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– Le he traído un regalo -dijo él, bruscamente.

– ¿Un regalo?

– Yo… -farfullaba como un colegial. Así era como lo hacía sentirse Wendy. Como si tuviera trece años y se hubiera enamorado por primera vez-. Está en el coche. Tengo que traerlo ahora mismo.

– ¿No puede esperar hasta mañana? -ella parecía confundida-. Gabbie está dormida.

– He venido en un coche de alquiler -dijo él con firmeza-, pero no quiero ni imaginarme cómo estaría mañana si lo dejo allí. No, señorita Maher… -de alguna forma, Luke consiguió sonreír-. No quiero una taza de té, pero te agradecería mucho que calentaras un poco de leche. Yo traeré a Bruce.

– ¿Bruce?

– He vuelto a las andadas -dijo él, en tono de disculpa-. Parece que no puedo evitarlo. Lo siento, Wendy, pero te he traído otro bebé.

– ¿Qué? -Wendy dio un respingo. Luke sonrió al ver su reacción.

– Espera y verás.

Luke ignoraba qué había esperado que ocurriera. En el avión, de camino a Inglaterra, se le había ocurrido una idea maravillosa. En Londres, había llamado a su secretaria en Australia y ella se había encargado de todo mientras él negociaba con Lindy. De vuelta en Australia, solo tuvo que ir a recoger a Bruce y pagar una insignificante cantidad de dinero.

Al verlo por primera vez, le había parecido que Bruce era una idea brillante. Bruce era… bueno, era simplemente Bruce. Aunque no solía enamorarse a primera vista, Luke había sucumbido ante Bruce nada más conocerlo.

Pero, esa noche, mientras llevaba al cachorro dormido a la cocina, le entraron dudas. ¿Y si a Wendy no le gustaban los perros? ¿Y si odiaba a los animales? ¿Y si…?

Y, entonces, sus temores se vieron confirmados. Entró en la cocina y puso al pequeño y soñoliento cachorro de basset-hound en el suelo. Bruce miró a su alrededor, asombrado, todo ojos y orejas. Wendy miró el cachorro y se quedó muda. El perrito la observó un momento y luego, olfateando la leche tibia, se acercó lentamente a ella, mirándola con sus ojos inmensos. Su cuerpecito a manchas blancas y marrones temblaba de ansiedad. Lentamente, el perro comenzó a mover la cola. Pero Wendy se agachó sin decir una palabra. Acarició ligeramente sus orejas aterciopeladas… y rompió a llorar.

¡Demonios! Aquello era espantoso. ¿Qué iba a hacer Luke ahora? La había hecho llorar…

– No hace falta que te lo quedes. Yo no quería,… Puedo llevármelo -se inclinó hacia delante y se detuvo al ver que el cachorro se arrojaba en brazos de Wendy Y que esta lo acogía como si fuera una gallina protegiendo a sus pollitos.

– ¿Llevártelo? -dijo ella, emocionada, con lágrimas en las mejillas-. ¿Llevártelo? ¡No te atreverás!

– Pero… ¿No te gusta? ¿He hecho mal? -inconscientemente, Luke se agachó también, de modo que sus ojos quedaron a la altura de los de Wendy.

Tomó su pañuelo y le secó las lágrimas. Wendy se había sentado en el suelo y sollozaba desconsoladamente, con Bruce en brazos. Pero también parecía sonreír. ¿Estaba riendo y llorando al mismo tiempo?

– ¿No quieres que me lo lleve? -preguntó él con cautela, y vio que ella se echaba a reír. Le sonreía a través de las lágrimas y sus ojos brillaban. Abrazaba al cachorro y sonreía y sonreía… y el corazón de Luke bombeaba como nunca antes lo había hecho.

– Luke, si supieras cuánto he deseado regalarle un cachorro a Gabbie… -murmuró ella-. En el hogar había perros entrenados para tratar con niños, y a Gabbie le encantaban. Pero no eran suyos y, cada vez que se mudaba, eran perros diferentes. Pero este pequeñín… Gabbie necesita tanto querer a alguien…

– Igual que tú -dijo él, pensativo, observando su cara. Empezaba a sentirse realmente bien. ¡Había acertado! Había hecho feliz a Wendy. ¡La había hecho feliz!

