– Lo que haría cualquier persona sensata -dijo él, suspirando-. Pasó el resto del viaje en mis rodillas, lo cual es ilegal y peligroso, pero también una forma razonablemente tranquila de llevar a un perro. Al caboo de una hora se quedó tan profundamente dormido que se deslizó al asiento de al lado. Pero incluso entonces siguió vigilándome. Así que, si lo dejamos en la terraza, ¿crees que tenemos alguna oportunidad de dormir esta noche?
– Ninguna, diría yo -dijo Wendy, sonriendo, y Luke asintió.
– Bueno, entonces, vamos. Tú pasarás la noche con tu bebé y yo con el mío. Espero que a ninguno de los dos les entre hambre. Y espero que el mío no ronque.
Pero roncaba.
Bruce durmió de un tirón, resoplando plácidamente en una cesta justo debajo de Luke. Sus ronquidos bastaban para volver loco a un hombre, pero, a decir verdad, no eran lo que mantenía despierto a Luke.
Tumbado en la cama de sus abuelos, Luke permaneció despierto en la oscuridad, buscando respuestas donde no las había. Ignoraba por qué se sentía así. Ni siquiera estaba seguro de lo que sentía. Solo sabía que, cada vez que veía a Wendy, su mundo parecía salirse de su eje.
La deseaba tanto que aquello no podía ser solo algo físico. ¿Pero por qué? Ella no era su tipo de mujer, se decía una y otra vez. ¿Cómo podía encajar en su vida?
No, podía. Luke no la veía entreteniendo a sus sofisticados amigos de la ciudad… Pero, de pronto, la idea de entretener a sus sofisticados amigos ya no le parecía apetecible, comparada con la idea de estar en la granja. De estar con Wendy.
Aquello era pasajero, se dijo, desesperado, dando vueltas en la cama y golpeando la almohada como si tuviera la culpa de algo. Lo que ocurría es que nunca había conocido a nadie como Wendy, y ella era una novedad. Se le pasaría. Si pasaba un poco más de tiempo allí…
Hmm. Un poco más de tiempo allí… La idea le gustó.
Bueno, ¿y por qué no? ¿Qué prisa tenía por volver a la ciudad, después de todo? Había llevado consigo su ordenador portátil. Tenía su teléfono móvil. Podía arreglar una de las habitaciones como despacho, hacerse instalar una conexión a Internet, y dedicarse a redescubrir de nuevo aquel lugar. Conocer a Gabbie y a Grace. Jugar con Bruce… Y dejar de obsesionarse con Wendy.
Sí, eso sería lo mejor. Al menos, tenía que intentarlo.
Wendy tampoco podía dormir. Mientras Luke daba vueltas en su cama, ella hacía lo mismo en la suya y hablaba con Grace.
– Es peligroso tu hermano -le dijo a la niña, que dormía profundamente-. Ha sido una tontería dejar que me besara… -inconscientemente, se llevó los dedos a los labios, buscando la impronta del beso de Luke. Había sido maravilloso-. ¡Qué estupidez! -dijo, con rabia-. A mí no me interesan los hombres. Y, sobre todo, no me interesa un ligue pasajero, y estoy segura de que él solo busca eso, un ligue pasajero.
Suspiró y se quedó pensando. Cuando volvió a hablar, la amargura había desaparecido y solo quedaba desolación en su voz.
– Luke no puede ofrecerme nada más -dijo, en la oscuridad-. Es un hombre que toma lo que desea, cuando lo desea. Cualquiera puede verlo. Es rico, viaja y está aquí una noche y a la otra se va. Así que, Wendy Maher, ya puedes ir olvidándote de estas estúpidas emociones. Contrólate, mujer.
Todo aquello estaba muy bien, se dijo una hora después, y a la siguiente. Pero aquellas advertencias eran completamente vanas, porque solo podía pensar en aquel beso.
Finalmente, se levantó y se acercó a la ventana para ver el mar. El magnífico coche de Luke estaba aparcado justo debajo de la terraza. Al verlo, su resolución se fortaleció.
– Es igual que Adam -murmuró-. Son todos iguales. ¡Hombres! Si le permites que se acerque… tendrás que dejar este, sitio maravilloso que tanto le gusta a Gabbie, y ya no podrás ocuparte de Grace…
«Es verdad».
– Así que, compórtate con sensatez.
«Sí, señora» -le respondió su corazón.
