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– No llores, perrito -dijo.

El cachorro le lanzó una mirada titubeante… y siguió gimiendo.

Pero Gabbie comprendió instintivamente lo que debía hacer. Respiró hondo, lo tomó entre las manos y lo alzó hasta que los ojos del perro quedaron al nivel de los suyos.

– Eh, perrito, aquí se está muy bien -dijo, en tono serio-. Este sitio es para niños que no tienen mamá. Grace y yo no tenemos, y Wendy hace de nuestra mamá. Aquí estamos muy bien. Si quieres, yo seré tu mamá y nos divertiremos. Y podrás jugar con mi cubito.

De pronto, se hizo el silencio. Todo el mundo contuvo el aliento cuando Bruce pareció considerar sus opciones. Wendy y Luke se miraron sin respirar. La niña y el perro estaban nariz con nariz. El cachorro observó a su nueva dueña largamente y, luego, muy despacio, comenzó a menear la cola, sacó la lengua rosada y le lamió la nariz.

Luke miró a Wendy y sonrió con satisfacción, como si hubiera hecho un milagro. Lo que, si bien se miraba, era cierto, pensó Wendy. A pesar de sus peculiares pijamas.

Después de aquello, se tiraron todos a la cama. Era una cama muy grande. Luke ya estaba en ella; Gabbie y Bruce se metieron entre los cobertores y a Wendy le pareció ridículo quedarse allí, en la puerta, de pie, mientras Gabbie le decía que se acercara para comprobar lo suaves que eran las orejas de Bruce. Así que, Wendy se acercó y se sentó al borde de la cama, manteniéndose todo lo alejada que pudo del pijama de barquitos que tanto perturbaba su serenidad. Pero Bruce intentó lamer a Grace y la niña estiró sus bracitos alegremente, tratando de asir aquel nuevo y maravilloso juguete, y Wendy tuvo que separarlos y cayó de lado…

Y ya no pudo resistirse. Así que Luke y ella quedaron tendidos el uno junto al otro, riendo.

Aquello era maravilloso. Pero también… peligroso.

Luke sostenía a Grace en el aire, sobre su cabeza, y la hacía reír de placer. Gabbie y Bruce estaban en alguna parte, bajo la colcha. La cama no era lo bastante grande para que Wendy se mantuviera separada de Luke y, de todas formas, los hoyos del colchón se lo habrían impedido. La suave tela de su camisón rozaba el pijama de barquitos, y el calor que irradiaba del lado de Luke era tan seductor…

– Hay que hacer el desayuno -dijo Wendy de repente, incorporándose de un salto, sofocada-. Y hay que sacar al perro.

– No, no hace falta -dijo Luke perezosamente, y sonrió.

– Si conocieras a los cachorros… -cielos, ¿por qué tenía aquel hombre una sonrisa tan irresistible?

– En realidad, conozco muy bien a los cachorros -dijo él, mirando a Wendy con una sonrisa extraña que a ella le aceleró el corazón-. 0, mejor dicho, conozco a un cachorro en particular. Ese cachorro está muy, muy cerca de mí. Y, justo debajo de mi pie izquierdo, noto una zona húmeda y tibia. Eso me dice que ya no hace falta sacarlo. Confío en que tengamos lavadora, señorita Maher.

– Tenemos lavadora -ella intentó parecer enfadada, pero no lo logró-. ¿Justo… justo debajo de tu pie izquierdo?

– En este momento, debajo de mi pie derecho -dijo él, y volvió a alzar a Grace otra vez, sonriendo-. Y creo que también tú estás mojada, Grace Gray. Así que, me parece que Wendy tiene razón. Tenemos que levantarnos, cambiarte los pañales y desayunar… y luego empezaremos el día. Porque hoy quiero hacer muchas cosas. Muchísimas.

– ¿No vas…?. ¿No vas a volver a Sidney? -consiguió decir Wendy, fingiendo que no le importaba.

– No, Wendy, no voy a volver -dijo él. Estiró un brazo debajo de la colcha, sacó a Bruce y lo alzó. Tenía a Grace en una mano y al cachorro en otra, y los miraba a los dos-. He decidido pasar unos días aquí para… para conocer a mi nueva familia. ¡A toda mi nueva familia!

Una hora después, Wendy intentaba hacerse a la idea de que Luke había decidido quedarse mientras colgaba las sábanas recién lavadas en el tendedero. Luke tenía todo el derecho. Pero ella no quería que se quedara.

