—La luz —murmuró Dag, dubitativo—. ¿Luz? He oído que los granjeros prefieren que sea a oscuras.
—Déjala —susurró Fawn, y él sonrió y se tendió de espaldas. Toda esa altura, acostada, ocupaba mucho. Su cama no era tan estrecha como la de ella en la habitación contigua, pero aun así la llenaba de una esquina a otra. Fawn se sintió como un explorador enfrentándose a una cordillera que cubría todo el horizonte—. Quiero mirarte.
—No soy ninguna rosa, Chispa.
—Quizá no. Pero me alegras la vista.
Las comisuras de sus ojos se arrugaron encantadoramente al oír esto, y ella tuvo que estirarse y besarlas. Piel se deslizaba contra piel a lo largo de todo su cuerpo. Él tenía músculos largos, ahusados, y la piel de su torso lucía un bronceado desigual donde solía caer su camisa, más clara aún por debajo de su cintura y a lo largo de su esbelto flanco. Un vello leve le sombreaba el pecho y descendía, estrechándose y espesándose, en forma de uve bajo su vientre. Ella lo acarició con los dedos, hacia arriba y hacia abajo. Con sus extraños sentidos de Andalagos, ¿qué más estaría acariciando él?
Tragó saliva, y se atrevió a decir:
—Dijiste que se podía saber.
—¿Hum? —Él trazó una espiral en torno a un pecho, ¿y cómo podía una caricia tan suave hacer que de pronto doliera tan dulcemente?
—El momento del mes en que una mujer puede concebir un hijo, dijiste que se podía saber —oh, espera, no, ¿era sólo para las mujeres Andalagos?—. Un hermoso diseño en su esencia, dijiste —sí, y también había creído el cuento de Sunny sobre la primera vez, que, aunque no pretendía ser un engaño, había resultado ser una costosa mentira; y el cuento de Sunny había parecido mucho más verosímil que esto. Un escalofrío de inquietud, ¿Estoy siendo estúpida otra vez…?, quedó interrumpido cuando Dag se incorporó sobre su codo izquierdo y la miró con una sonrisa preocupada.
Su mano le acarició el vientre, sobre las marcas de la malicia, ahora delgadas costras negras.
—Esta noche no corres peligro, Chispa. Pero me aterrorizaría intentar hacerte el amor así cuando ha pasado tan poco tiempo desde tu herida. Eres tan pequeña, y yo, hum, bueno, hay otras cosas que me gustaría mucho mostrarte.
Ella se arriesgó a mirar hacia abajo, pero su ojo encontró las negras líneas paralelas bajo la hermosa mano de Dag, y un estremecimiento de dolor y culpabilidad la sacudió. ¿Sería capaz alguna vez de acostarse con alguien sin que esas cascadas de recuerdos indeseados cayeran sobre ella? Y luego se preguntó si Dag, que al parecer tenía muchos más recuerdos acumulados, tendría un problema parecido.
—Chist. —La calmó él, y le pasó el pulgar por los labios, aunque ella no había hablado—. Busca la claridad, Chispa brillante. No traicionas tu dolor por dejarlo a un lado durante una hora. Esperará con paciencia a que lo recojas de nuevo al otro lado.
—¿Cuánto tiempo?
—El tiempo desgasta la pena como el agua una piedra. El peso siempre estará ahí, pero dejará de arañarte hasta hacerte sangrar con el más mínimo toque. Pero debes dejar que el tiempo fluya; no puedes apresurarlo. Llevamos el pelo recogido durante un año en señal de pérdida, y no es demasiado tiempo.
Ella alargó la mano y le pasó la mano por la oscura melena, acariciándola y retorciéndola entre los dedos. Dedos complacidos. Dio un tironcito a un mechón.
—¿Y esto qué se supone que significa?
—¿Que me lo corté por los piojos? —sugirió él, rompiendo la melancolía del momento y haciéndola reír, sin duda lo que pretendía.
—¡Venga ya, no tenías piojos!
