– No lo sé. Nada. Me estoy comportando como una estúpida. Esto… esto es realmente maravilloso, Luke.
Una verdadera sorpresa de cumpleaños. Pero no era maravilloso. Luke paró el coche en el aparcamiento del Whispering Palms, la tomó de la mano con determinación y la condujo al restaurante. Pero sabía que aquello no era maravilloso en absoluto.
Aunque debía serlo. El restaurante era de ensueño. Se componía de una serie de casas de madera construidas entre el bosque y la playa. Las paredes se abrían en las noches balsámicas como aquella, de modo que los amantes podían cenar arrullados por el sonido del mar y por la suave brisa que susurraba entre los árboles.
Pero Wendy parecía tensa. Cuando el maitre les condujo hasta su mesa, Luke se detuvo de pronto.
– No -dijo.
El camarero se paró y lo miró, extrañado.
– ¿Señor?
– Esta mesa no me gusta -dijo Luke suavemente, mirando a Wendy-. Necesitamos más intimidad.
– ¿Una mesa apartada? -el hombre sonrió con aprobación-. Eso puede arreglarse.
Pero Luke sacudió la cabeza.
– No me refiero a eso. Permítame un momento. Wendy, espera aquí, por favor -dejó a Wendy de pie junto a la mesa que les habían reservado e indicó al hombre que se acercara al mostrador de recepción-. Hay poca gente esta noche, ¿verdad?
– Sí, señor -el hombre miró a su alrededor. El restaurante estaba casi vacío.
– Entonces, si quisiéramos cenar en la playa…
– ¿Perdón?
Luke tomó una carta y la estudió un momento.
– Voy a pedir ahora mismo -dijo-. Luego, si puede arreglarlo, me gustaría que nos sirvieran la cena en la playa… justo a la vuelta del acantilado, junto, a la desembocadura del río, desde donde no se ve el restaurante. Quiero el servicio completo, pero, después del postre y el café, no quiero que nadie nos moleste. Pueden recogerlo todo por la mañana.
– ¡Pero señor! -el hombre se quedó perplejo ante tan extraordinaria petición-. No creo que…
Pero Luke abrió su cartera. Con una rápida mirada para asegurarse de que Wendy no estaba mirando, sacó tal cantidad de dinero que el hombre se quedó boquiabierto.
– Esto es por la cena, por el servicio extra y por las molestias. ¿Puede arreglarlo?
El hombre miró el dinero y las comisuras de sus labios se curvaron en un principio de sonrisa.
– Por supuesto que sí, señor -dijo, por fin-. Será un placer. Y, si me permite decirlo, es la idea más romántica que he oído nunca. Quizá podríamos inaugurar un nuevo servicio…
Así pues, en lugar de ser conducida a una de las sillas de terciopelo púrpura, Wendy fue guiada de nuevo al exterior.
– Vamos -dijo Luke, tomándola de la mano otra vez-. Por esas escaleras, Wendy. Vamos a la playa.
– Luke…
– No discutas -dijo él, y sonrió-. Van a servimos la cena, pero lo harán ahí abajo -levantó un farolillo que previamente había estado colocado en el mostrador de recepción, pero que había sido donado para mejor causa-. ¡He aquí nuestra luz! Vamos, señora mía. La cena nos espera.
Aquello estaba mucho mejor.
La atmósfera todavía era un poco tensa, pero era preferible a la formalidad del restaurante. Wendy estaba aturdida, pero parecía haber recuperado el sentido del humor, a pesar de sus recelos. La habían llevado allí casi a la fuerza, pero estaba empezando a disfrutar de la situación.
Los camareros, fingiendo que aquello era perfectamente normal, los siguieron por la playa hasta la desembocadura del río, unos cincuenta metros más allá. Esperaron pacientemente mientras Luke elegía un rincón apartado entre las dunas, y luego colocaron lo que habían llevado: una manta de picnic,. un candelabro con velas que procedieron a encender, cubiertos de plata relucientes, una cesta con panecillos calientes, mantequilla, copas, champán…
– Esto es de película -dijo Wendy, mirando con asombro el magnífico mantel, y no puedo evitar echarse a reír-. Cielos, nunca he visto tanta ostentación…
– Esto no es ostentación -dijo Luke con severidad-. Ostentación es lo de ahí arriba. Esto es un picnic.
