– Ya te he dicho que…
– No me has dicho nada que tenga sentido -Shanni se levantó y la miró con indignación-. Tuviste mala suerte con Adam, pero ahora estamos hablando de Luke. Dale al menos el beneficio de la duda, Wendy.
– Shanni, déjalo.
– Le habrás hecho muy infeliz…
– Lo superará.
– ¿Ah, sí? -Shanni achicó los ojos-. Si está tan enamorado como creo, puede que no lo supere.
Dos meses después, Luke no lo había superado.
Había tratado de retomar su antigua vida, pero ya no era el mismo. Pensaba sin cesar en lo que estaría ocurriendo en la granja. En lo que le estaría ocurriendo a Wendy.
Llamaba una vez a la semana, desde cualquier parte del mundo donde estuviera. Y procuraba irse lo más lejos posible. Imaginaba que le resultaba más fácil soportar aquella situación si estaba en Nueva York, porque así sabía que no podía tomar el coche y plantarse en la granja en un par de horas. La tentación le resultaba a veces casi irresistible. Así que, prefería estar en Nueva York, en Londres o en París. También se había sumergido en el trabajo con más ímpetu que en toda su vida.
Al otro lado del mundo, Wendy y las niñas parecían seguir igual. En sus llamadas semanales, Wendy, con el tono formal, le ponía al corriente de las incidencias. La casa había sido pintada completamente, por dentro y por fuera. Gabbie había empezado a ir al colegio, y le encantaba. A Grace le había salido el primer diente…
Gabbie le contaba todas aquellas cosas con un tono mucho más cariñoso y alegre cuando Wendy le pasaba el teléfono con un suspiro de alivio que a Luke le ponía enfermo. Tenía que hacer un gran esfuerzo para responder a Gabbie. Pero la niña empezaba a contarle cosas y Luke iba progresivamente prestándole atención. Una vaca había tenido un ternero y Gabbie lo había visto. Bruce ya se sentaba cuando se lo pedía, y Grace le había agarrado la cola a Bruce y al cachorro le había gustado tanto que se sentaba junto a la niña moviendo la cola para que volviera a tomarla entre sus manitas.
Todo aquello le hacía sentir tanta nostalgia que le daban ganas de colgar el teléfono, pero seguía escuchando, alargando la conversación todo lo que podía. Y luego desfogaba su mal humor en la bolsa, y su fortuna crecía cada vez más, porque estaba tan furioso que tenía que sacar toda aquella energía de algún modo.
Su secretaria se movía de puntillas a su alrededor y lo observaba con preocupación. Aquella mujer de mediana edad le tenía afecto a su jefe, y no era tonta. Adivinaba lo que le ocurría, pero no podía hacer nada al respecto. Así que, procuraba protegerlo cuanto podía y se preocupaba de él en privado hasta que, un día…
La llamada se produjo a media mañana, hora de Nueva York, y no era la clase de llamada que solía recibir Luke. La mujer al otro lado de la línea parecía joven y nerviosa y quizás un poco… ¿desesperada?
– ¿Es la oficina de Luke Grey?
– Sí, señorita, aquí es -contestó María amablemente.
– Soy Shanni Daniels. Soy una amiga de un… amigo de Luke. Nuestro… amigo común tiene problemas y necesito hablar con Luke urgentemente.
María pensó en su jefe, sepultado hasta las orejas entre papeles, y en las instrucciones que le había dado: «No me pases a nadie hasta después de la comida. A nadie, María. ¿Está claro?»
Estaba perfectamente claro. Pero…
– ¿Llama desde Australia? -preguntó, sin poder reprimir un cierto tono de esperanza.
– Sí -dijo Shanni-. Espero que allí no sea mala hora para llamar. Nick dice que no es asunto mío, pero, por favor, es muy importante.
– ¿Es ese amigo suyo una mujer?
Silencio. Y luego:
– Sí -respondió Shanni-. Sí, es una mujer.
– La paso enseguida, señorita -dijo María tranquilamente, y apretó el botón.
Diablos, aquella columna no tenía sentido. Había metido las cifras tres veces en la hoja de cálculo, pero no le salía. «Eres un imbécil», se dijo Luke. «Cálmate, Grey».
En ese momento, sonó el teléfono. Luke lo miró como si fuese su enemigo personal. Le había dicho a María que no quería que lo molestaran.