Wendy suspiró y volvió a la cama. Pero no consiguió dormir.
CAPÍTULO 7
EL LAMENTO habría podido oírse a gran distancia: un aullido agudo, triste y desolado que llenaba la casa y se extendía hacia el mar, creciendo en intensidad.
Dormido justo debajo de aquel sonido, Luke se despertó sobresaltado.
Wendy se incorporó y miró automáticamente a la cuna junto a su cama. Pero no era su bebé el que lloraba.
Y, en el cuarto de al lado, Gabbie dio un salto y se lanzó bajo las mantas de Wendy.
– ¿Qué es eso? ¿Qué es eso? -preguntó la niña, temblando como una hoja.
– No te asustes -Wendy contuvo un suspiro-. El tío Luke vino anoche y trajo una sorpresa para ti. Supongo que es lo que hace ese ruido.
La naricilla de Gabbie emergió de entre las mantas.
– ¿Una sorpresa? ¿Para mí?
– Sí. Ve a echar un vistazo. Ya sabes dónde duerme Luke.
El lamento seguía sonando en la oscuridad, y Gabbie se aferró a la mano de Wendy.
– ¿Esa es la sorpresa? Es horrible…
– No es horrible. Ve a verlo.
Gabbie dudó.
– No, si tú no vienes conmigo.
Dando un suspiro, Wendy apartó las mantas y metió los pies en las zapatillas. Se puso una bata y agarró de la mano a Gabbie. Un balbuceo procedente de la cuna les recordó que no estaban solas.
– Grace también quiere verlo -anunció Gabbie, y Wendy asintió.
– Por supuesto. Por qué no -tomó en brazos a la niña, que la miró con los ojos muy abiertos-. Tu hermano mayor está en casa -dijo ella-. Y le ha traído a Gabbie un regalo. Un regalo que quiere romper la barrera del sonido. Bueno, niñas. Vamos a verlo, antes de que nos rompa los tímpanos.
Bruce no era feliz. Se había despertado en un lugar extraño, con una persona extraña, y sin ningún perro a la vista. Su mamá no estaba. Ni sus hermanitos.
Había empezado a llorar a pleno pulmón. Y siguió llorando, aunque Luke lo tomó en brazos, le susurró y le ofreció comida y todo lo que un cachorro podía desear. Pero el perro no quería nada. Solo lloraba y lloraba y lloraba.
Y así fue como lo encontraron Wendy, Gabbie y Grace cuando abrieron con cautela la puerta del dormitorio. Luke estaba sentado en la cama, medio dormido, con su pijama azul pálido estampado con barquitos de color rojo brillante, y Bruce estaba sentado en su regazo, con el hocico apuntando hacia la luna, gimiendo con delectación.
Wendy se quedó paralizada al contemplar la escena.¡Tenían un aspecto verdaderamente cómico!
A su lado, Gabbie dio un profundo suspiro, impresionada. Entró en la habitación con la boca abierta.
– Es un perro -murmuró-. ¡Un perro!
– Un perro muy escandaloso -dijo Wendy.
– ¿Por qué llora? -susurró Gabbie, todavía agarrada a la mano de Wendy.
– Supongo que echa de menos a su mamá.
– ¿Y dónde está su mamá? -los enormes ojos de Gabbie se posaron sobre Luke con expresión de reproche.
– Eh, yo no le he robado a su madre -dijo Luke, ofendido-. Iban a venderlo de todas formas.
– ¿A venderlo?
– Los cachorros necesitan dueño -dijo Wendy suavemente, dándole un suave empujoncito a la niña-. El tío Luke decidió que tú serías la dueña de este cachorro. Creo que eso significa que, de ahora en adelante, tú eres su mamá. Si quieres, claro.
– Oh… -la niña dejó escapar un largo suspiro-. ¿Puedo ser su mamá? -murmuró.
– Necesita una mamá -dijo Luke, lanzando una mirada incierta a Wendy y luego volviendo a concentrarse en Gabbie-. *Yo lo he intentado, pero no ha dado resultado.
– ¿Y cómo voy a ser yo su madre? -Gabbie parecía completamente aturdida.
– Para empezar, puedes tomarlo en brazos y darle el desayuno -sugirió Wendy.
La niña se quedó pensativa mientras el cachorro seguía gimiendo. Después, Gabbie pareció tomar una decisión y soltó la mano de Wendy. Se acercó y puso la mano encima de la cabeza del perro.