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Dag señaló a la puerta cerrada.

—Ahí.

—Oh, bien. ¿Vas a descansar tú? No me digas que tú no necesitas tiempo para curarte. Vi los moratones.

Él negó con la cabeza.

—Voy a buscar un guarnicionero. Volveré para llevarte a cenar luego, si quieres.

—Me gustaría mucho.

Él sonrió levemente al oírlo, y retrocedió hasta el umbral.

—Parece que todo lo que hago en este lugar es decirle a la gente que se vaya a dormir.

—Sí, pero yo voy a hacerlo de verdad.

Él sonrió de nuevo, ampliamente —esa sonrisa debería ser ilegal— y cerró la puerta con suavidad.

En la pared junto al palanganero colgaba un espejo de afeitar hecho de buen cristal liso de Glassforge. Recordando, Fawn fue hacia él y abrió el cuello de su vestido azul.

El moratón que le cubría casi todo el lado izquierdo de la cara era púrpura, verdoso en los bordes, con cuatro costras oscuras de las garras del hombre de barro sobre su pómulo, todavía sensibles pero no infectadas. La marca de la mano de la malicia en su cuello, cuatro llagas en un lado y una en el otro, contrastaba vividamente sobre su piel clara. Las marcas tenían un curioso tono oscuro y una fea textura resaltada, diferentes a cualquier otra contusión que Fawn hubiera visto. Bueno, si había algún truco especial para que se curaran, Dag lo sabría. O quizá lo habría experimentado en sí mismo, si se había acercado a tantas malicias como sugería en inventario de sus pasados cuchillos que había hecho Mari.

Fawn fue a la ventana y alcanzó a ver la alta figura de Dag pasando por debajo, con el arnés del brazo al hombro, yendo por la calle hacia la plaza. Se quedó mirando la ciudad cuando él desapareció por la acera, pero no durante mucho tiempo; bostezando incontrolablemente, se quitó el vestido y los zapatos y se metió en la cama.

Capítulo 10

Dag volvió a la hora de la cena como había prometido. Fawn se había puesto su vestido bueno, el de algodón verde que su tía Nattie le había hilado y tejido; le siguió escalera abajo. El bullicio proveniente de la sala donde antes habían estado comiendo tranquilamente hizo que dudara.

Viéndola detenerse, Dag sonrió y se inclinó para murmurar:

—Los patrulleros podemos ser gente muy ruidosa cuando nos juntamos, pero estarás bien. No tienes que contestar preguntas si no quieres. Podemos decir que aún estás demasiado afectada por nuestra lucha contra la malicia y no quieres hablar de ello. Lo aceptarán. —Su mano fue al cuello de su vestido como para ajustarlo, y Fawn se dio cuenta de que no estaba cubriendo las extrañas marcas de su cuelo, sino más bien asegurándose de que se veían—. Creo que no necesitamos mencionar lo que pasó con el segundo cuchillo a nadie aparte de Mari.

—Bien —dijo Fawn, aliviada, y permitió que la llevara dentro, el brazo protector a su espalda.

Las mesas esa noche estaban llenas de patrulleros altos e intimidantes, unos veinticinco, más o menos, cubiertos de polvo del camino. Gracias al aviso de Dag, Fawn se las apañó para no dar un salto cuando su entrada fue saludada con vítores, gritos, golpes en la mesa, y bromas sobre la ausencia de tres días de Dag. La rudeza de algunas de las bromas se veía atenuada por la genuina alegría en las voces, y Dag, con sonrisa torcida, replicó:

—¡Vaya unos patrulleros! ¡Juro que no podríais encontrar un trago en un barril de agua de lluvia!

—¡En un barril de cerveza, Dag! —alguien gritó en respuesta—. ¿Pero qué te pasa?

Dag examinó la sala y guió a Fawn hacia una mesa cuadrada al otro lado donde sólo se sentaban dos patrulleros, Utau y Razi, a los que había conocido antes. Los dos los animaron con gestos cuando se acercaron, y Razi empujó invitadoramente una silla con su bota.

