estupenda. ¡Aquello era maravilloso! Las olas lamían la arena dorada. El sol de la mañana le entibiaba la cara, el pecho desnudo y la espalda. Gabbie reía y chapoteaba junto a ellos, y Grace manoteaba en el agua y balbuceaba de alegría cada vez que se acercaba una ola. Y Wendy sonreía y sonreía…
– ¡Ya basta! -Luke se puso en pie bruscamente. Tenía que salir de allí. Inmediatamente-. Viene un camión -dijo, mirando hacia la casa, aliviado. Aunque apenas se había metido en el agua, sentía como si se estuviera ahogando-. Deben de ser los electricistas. Tengo que hablar con ellos.
Wendy, sentada junto a Gabbie en el agua, observó su cara y frunció el ceño. El hechizo se había roto.
– Yo cuidaré de Grace -tendió los brazos y tomó al bebé, murmurando dulcemente-. Eh, Grace, está bien. Jugaremos un poquito más -no volvió a mirar a Luke-. Vete a hablar con los obreros -dijo-. Yo iré luego, con las niñas.
– Yo… sí. ¿Estarás bien?
– Puedo arreglármelas -dijo ella suavemente-. Tú eres el jefe, pero no te necesitamos, Luke.
Y Luke comprendió que le estaba dando un mensaje mucho más profundo de lo que parecía aparentemente.
– Tengo que irme.
Maldición, ¿por qué se sentía como- si tuviera que disculparse?
– Por supuesto.
Wendy sonrió, pero de nuevo Luke tuvo la sensación de que le había cerrado las puertas. Él apenas había notado que se las hubiera abierto, pero en el fondo de la mirada de Wendy había una expresión de dolor que no comprendía. Parecía una niña a la que hubieran desilusionado repentinamente, y Luke no comprendía qué había hecho. No sabía qué había podido herirla. Pero, de pronto, deseó saberlo.
– Wendy…
– Vete -su voz se volvió seca, profesional, y Luke comprendió que aquella era su forma de protegerse. ¿Pero de qué? ¿Del compromiso emocional?, se preguntó. Seguramente, no. Se habían besado solo una vez, por el amor de Dios, y seguramente solo había sido un beso de alegría. No de pasión. No había de qué preocuparse. ¿0 sí?
Y aunque lo hubiera, lo mejor era largarse de allí a toda prisa, se dijo. Inmediatamente.
– Os veré en la casa, entonces -dijo, con tono neutro.
– Claro -Wendy abrazó a la pequeña Grace-. Vamos, Gabbie. Grace quiere darse otro baño.
– ¿Y Luke no quiere? -preguntó Gabbie con curiosidad, chapoteando con los pies en el agua. Wendy le dirigió una sonrisa tensa.
– El tío Luke tiene trabajo que hacer. Un trabajo muy importante. Pero nosotras tenemos mucha suerte. Vamos a quedarnos aquí, sentadas en la orilla, chapoteando.
Gabbie se lo pensó y asintió lentamente. Alzó su carita hacia Luke y lo miró con expresión solemne.
– Me alegro de no ser un papá -dijo-. Es triste que no puedas quedarte a jugar con nosotras.
Y, de pronto, Luke comprendió que así era precisamente como se sentía: triste y muy, muy contrariado.
Después de aquello, el día discurrió en un torbellino de quehaceres. Luke subió a la casa para ver al electricista. Se dio una ducha para quitarse la sal del cuerpo y de la ropa y, cuando salió del baño, el cristalero y el fontanero también habían llegado.
Una hora después, cuando Wendy y las niñas subieron alegremente de la playa, Luke estaba harto. De pie, en la terraza, discutía acerca de qué ventanas convenía arreglar inmediatamente. Al ver la pequeña procesión procedente de la playa, se calló en mitad de una frase y se quedó mirándolas. El cristalero también se volvió para mirar.
– ¿Son su mujer y sus hijos? -preguntó el hombre y, luego, sorprendido, reconoció a Wendy-. ¡Eh! ¿No es esa Wendy Maher, del hogar infantil?
– Sí, es ella. Va a quedarse aquí para cuidar de mi hermana y de su hija adoptiva. Por eso necesito arreglar este sitio rápidamente.
El hombre silbó entre dientes.
– Vaya, qué sorpresa. Había oído que Wendy iba a dejar el hogar. Tiene carácter, desde luego, pero es fantástica. Tiene un corazón tan grande como Africa. ¿Por qué no me dijo que esto era para Wendy? ¿Le dije que solo podía colocar media docena de ventanas hoy? Si es Wendy quien va a vivir aquí, traeré a toda mi cuadrilla y las habremos cambiado todas antes de que anochezca. Esa mujer es una campeona.
Luke se quedó mirando a aquella pequeña familia que acababa de crear. Wendy todavía estaba empapada, con la falda y la blusa pegadas al cuerpo, de forma que se notaban todas sus magníficas curvas. Iba canturreando una cancioncilla absurda, riendo, abrazando contra su pecho a Grace dormida y con Gabbie de la mano. Luke sintió tal punzada de emoción al verlas que se quedó impresionado.
¿Qué demonios le ocurría?, se preguntó desesperadamente. Tenía que salir de allí. ¡Enseguida!
Pero salir de allí iba a resultarle más fácil de lo que pensaba. Al parecer, si el trabajo era para Wendy, todo era posible. Así que, a media tarde, tenían electricidad y agua caliente, en la chimenea ardía un fuego y habían arreglado una habitación para Wendy. Además, Luke había conseguido un coche de alquiler.
– Bueno, ya nada te impide marcharte -le dijo Wendy cuando los cristaleros se marcharon-. Cuanto antes te vayas, antes arreglaremos las cuestiones legales -lo miró titubeante, percibiendo su confusión-. Y, si no te vas ahora, no llegarás a tiempo de comprarte algo de ropa en Bay Beach -lo observó un momento. Aunque había intentado estirar la ropa, esta no volvería nunca a presentar un aspecto respetable-. Enséñales tus billetes nada más entrar en la tienda, o te echarán a patadas.
– ¿Tan mal aspecto tengo? -Luke se frotó la mejilla sin afeitar, y ella sonrió, con una extraña y distante mirada en los ojos.
– Estás hecho un desastre -dijo Wendy con franqueza. Luego miró hacia el coche de alquiler y se echó a reír.
El coche era un sedán de color naranja chillón. 0 lo era a medias, pues la parte de atrás había sido repintada en un extraño color grisáceo. Tenía abolladuras por todas partes. Pero era el único que había podido alquilar en Bay Beach.
– Te va como anillo al dedo -dijo Wendy.
– Vaya, gracias.
– Vamos, márchate -dijo ella, y le dio un ligero empujón hacia la puerta-. Las llaves y los papeles de tu Aston Martin están en el escritorio del cuarto de estar, ¿no?