– Y yo también -dijo ella tímidamente-. Lo admito. Siempre he querido tener un perro. Ahora tengo a Gabbie y a Grace y a Bruce -se volvió para mirarlo con la misma expresión con que había mirado al perro-. Oh, Luke, gracias. No sé qué decir…

– No hace falta que digas nada -él le enjugó una última lágrima con el dedo.

Y, de pronto, estaba tan cerca de ella… Y era tan bonita… Uno tenía que ser inhumano para resistirse a una visión como aquella. Y él no lo era.

Se acercó a Wendy casi imperceptiblemente. Y la besó.

Y aquel beso tuvo el poder de cambiar el mundo. 0, al menos, el mundo de las dos personas cuyos labios se tocaron.

Wendy era fantástica. Sus labios, cálidos, suaves y carnosos, sabían ligeramente a las lágrimas que había derramado. Era maravillosa. Era parte de la magia de la noche, pensó Luke. Parte del descubrimiento de su regreso a casa. A casa…

Aquel era su hogar. Wendy era su hogar.

Esa dulce certeza que se abrió pasó suavemente a través de su conciencia. En ese momento descubrió que en su vida faltaba un vínculo que no había conocido hasta entonces.

¿Pero y Wendy?

La certeza que acababa de sentir Luke también la había tocado a ella. Era como un sortilegio que nublaba su cerebro, dejándola ajena a todo salvo al sabor de aquel hombre, a la fuera de sus manos que la sujetaban por los hombros, a la tibieza de su boca… Qué dolorosamente vacía estaba su vida sin… ¿Sin qué? ¿Sin un hombre? Aquella idea sacudió su cerebro como una descarga de un millón de voltios, dejándola rígida de miedo.

Luke todavía la estaba besando, pero, de pronto, todo pareció cambiar. La neblina se disipó. Ella había cometido antes aquel mismo error. Se había dejado llevar…

– ¡No! -de alguna forma, Wendy consiguió apartarse, con los ojos llenos de temor.

– Cariño, ¿qué ocurre?

¿Qué la había llamado? ¿«Cariño»? Debía de estar bromeando.

– ¿Qué diablos crees que estás haciendo? -Wendy apretó al cachorro contra sí.

Luke contestó con voz algo temblorosa.

– Pensaba que te estaba besando -esbozó una leve sonrisa-. Y que tú me besabas a mí.

– Debe de haber sido por el cachorro -balbuceó ella, poniéndose en pie-. Yo no quería…

– ¿No querías besarme? ¡Embustera!

– ¡Luke! -en su voz había auténtico disgusto. Luke lo notó y la miró con preocupación.

– Wendy, ¿qué te ocurre? -Esto es… ridículo.

– ¿Que nos besemos es ridículo?

– Sí -ella respiró hondo, intentando calmarse-. Tú eres mi jefe. Tenemos una relación laboral, nada más -cerró los ojos y abrazó a Bruce-. Nada más. Lo otro… sería un desastre.

Él asintió, observándola. Sabía que, si daba un paso hacia delante, ella huiría. Y él que no quería que eso ocurriera. «Tranquilízate», se dijo. La había asustado. Ninguna mujer a la que hubiera besado había reaccionado así. Pero Wendy, sí, y él deseaba desesperadamente que ella se quedara.

– Siempre beso a las mujeres cuando lloran -dijo con ligereza-. Es muy eficaz para parar el llanto.

– Yo no estaba llorando. Solo… me he emocionado un poquito al ver al cachorro -ella también procuró parecer sonreír-. ¿De veras es para Gabbie?

– Sí -él sonrió animosamente-. Pero será mejor dárselo mañana. Esta noche, puede dormir en mi cuarto -ella lo miró con asombro y él esbozó una sonrisa burlona-. Bueno, ¿qué te sorprende tanto?

– Supongo que eras el tipo de hombre que hace dormir al perro en la terraza.

– Sí, claro -Luke casi había conseguido controlar su voz-. Ya lo intenté. Más o menos.

– ¿Qué quieres decir?

– Lo metí en un caja de cartón cuando lo recogí en la tienda. Lo puse en el asiento de atrás del coche y allí duró exactamente cinco minutos. Al principio, gimió tanto que parecía que me perseguía un coche de policía con la alarma puesta. Luego, empezó a comerse la caja.

Una vez se la hubo comido, salió de ella y siguió gimiendo.

– ¡Oh, Luke! -los momentos de tensión habían pasado. Casi. Luke la había hecho reír-. ¿Qué hiciste?