Wendy contempló la playa y la senda que subía hacia el restaurante. Un camarero se acercó con dos bandejas de plata. Caminó solemnemente por la arena hacia su improvisada mesa y dejó las espléndidas bandejas delante de ellos con toda ceremonia.
– ¿Un picnic? -preguntó Wendy.
– Espero que te guste la langosta -dijo él-. Porque esta es la mejor langosta de Bay Beach.
A Wendy le gustaba la langosta. Y, a pesar de sus recelos, le encantó aquella extraña cena. Al principio, intentó con todas sus fuerzas mantenerse distante y formal, pero no lo consiguió, porque Luke mantenía una cómica actitud de donjuán, y los camareros iban y venían, serios e impasibles, caminando sobre la arena, llevándoles un plato magnífico tras otro.
– Deben de pensar que estamos locos -dijo ella, y Luke sonrió.
– Lo estamos -dijo él-. Pero a mí me gusta -sirvió más café de una jarrita de plata y le ofreció una bandeja con bombones artesanales-. Me parece que están rellenos de cerezas. ¡Hmm! Prueba uno.
– Si como algo más, explotaré -dijo ella, sacudiendo la cabeza-. No. Ya es suficiente, Luke -contempló la playa, esperando que algún camarero fuera a recoger la mesa, pero no apareció ninguno. La cena había acabado y estaban solos.
Hubo un silencio.
Luke se había puesto serio. Estaba bebiendo su café y mirándola a la luz de las velas. La suave brisa desordenaba los rizos de Wendy en tomo a su cara. Las sombras que proyectaban las velas danzaban en su rostro. Estaba muy, muy guapa.
– Es hora de volver a casa -dijo ella, azorada, e hizo amago de levantarse.
– No -Luke dejó su taza y la tomó de la mano, haciendo que se sentara a su lado-. Después de una cena como esta, hay que hacer ejercicio.
– Ah, sí, tal vez una carrerita por la playa -dijo ella, casi sin aliento-. Supongo que lo dices en broma -intentó retirar la mano, pero él no la dejó-. Luke, esto ha sido maravilloso, pero…
– La noche todavía es joven -dijo él-. Hace calor, la playa es preciosa y no tenemos que preocuparnos de nada. Así que, ¿qué podemos hacer? Ya lo tengo. Vamos a ver si encontramos camarones.
– ¿Camarones?
– Por si no lo has notado, hay luna creciente -dijo él-. Es el mejor momento para buscar camarones. 0 para atraparlos, si tuviéramos una red, pero creo que tendremos que contentamos solo con verlos.
– ¿Dónde? -a pesar de sus protestas, Wendy estaba fascinada.
– En el río -dijo él; alzando el farolillo-. Vamos, Wendy Maher. Divirtámonos un poco.
– Pero…
– ¿Pero qué? -él la traspasó con una mirada inquisitiva y, luego, sonrió-. ¿Por qué me miras como si fuera a morderte? ¿Acaso crees que he organizado esto para seducirte y no para pescar camarones? ¿Cómo puedes pensar tal cosa? -dijo, con voz lastimera, y Wendy tuvo que sonreír
– ¿Quieres decir que no has pensado en seducirme ni una sola vez?
Él pareció pensárselo seriamente y después sonrió suavemente, con cierto aire burlón.
– Bueno, supongo que podría cambiar mis planes -dijo, pensativo-. Si realmente quieres que te seduzca el día de tu cumpleaños…
– ¡No!
– Entonces, vamos a buscar camarones -dijo él.
Pero los camarones eran difíciles de encontrar. Luke la llevó a la orilla del río. Allí, donde el río se encontraba con el mar, la desembocadura se abría en una amplia e intrincada red de arroyuelos de unos pocos centímetros de profundidad. El agua que la marea había depositado en las pozas que se formaban entre los brazos del río estaba muy quieta y caliente. Wendy se quitó los zapatos, esperando encontrar agua fría. Pero el agua estaba casi a la temperatura del cuerpo. Se quedó en la orilla y observó a Luke escudriñar el agua, subiendo y bajando el farol.
– ¿No ha habido suerte?
– Tienen que estar aquí, en alguna parte -dijo él, como si encontrar un camarón fuera la cosa más importante del mundo.