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—Así que todas las especies mueren por el orgullo familiar.

—¿Eso es lo que tú piensas, Miro? ¿Orgullo? ¿Estoy resistiendo simplemente por una causa tan poco noble como una pequeña disputa?

—Nuestra familia tiene mucho orgullo.

—Bien, no importa lo que opines, hago esto según mi conciencia, no importa si lo llamas orgullo, obcecación o como prefieras.

—Te creo.

—¿Pero te creo yo cuando dices que me crees? Estamos en un buen lío. —Se volvió hacia su terminal—. Vete ahora, Miro. Te prometí que lo pensaría, y lo haré.

—Ve a ver a Plantador.

—También pensaré en eso. —Sus dedos gravitaron sobre el teclado—. Es mi amigo, lo sabes. No soy inhumana. Iré a verlo, puedes estar seguro de eso.

—Bien.

Miro se encaminó hacia la puerta.

—Miro —lo llamó ella.

Se volvió, esperó.

—Gracias por no amenazarme con que ese programa vuestro abra mis archivos si no lo hago yo.

—Por supuesto que no —dijo él.

—Andrew me habría amenazado con eso, ya sabes. Todo el mundo piensa que es un santo, pero siempre amenaza a la gente que no le obedece.

—Él no me amenaza.

—Lo he visto hacerlo.

—Advierte.

—Oh, perdóname. ¿Existe alguna diferencia?

—Sí —dijo Miro.

—La única diferencia entre una advertencia y una amenaza consiste en si tú eres la persona que la hace o la que la recibe.

—No. La diferencia consiste en lo que pretende esa persona.

—Márchate. Tengo trabajo que hacer, aunque esté pensando. Márchate.

Miro abrió la puerta.

—Pero gracias-dijo ella. —Él cerró la puerta a su espalda.

Mientras se alejaba, lane conectó inmediatamente con él.

—Veo que decidiste no decirle que entré en sus archivos incluso antes de que vinieras.

—Sí, bueno. Me siento como un hipócrita —suspiró Miro—. Me agradeció algo que ya había hecho.

—Lo hice yo.

—Fuimos nosotros. Tú, Ender y yo. Vaya grupo.

—¿Lo pensará de verdad?

—Tal vez. O quizá ya lo haya pensado y haya decidido cooperar y esté solamente buscando una excusa. O tal vez ya ha decidido no hacerlo y dijo unas palabras amables porque me tiene lástima.

—¿Qué crees que hará?

—No lo sé. Pero sí sé lo que haré yo. Me avergonzaré de mí mismo cada vez que piense en cómo la dejé creer que respeté su intimidad, cuando ya habíamos saqueado sus archivos. A veces creo que no soy una buena persona.

—Te darás cuenta de que no te dijo que tiene guardados sus verdaderos hallazgos fuera del sistema informático, así que los únicos archivos a los que pude acceder son basura sin valor. Tampoco ella ha sido sincera contigo.

—Sí, pero es una fanática sin ningún sentido del equilibrio ni la proporción.

—Eso lo explica todo.

—Tendencias de la familia —dijo Miro.

La reina colmena estaba sola esta vez. Tal vez agotada después de… ¿Aparearse? ¿Poner huevos? Parecía que ahora se pasaba todo el tiempo haciéndolo. No tenía elección. Ahora que las obreras tenían que patrullar el perímetro de la colonia humana, debía producir-aún más de lo que había previsto. Sus retoños no necesitaban ser educados: entraban rápidamente en la edad adulta, disponiendo de todo el conocimiento que tenían los demás especímenes maduros. Pero el proceso de concepción, puesta de huevos, salida y crisálida requería tiempo. Semanas para cada adulto. Comparada con un solo humano, la reina producía una prodigiosa cantidad de jóvenes. Pero comparada con la ciudad de Milagro, con más de un millar de mujeres en edad de procrear, la colonia insectora únicamente contaba con una hembra productora.

