Wendy parecía extasiada.
Luke se recostó en la canoa, sonriendo, satisfecho como si hubiera sacado aquel milagro de una botella.
– Esta es mi cueva -dijo, con orgullo-. Mi abuelo me la enseñó cuando tenía cuatro años y, según creo, soy la única persona que la conoce. Quería enseñárosla.
Le estaba hablando a Gabbie. Pero Wendy, al levantar la vista del agua, vio que la miraba a ella.
– Me apetecía enseñárosla -repitió él, más suavemente, y ella comprendió que hablaba solo para ella.
Su voz era como un beso, pensó ella. Mejor que un beso. Era como una declaración. Wendy se sonrojó y empezó a balbucir.
– Es… es maravillosa. Como… la… cueva de un pirata.
– Llena de tesoros -dijo él suavemente, sin dejar de mirarla.
¡Cielos! Aquel hombre hacía de la seducción un arte. Wendy se sentía cada vez más sofocada. Aturdida, abrazó a Grace y se inclinó sobre el agua.
– Podemos dejar aquí la canoa -le dijo Luke, llevando el bote hacia el extremo más alejado de la cueva, donde el agua lamía una amplia franja de suave arena.
Wendy estaba muda de asombro ante tanta belleza. Pero algunas de sus sensaciones no tenían nada que ver con aquel lugar, si no con el modo en que Luke la miraba, con la forma en que la tomó de la mano al ayudarla al salir de la canoa y con su forma de mirarla, como si adivinara lo que sentía.
Menos mal que estaban allí las niñas. Si no…
– Esto es precioso -dijo Gabbie, maravillada-. ¿Podemos nadar un poco con los peces?
– Claro -dijo Luke-. Este es el mejor sitio del mundo para nadar. Los peces son muy tímidos y el agua no cubre. Convencí a Wendy de que trajera bañadores, toallas y algo de comer, así que el día es nuestro, y la cueva es nuestra, y el resto del mundo no existe.
– ¿Has traído tu teléfono móvil? -preguntó Wendy con cierto atisbo de amargura en la voz, pero Luke no pareció ofenderse.
– No, señorita Cínica, no he traído mi teléfono móvil -le dijo-. Me he tomado el día libre.
– ¿Y crees que el mundo lo soportará?
– Espero que sí -dijo él suavemente, mirándola a la cara-. Y, si el mundo logra sobrevivir sin mí, entonces ¿quién sabe si no me tomaré más tiempo para conocer a mi familia?
– ¿Cuánto tiempo va a quedarse?
– No lo sé. Unas semanas -dijo Wendy nerviosamente a través del teléfono-. Ha montado su despacho en una de las habitaciones pequeñas. Pasa allí un par de horas cada mañana, pero el resto del tiempo…
– ¿Lo pasa contigo? -preguntó Shanni.
– Con las niñas -contestó Wendy.
– Sí, pero tú estás con ellas.
– Sí -Wendy intentó tranquilizarse, pero no lo consiguió. Luke llevaba allí una semana, y ella cada vez estaba más inquieta-. Esto no formaba parte del acuerdo. Shanni, no sé cómo controlar esta situación.
– La mayoría de las niñeras trabajan en casa de sus jefes -dijo Shanni con cautela.
– Pero él dijo que no se quedaría…
– ¿Crees que es malo para las niñas? -la interrumpió Shanni. Wendy no se estaba explicando muy bien.
– No. Por supuesto que no. Gabbie está enamorada de él. Y está muy encariñado con Grace.
– Bueno, entonces, ¿cuál es el problema? -preguntó Shanni.
– Yo…
– ¿No te estarás enamorando de él tú también?
– No. Claro que no.
– Entonces, lo que necesitas es un buen contrato -dijo Shanni con vivacidad-. ¿Quieres que Nick te redacte uno conveniente?
– Ya tenemos un contrato.
– ¿Incluye vacaciones pagadas? ¿Días festivos? ¿Que el jefe se quede en su mitad de la casa entre la puesta y la salida del sol?
– Shanni…
– Tienes que tener mucho cuidado -gorjeó Shanni-. Me da la impresión de que ese hombre te tiene muy confundida.