—Últimamente no. Lo de los piojos es otra historia, pero ahora tengo mejores cosas que hacer con los labios… —empezó a recorrerle el cuerpo a besos, y ella se preguntó qué magia tendría su lengua, no sólo por sus besos y los rastros de fuego frío que dejaban sobre su piel, sino por cómo, con sus palabras, parecía quitarle piedras del corazón.
Contuvo el aliento cuando su lengua llegó a la punta de su seno e hizo allí cosas muy estimulantes. Sunny se había limitado a pellizcarla a través del vestido, y, y condenado fuera Sunny por meterse en su cabeza así, ahora. La mano de Dag se alzó, su pulgar le acarició la frente, y se incorporó.
—Vuélvete —murmuró—. Deja que te dé un masaje. Creo que puedo armonizar mejor tu cuerpo con tu esencia.
—Vas… si quieres…
—No diré confía en mí. Pero sí diré pruébame —susurró contra sus cabellos—. Pruébame.
Para ser manco, hacía esto maravillosamente bien, pensó ella confusamente unos minutos después, con la cara contra la almohada. La cama crujió cuando él la abandonó brevemente, y ella abrió un ojo, no dejes que se vaya, pero regresó en un instante. Un leve gorgoteo, un líquido fresco cayendo sobre la curva de su espalda, aroma de camomila y trébol…
—Oh, compraste un poco de ese aceite tan agradable —pensó un momento—. ¿Cuándo?
—Hace siete días.
Ella ahogó una carcajada.
—Hey, un patrullero debe estar preparado para cualquier emergencia.
—¿Esto es una emergencia?
—Dame un poco más de tiempo, Chispa, y lo veremos… Además, es bueno para mi mano, que tiende a estar áspera. No te gustará si mis callos se enganchan en algún sitio sensible, créeme.
El aceite cambió la textura de su toque mientras él trabajaba por su cuerpo hasta los dedos de los pies, le daba la vuelta, y volvía a empezar hacia arriba.
Mano. Rápidamente auxiliada por lengua, en lugares muy sensibles y sorprendentes. Su toque era como de seda, aquí, aquí, ¿aquí? ¡ah! Se sacudió, sorprendida, pero volvió a relajarse. Así que esto era hacer el amor. Era muy agradable, pero parecía un poco unilateral.
—¿No debería ser tu turno? —preguntó ansiosamente.
—Aún no —dijo él indistintamente—. Estoy muy contento donde estoy. Y tu esencia fluye casi del todo bien ahora. Déjame, deja que…
Pasaron los minutos. Algo se agitaba dentro de ella, como una emergencia asombrosamente dulce. Las caricias de Dag se volvieron más firmes, más rápidas, más seguras. Ella cerró los ojos, su respiración se aceleró, su espalda empezó a arquearse. De pronto contuvo el aliento y se quedó rígida, en silencio, boquiabierta, cuando la sensación estalló dentro de ella, subiendo hasta cegarle el cerebro, invadiéndola como una marea hasta las puntas de los dedos, y retrocediendo.
Su espalda se relajó, y ella se quedó tendida, temblando y asombrada.
—Oh. —Cuando pudo, alzó la cabeza y miró su propio cuerpo, el extraño y nuevo paisaje en que se había convertido. Dag estaba apoyado en un codo, mirándola a su vez, los ojos negros y brillantes, con una amplia sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¿Mejor? —preguntó, como si no lo supiera.
—¿Eso ha sido… la magia de los Andalagos? —No era sorprendente que la gente quisiera seguirlos hasta el fin del mundo.
—No. Eso ha sido la magia de Chispita. Toda tuya.
Cientos de misterios parecieron huir volando como una bandada de pájaros en la noche.
—No me extraña que la gente quiera hacer esto. Todo tiene ahora mucho más sentido…
—Así es. —Él gateó por la cama para besarla de nuevo.
Su propio sabor en sus labios, mezclado con el aroma a camomila y trébol, era un poco inquietante, pero ella le devolvió valientemente el beso. Luego acarició con los labios sus fascinantes pómulos, sus párpados, la barbilla definida, y de vuelta a su boca, mientras reía indefensa. Sintió un profundo retumbar de respuesta en su pecho cuando se tendió sobre él.