Aquello siempre había preocupado a Ender. Le inquietaba saber que sólo había una reina colmena. ¿Y si le sucedía algo? Pero claro, también le inquietaba a la reina pensar que los seres humanos tenían sólo un puñado de niños…, ¿y si les sucedía algo a ellos? Ambas especies practicaban una combinación de cría y sobrexcedencia para proteger su herencia genética. Los humanos tenían un sobrexcedente de padres, y luego nutrían a los pocos retoños. La reina colmena tenía un sobrexcedente de retoños, luego criaban a los padres. Cada especie había encontrado su equilibrio de estrategia.

‹¿Por qué nos molestas con esto?›

—Porque estamos en un callejón sin salida. Porque todo el mundo lo está intentando, y vosotros os jugáis tanto como nosotros.

‹¿Sí?›

—La descolada os amenaza igual que a nosotros. Algún día, probablemente no podrás controlarla, y entonces desapareceréis.

‹Pero no vienes a consultarme acerca de la descolada.›

—No.

Era el problema del vuelo más rápido que la luz. Grego se había estado devanando los sesos. En la cárcel no tenía nada más que hacer. La última vez que Ender habló con él, lloró, tanto de cansancio como de frustración. Había cubierto montones de papeles con ecuaciones, esparciéndolos por toda la habitación que se usaba como celda.

—¿No te importa viajar más rápido que la luz?

‹Sería muy bonito.›

La suavidad de la respuesta casi le dolió, de tanto como le decepcionó. «Así es la desesperación —pensó—. Quara es una pared de ladrillo sobre la naturaleza de la inteligencia de la descolada. Plantador se muere por deprivación de descolada. Han Fei-tzu y Wang-mu se esfuerzan por duplicar años de estudios en varios campos, todos a la vez. Grego está agotado. Y ningún resultado.»

Ella debió de oír tan claramente su angustia como si hubiera gritado.

‹No.›

‹No.›

—Lo habéis hecho —dijo él—. Tiene que ser posible.

‹Nunca hemos viajado más rápido que la luz.›

—Proyectasteis una acción a través de años luz. Me encontrasteis.

‹Tú nos encontraste a nosotras, Ender.›

—No del todo. Nunca supe siquiera que habíamos establecido contacto mental hasta que encontré el mensaje que habíais dejado para mí.

Fue el momento más extraño de su vida, al encontrarse en un mundo alienígena y ver un modelo, una réplica del paisaje que sólo existía en otro lugar: el ordenador en el que había jugado su versión personalizada del juego de Fantasía. «Fue como encontrarte a un perfecto desconocido que te dijera lo que has soñado la noche anterior.» Los insectores habían estado dentro de su cabeza. Aquello lo asustó, pero también lo excitó. Por primera vez en su vida, se sintió conocido. No se trataba de popularidad: era famoso en toda la humanidad, y en aquellos días su fama era toda positiva, el mayor héroe de todos los tiempos. Otras personas sabían de él. Pero con el artefacto insector, descubrió por primera vez que se le conocía.

‹Piensa, Ender. Sí, alcanzamos a nuestro enemigo, pero no te estábamos buscando. Buscábamos a alguien como nosotras. Una red de mentes unidas, con una mente central que lo controlara todo. Nosotras encontramos nuestras mentes sin intentarlo, porque reconocemos la pauta. Encontrar a una hermana es como encontrarte a ti misma.›

—¿Cómo me encontrasteis, entonces?

‹Nunca pensamos en el cómo. Sólo lo hicimos. Encontramos una fuente caliente y brillante. Una red, pero muy extraña, con miembros variables. Y en el centro, no alguien como nosotras, sino otro… común. Tú. Pero con mucha intensidad. Enfocado en la cadena, hacia los otros humanos. Enfocado hacia dentro de tu juego de ordenador. Y enfocado hacia fuera, más allá de todo, sobre nosotras. Buscándonos.›

—No os buscaba. Os estudiaba. —Estudiaba todos los vids que había en la Escuela de Batalla, intentando comprender la forma en que funcionaba una mente insectora—. Os estaba imaginando.

‹Eso decimos nosotras. Buscándonos. Imaginándonos. Es así como nos encontramos. Por eso nos llamabas.›