—Si no lo mueves. —Fawn se sentía un poco enferma ante la perspectiva de su vuelta a casa. Pero si tenía que hacerlo, mejor que fuera cuanto antes. Dag pensaba claramente que era su deber, lo correcto; y ni siquiera por Sunny el Estúpido y todos sus hermanos se arriesgaría a que Dag la creyera cobarde. Incluso si lo soy—. Muy bien. Seguiremos.
Dag se frotó la barbilla con la manga izquierda.
—En ese caso, es mejor que pongamos de acuerdo nuestras historias. No quiero mencionar el cuchillo activado ante tu familia, igual que hicimos con mi patrulla salvo Mari.
Esto parecía ser a la vez justo y prudente. Fawn asintió.
—Lo demás depende de ti, pero tienes que decirme qué quieres.
Ella miró los rastros rojos y migajas de su plato vacío.
—No saben lo mío con Sunny. De modo que estarán furiosos conmigo por haberles asustado por nada, escapándome así.
Él se inclinó y apretó sus labios contra una marca roja en su cuello, donde las costras de la malicia habían caído por fin.
—No por nada, Chispa.
—Sí, pero tampoco saben gran cosa sobre malicias.
—Entonces —dijo él despacio, como tanteando el camino—, si tu Sunny ha confesado, te enfrentarás a una situación, y si no lo ha hecho, a otra.
—No es mi Sunny —dijo ella, malhumorada—. Los dos dejamos eso muy claro.
—Hum. Bueno, si no le dices a tu familia la verdadera razón de tu huida, tendrás que inventar alguna mentira. En mi experiencia, esto crea una tensión y una sombra en la esencia que debilita a la gente. En realidad no veo por qué sientes la necesidad de proteger a Sunny. Me parece que él se beneficia más del secreto que tú.
Fawn alzó las cejas.
—La vergüenza en estos casos cae sobre la chica. Material usado, te llaman. No puedes conseguir otro pretendiente con buenas tierras, si se corre la voz de que no eres virgen. Aunque… me parece que algunas chicas lo consiguen igualmente, de modo que es un poco extraño.
—Granjeros, eh. —Dag frunció los labios—. ¿Se aplica lo mismo a las viudas? Las de verdad, no las del heno.
Fawn se sonrojó ante el recordatorio, aunque no pudo evitar sonreír un poco.
—Oh, no. Las viudas son completamente diferentes. Las viudas, bueno… Nadie puede hacer lo que quiere, en realidad, puede haber niños, puede no haber dinero, pero las viudas van con la cabeza alta y llevan su propia vida. Es mejor si no son pobres, claro.
—Entonces, ah… ¿buscas un pretendiente con tierras, Chispa?
Ella se irguió de golpe, sorprendida.
—¡Claro que no! Te quiero a ti.
Él alzó una ceja.
—Entonces, ¿por qué te preocupas por esto? ¿Por costumbre?
—¡No! —ella dudó; su corazón y su voz decayeron—. Supongo que… pensé que éramos un sueño de verano. No hago más que intentar no despertarme. Es estúpido, imagino. En algún lugar, en algún momento… alguien vendrá y no me dejará quedarme contigo. No para siempre.
Él apartó la mirada, entre las sombras de los nogales y por el camino lateral donde a la luz del sol poniente aún se levantaba polvo dorado tras el paso de una carreta tirada por ponis.
—Por muy difícil que sea tu familia, la mía será peor, y espero enfrentarme a ellos. No mentiré, Chispa; hay cosas que pueden apartarme de ti, cosas que no puedo controlar. La muerte siempre será una. —Hizo una pausa—. Pero por el momento no puedo pensar en ninguna otra.
Ella le dedicó un asentimiento breve, asustado, enterrando la cara en su hombro hasta que recuperó el aliento.
Él suspiró.
—Bueno, lo que digas a tu gente no depende de mí, sino de ti. Pero mi recomendación es decir tanto de la verdad como puedas, salvo por la activación del cuchillo.
—¿Cómo explicaremos el que yo vaya a tu campamento?
—Se requiere tu testimonio ante mi capitán respecto a la muerte de la malicia. Lo cual es cierto. Si preguntan más, me pondré todo digno y diré que son asuntos de los Andalagos.