Fawn no estaba segura de qué patrulleros eran los de Mari y cuáles los de Chato; las dos patrullas parecían estar mezcladas, no exactamente al azar. Parecían distribuirse más bien por edad, ya que había sólo una mesa en la que se sentaba media docena de cabezas canosas, la de Mari entre ellas; y también otras dos mujeres mayores que Fawn no había visto en la casa del pozo, que presumiblemente eran de la patrulla de Log Hollow. La joven del brazo en cabestrillo estaba en una mesa con tres hombres jóvenes, todos peleando por cortarle la carne de la comida; ella los mantenía a raya con el tenedor, riendo. Fawn vio que los patrulleros varones parecían de todas las edades, pero las mujeres eran o bien jóvenes o mucho más viejas, y recordó la descripción que le hizo Mari de su vida. Se preguntó si en los campamentos las proporciones se invertirían.

Camareras y sirvientes sin aliento iban entre las mesas, acarreando bandejas cargadas de fuentes y jarros, que eran tomados por manos rápidas. Los patrulleros parecían más interesados en velocidad y cantidad que en modales, una actitud compartida con las cocinas de las granjas que hizo que Fawn se sintiera casi cómoda.

Se sentaron y saludaron a Razi y Utau; Razi se levantó de un salto y consiguió más platos, cubiertos, y vasos, y ambos se unieron para coger comida y bebida para ellos. Acosaron a Dag a preguntas acerca de sus aventuras aunque, con miradas cautas, dejaron aparte a Fawn. Las respuestas de Dag eran aburridamente precisas, vagas, o adoptaron la forma que Fawn reconoció de la granja de los Horseford: preguntas que cambiaban de tema. Acabaron por desistir y dejaron que Dag se dedicara a masticar.

Utau miró alrededor, y comentó:

—Todos están mucho más alegres esta noche. Mari sobre todo. Por fortuna para todos los que estamos por debajo de ella.

Razi dijo, melancólico:

—¿Crees que ella y Chato nos dejarán que hagamos un bow-down antes de irnos?

—Chato parece bastante contento —dijo Utau, indicando con la cabeza otra mesa de patrulleros, aunque Fawn no pudo distinguir quién era el jefe—. Quizá tengamos suerte.

—¿Qué es un bow-down? —preguntó Fawn.

Razi sonrió con entusiasmo.

—Es una fiesta de patrulleros. Las hay a veces, para celebrar una cacería, o cuando dos o más patrullas se reúnen. Poder hablar con otra patrulla es un lujo. Nos queremos mucho —Utau puso los ojos en blanco al oír esto—, pero tras semanas y semanas solos nos hartamos. Un bow-down tiene música. Bailes. Cerveza, si podemos conseguirla…

—Aquí podríamos conseguir mucha cerveza —dijo Utau, distante.

—Refugiarrrrse en rincones oscuros… —trinó Razi, retorciendo el extremo de su trenza.

—Ya vale… ya se hace una idea —dijo Dag, pero sonrió. Fawn se preguntó si fue al recordar algo—. Podría ocurrir, pero garantizo que no será hasta que Mari esté segura de que haya terminado toda la limpieza. O tanta como sea posible —algo detrás de Fawn atrajo su mirada—. Me siento profético. Predigo tareas antes de las celebraciones.

—Dag, eres un cuervo agorero… —empezó Razi.

—Bien, caballeros —dijo la voz de Mari—. ¿Os duelen los pies?

Fawn volvió la cabeza y sonrió tímidamente a la jefa de la patrulla, que se había acercado a su mesa.

Razi abrió la boca, pero Dag le interrumpió:

—No contestes a eso, Razi. Es una pregunta con trampa. La respuesta segura es «No sé decirte, Mari, ¿por qué lo preguntas?».

Los labios de Mari temblaron, y respondió con voz dulce:

—¡Cuánto me alegro de que me preguntes eso, Dag!

—Quizá no tan segura —murmuró Utau, sonriendo.

—¿Cómo va la reparación del arnés? —preguntó Mari a Dag.

Dag hizo una mueca.

—Estará mañana por la tarde, quizá. Fui a dos sitios antes de encontrar a alguien que lo hiciera gratis. O más bien, a cambio de que salváramos su vida, a su familia, su ciudad, su territorio, y a todos en él.

—Y por supuesto, olvidaste mencionar que fuiste tú personalmente quien acabó con su malicia —dijo Utau secamente.