– Sí -Wendy respiró hondo-. Shanni…
– Sí, cariño -su amiga percibió la preocupación que había en la voz de Wendy y reaccionó inmediatamente-. De acuerdo. Dejaré de bromear. ¿De veras estás preocupada?
– Quiere… quiere llevarnos a dar una vuelta.
Silencio. Poca gente podía comprender lo que aquello significaba para Wendy.
– ¿En su coche?
– Ajá.
– Tendrás que afrontarlo, querida -dijo Shanni con su mejor tono de institutriz, haciendo que Wendy estuviera a punto de reírse. Shanni también se rio, pero luego volvió a ponerse seria-. Debes recobrar la confianza, Wendy.
– Sí, pero Gabbie…
«Debes recobrar la confianza».
Eso lo resumía todo, pensó Wendy cuando colgó el teléfono. Aquel era el trabajo perfecto. Debía relajarse y dejar de pensar que Luke intentaba seducirla. Debía dejar de pensar que Luke pondría en peligro a las niñas cada vez que las montaba en su flamante coche.
Debía tener confianza. Pero no la tenía. En absoluto.
– ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
No debía preguntárselo, pero ya habían pasado diez días y Luke no mostraba signos de querer marcharse. Por el contrario, cada vez se implicaba más en las tareas dula casa. Se había hecho responsable de educar a Bruce; había ido a Bay Beach y había comprado un montón de libros infantiles; y cada noche se sentaba en la terraza con Gabbie e intentaba enseñarla a leer. Gabbie estaba tan excitada que apenas se separaba de sus libros nuevos.
Al verlos juntos, Wendy sentía una punzada de celos por la relación que se estaba creando entre ellos.
– Ven. Ayúdanos a leer -decía Luke a menudo, mirándola, pero ella se retiraba al interior de la casa para hacer alguna cosa trivial. Porque sentarse allí mientras ellos leían era cautivador y maravilloso… y, en resumen, peligroso.
Habían pasado diez días y la tensión había crecido hasta el punto de que Wendy pensó que iba a estallar. Como en ese momento. ¡El estaba tan cerca! Las niñas estaban en la cama y ella fregaba los platos de la cena. Luke había vuelto después de poner a Bruce en su cesto y había empezado a secar los platos. Como un marido. De repente, a Wendy aquello le pareció demasiado. Aquella intimidad que crecía a cada minuto…
– ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? -preguntó de nuevo cuando él no respondió y la miró con una sonrisa inquisitiva.
– ¿Estoy invadiendo tu terreno?
Ella concentró toda su atención en una diminuta mancha que había en la sartén.
– Sí. Un poco. No sabía que pensaras quedarte.
– No pensaba hacerlo -dijo él seriamente-. Pero las cosas cambian.
– ¿Qué cosas?
Aquello fue un error. En cuanto hizo aquella pregunta, Wendy comprendió que se había equivocado. Porque requería una respuesta. Pero la pregunta quedó suspendida en el aire, como una espada desenfundada que amenazara con destruir todo a su alrededor.
– La gente cambia -dijo él suavemente. Dejó el paño de cocina y la miró directamente-. Yo, por ejemplo. Hace dos semanas, si me hubieras preguntado qué pensaba del campo, te habría dicho que, era el infierno. Estar encerrado en el campo con una mujer y dos niñas… Pero, ahora, estoy empezando a pensar que el infiernoo es estar fuera de aquí.
– Supongo… supongo que es por Grace -dijo ella, titubeando, todavía concentrada en su sartén.
Pero, de pronto, Luke le quitó la sartén, la agarró de las manos y la miró a los ojos como si fuera a declarársele.
Y eso fue lo que hizo. Ella no pudo impedírselo.
– No, Wendy -dijo él suavemente. Al percibir la mirada de angustia de Wendy, esbozó otra de sus sonrisas inquisitivas-. Sé que todo ha sucedido muy deprisa. Sé que estás asustada. De veras quisiera decir que he decidido quedarme porque me he enamorado de mi hermanita… o de Gabbie y de Bruce… pero la verdad es, amor mío, que me he enamorado de ti. De ti, Wendy.