Fawn agitó la cabeza.
—No querrán dejar que me vaya contigo.
—Ya veremos. No puedes planear las acciones de otros; sólo las tuyas. Si lo intentas, sólo conseguirás acabar del revés por todos los problemas que te crearás. Hey. —Se inclinó y le besó el cabello—. Si te encadenan a la pared con remaches de hierro, prometo liberarte.
—¿Sin manos?
—Soy muy ingenioso. Y si no te encadenan, entonces puedes salir caminando. Todo lo que hace falta es valor, y sé que no te falta.
Ella sonrió, consolada, pero admitió:
—En mi corazón no tengo, no de verdad. Ellos… No sé cómo explicar esto. Tienen modos de hacerme pequeña.
—No sé cómo serán ellos, pero tú no eres como eras antes. De uno u otro modo, las cosas serán distintas a como esperas.
En serio.
Agotados, doloridos e inquietos, no hicieron el amor esa noche, pero se abrazaron, muy juntos en el pequeño y sofocante cuarto del albergue. El sueño tardó en llegar.
El sol del verano caía de nuevo por el oeste cuando Fawn detuvo a su yegua y se quedó mirando la colina donde un camino descendente se cruzaba con la carretera. Había sido una cabalgata de veinte millas desde Lumpton Market, y Dag tenía que admitir, aunque sólo para sí mismo, que su brazo derecho estaba más hinchado y dolorido de lo que le hubiera gustado, y que el izquierdo, haciendo un trabajo desacostumbrado, no estaba mucho mejor. Habían cogido la carretera recta hacia el norte, a lo largo de la cresta entre los ríos durante casi quince millas antes de torcer hacia el oeste. Descendieron al valle de la rama occidental y cruzaron un vado pedregoso antes de girar de nuevo al norte a lo largo de la carretera del río. Un atajo, afirmó Fawn, para evitar tener que retroceder una milla hacia el pueblo de West Blue con su puente para carreteras y su molino.
Y ahora estaba en casa. Su esencia era un complicado remolino en ese momento, pero apenas hacía falta el sentido esencial para ver que su emoción predominante no era la alegría.
Azuzó su caballo para ponerse junto a ella.
—Creo que de momento prefiero mi mano social —murmuró.
Ella asintió y se inclinó para abrirle la bolsa del cinturón y cambiar su garfio por la menos útil pero menos chocante mano postiza. Se detuvo a peinarse el cabello y sujetarlo de nuevo en la coleta rizada con la cinta de colores, y luego se puso de pie en los estribos para peinarlo a él también; él bajó la cabeza para el, en su tácita opinión, inútil intento de darle mejor aspecto. Entendió perfectamente su determinación de entrar en su casa orgullosa y con buen aspecto, no apaleada y desaliñada. Sólo deseaba, por ella, poder tener más aspecto de valiente protector en vez de algo que el gato hubiera arrastrado a casa. Has tenido peor aspecto, viejo patrullero. Adelante.
Fawn tragó saliva e hizo que Grace enfilara el camino, que serpenteaba ladera arriba durante casi un cuarto de milla, flanqueado por los ubicuos muros de piedra en seco. Pasaron un bosquecillo de arces y nogales, apareció un viejo granero derruido a su derecha, y otro granero más grande y nuevo a la izquierda. Más allá del granero nuevo había un par de casetas, incluyendo un ahumadero; de sus aleros se elevaban leves rizos de humo, y la nariz de Dag captó el agradable aroma de brasas de nogal. Había un pozo cubierto en el extremo del patio y, hacia la derecha, se veía la vieja granja.
Su núcleo era un edificio rectangular de dos pisos construido con piedras amarillentas, con porche y una puerta en el centro que miraba al valle. En el extremo norte, una ampliación de una planta parecía contener dos habitaciones. En el extremo más cercano había una excavación en curso, con pilas de nuevas piedras aguardando, evidentemente otro añadido para hacer juego con el primero. Hacia el oeste había otro añadido circundado por un largo porche cubierto que recorría la casa a lo largo, obviamente la cocina. No se veía a nadie.