¿Por qué? Era importante que Luke conociera a Grace. Ella lo sabía. Entonces, ¿por qué la preocupaba tanto que se quedara?

Era por ella, se dijo amargamente. Por la forma en que él la hacía sentirse. Con Luke se sentía como no se había sentido nunca antes con un hombre. Ni siquiera con Adam. Cuando él entraba en una habitación, todo parecía iluminarse.

Luke había hechizado a las dos niñas. En ese momento, estaban tendidas con él en el césped, riendo y retozando. Luke enseñaba a Gabbie lo rápido que podía rodar colina abajo, hacía rodar a Grace de un lado a otro, y trataba de mantener al perrito alejado de las narices de las niñas. Gabbie parecía completamente encantada.

«Pero yo no», se dijo Wendy secamente. «No puedo permitírmelo. Solo soy su empleada».

Y, sin embargo…

– Wendy, necesitamos ayuda -de pronto, Luke apareció a su lado, le tendió una de las sábanas limpias y agarró un extremo para que la doblaran juntos.

– ¿Necesitamos ayuda? Soy yo la que está haciendo la colada -lo miró fijamente-. No habrás dejado a las niñas solas con el perro, ¿verdad?

– Bruce no va a comérselas. Y le he enseñado a Gabbie cómo tiene que agarrarlo para que no la muerda. Es una niña muy inteligente. No tiene de qué preocuparse, señorita. Todo está en orden.

– Pero…

– Y ahora que te he ayudado a tender la colada -dijo él-, te toca a ti ayudarme. Te necesito.

«Te necesito…». Dos simples palabras que tuvieron el poder de acelerarle el corazón a Wendy. ¡Ja! ¡Necesitarla! ¡Aquel hombre no necesitaba a nadie!

– ¿Para qué? -ella lo miró con desconfianza.

– Las canoas están aún en el sótano -dijo él-. Lo he mirado. Y hay chalecos salvavidas. Creo que incluso hay uno que puedo cortar para hacerle un flotador a Bruce. Hace una mañana preciosa, señorita Maher. El trabajo más urgente ya está hecho, así que olvídate de todo. Olvida las responsabilidades. En estos alrededores hay sitios maravillosos, y será un honor para mí enseñároslos.

– Pero…

– Nada de peros. Soy tu jefe, ¿recuerdas? -puso un dedo sobre los labios de Wendy, sin comprender las emociones que esa caricia desató en ella. Ni siquiera Wendy las comprendía.

Wendy estaba impresionada. Nunca había hecho nada parecido en toda su vida. Tuvo que quedarse simplemente sentada en un extremo de la canoa, agarrar a Grace y a Bruce… y maravillarse.

Luke, Wendy y Gabbie habían empujado la canoa, con Grace y Bruce en su interior, hasta la playa. Luego Luke les había puesto los salvavidas, había atado a Grace y a Bruce al chaleco de Wendy, y habían lanzado la canoa al agua.

En realidad, no había necesidad de llevar los salvavidas. Hacía un día radiante. El agua, de un azul transparente, estaba en calma, y Bruce, Grace y Gabbie estaban tan asombrados que apenas se movían.

A la izquierda de la granja, la playa daba paso a una serie de pequeños acantilados. Hacía allí dirigió Luke la canoa, manejándola como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.

Wendy pensaba que solo darían un paseo junto a los acantilados, pero, para su sorpresa, Luke se dirigió directamente hacia las rocas. Justo cuando empezaba a preguntarse qué demonios hacía; vio que se dirigían a una abertura entre las rocas.

Luke no se detuvo. Aprovechando el impulso de una ola, dirigió la canoa hacia aquella abertura. Era la entrada de una cueva increíble. Sencillamente, mágica.

La primera caverna era grande, oscura y tenebrosa. Gabbie se aferró a Wendy, y Wendy se aferró a Grace y al cachorro, que no se movían. La canoa se adentró en la oscuridad. Y, luego, de repente, se abrió otra hendidura en la roca.

Wendy dejó escapar un suspiro de admiración y placer. La hendidura daba paso a otra cueva. Pero esta no era lúgubre, como la anterior, sino que estaba iluminada por un sinfín de fisuras que se abrían en la roca, hacia el cielo. El sol pasaba por ellas, reflejándose en el agua. Debajo de ellos, el mar apenas tenía un metro de profundidad. El fondo era arenoso y un millar de pececillos se deslizaban junto a la canoa.