– ¡María! -rugió. No hubo respuesta.
Furioso, se lanzó hacia la puerta y la abrió de golpe. María no estaba en su mesa. Debía de haber ido al servicio y haber desviado el teléfono a su despacho. Aunque eso no era propio de ella.
¡Pues que siguiera sonando! Las cifras seguían sin encajar… El teléfono seguía sonando.
Por fin, Luke tomó el auricular y gritó, como si le gritara a María:
– ¿Qué?
– ¿Luke? -la voz al otro lado de la línea era tan débil que no la reconoció.
– ¿Sí? -bajó la voz un poco.
– Soy Shanni. Ya sabes, la amiga de Wendy.
– Oh, Dios -al otro lado del mundo, el corazón de Luke pareció hincharse y estallar-. ¿Qué ocurre?
– Es Gabbie -dijo ella-. Luke, creo que debes saberlo. La madre de Gabbie va a llevársela otra vez.
Luke se quedó con la mente en blanco, sin poder asumir lo que acababa de oír. ¡No!
No podría soportarlo, pensó, y sus pensamientos se dirigieron a Gabbie, antes que a Wendy. Después de lo que Wendy le había contado sobre su madre, permitir que se la llevara…
¿Y cómo se sentiría Wendy cuando viera que se llevaban a su querida niña…?
– ¿Puede hacerse algo al respecto?
– Tom dice que no -dijo Shanni, tan angustiada como él-. Tom es el jefe de la red de hogares infantiles de esta zona, y lo preocupa esto tanto como a nosotras, pero ella tiene permiso legal. Nuestros trabajadores podrán vigilarla, pero en el pasado ha sido siempre tan cruel con Gabbie… -la angustia de Shanni lo alcanzó al otro lado del teléfono y Luke pensó que, si ella se sentía mal, ¿cómo se sentiría Wendy?
– ¿De verdad quiere a Gabbie? -preguntó.
– Wendy piensa que es una cuestión de poder -contestó Shanni-. Sonia nunca intenta ponerse en contacto con la niña, pero de vez en cuando se aburre, o se enfurece, y entonces va en busca de su hija. Si supiera que Gabbie vive en la granja con Wendy…
– ¿Es que no lo sabe?
– No, y no debe saberlo. Wendy llevará a Gabbie a las oficinas del hogar el miércoles por la mañana, para que Sonia crea que la niña todavía vive en el orfanato. Si no, Wendy nunca la recuperará. Sonia se encargará de ello. Oh, Luke…
Había todavía algo peor. Luke lo notó en su voz.
– ¿Sí?
– Sonia habla de llevarse a Gabbie a Perth, a Australia Occidental.
– ¿Qué significa eso?
– Significa que, si vuelve a entregarla a los servicios sociales, la niña quedará en manos de las autoridades de Australia Occidental. Y Wendy no podrá recuperarla.
Un nuevo silencio. La mente de Luke, que parecía haberse quedado paralizada, empezó de pronto a trabajar a toda velocidad.
– ¿El miércoles por la mañana, dices?
– Eso es.
En Australia, era lunes por la noche en ese momento. Eso le daba treinta y seis horas.
– ¿Puedes conseguirme el número de ese tal Tom? Imagino que Erin lo tendrá. No se lo digas a Wendy, pero voy a ver si puedo poner en marcha algunos engranajes. Quizá no pueda hacer nada, pero…
– ¿Lo intentarás?
– Con todas mis fuerzas -dijo él, con firmeza.
Era una triste ceremonia. ¿Y cómo no iba a serlo?, se preguntó Wendy. Para la mayoría de los niños a los que había cuidado, el que sus padres fueran a buscarlos era un momento de felicidad. Pero Gabbie se ponía pálida, sus ojos se quedaban sin expresión y se aferraba a Wendy como si temiera ahogarse. Junto a su maleta, miraba a su madre a través de la mesa de la oficina de administración del hogar infantil, y sus dedos crispados parecían suplicarle a Wendy que se quedara con ella.
Pero Wendy tenía que dejarla marchar.
– ¿Piensa en esto como en una solución a largo plazo? -estaba preguntándole Tom a Sonia Rolands. Tom Burrows, el jefe de los Servicios Sociales del distrito, tenía unos sesenta años y llevaba mucho, mucho tiempo en aquel trabajo, pero incluso a él lo acongojaba la cara de tristeza de Gabbie.