—¿Y eso fue todo?
‹No, no. Eras muy extraño. No sabíamos lo que eras. No pudimos leer nada en ti. Tu visión era muy limitada. Tus ideas cambiaban rápidamente, y sólo pensabas en una cosa cada vez. Y la cadena a tu alrededor seguía cambiando constantemente, la conexión de cada miembro contigo se relajaba y se perdía con el tiempo, a veces muy rápidamente…›
Ender tenía problemas para comprender lo que decía. ¿A qué tipo de cadena estaba conectado?
‹A los otros soldados. A tu ordenador.›
—No estaba conectado. Eran mis soldados, nada más.
‹¿Cómo crees que estamos conectadas nosotras? ¿Ves algún cable?›
—Pero los humanos son individuales, no como vuestras obreras.
‹Muchas reinas, muchas obreras, cambiando constantemente, muy confuso. Una época terrible, aterradora. ¿Qué eran esos monstruos que habían destruido nuestra nave colonial? ¿Qué clase de criatura? Erais tan extraños que no alcanzábamos a imaginaros. Sólo pudimos sentirte cuando nos estabas buscando.›
No servía de nada. Ninguna relación con el vuelo más rápido que la luz. Todo sonaba a superstición, no a ciencia. Nada que Grego pudiera expresar matemáticamente.
‹Sí, eso es. No hacemos esto como una ciencia ni como tecnología. Ningún número, ni siquiera pensamientos. Te descubrimos como se crea una nueva reina. Como se comienza una nueva colmena.›
Ender no comprendía cómo el hecho de establecer un enlace ansible con su cerebro podía compararse a la creación de una nueva reina.
—Explícamelo.
‹No pensamos en ello. Sólo lo hacemos.›
—¿Pero qué hacéis cuando lo hacéis?
‹Lo que siempre hacemos.›
—¿Y qué hacéis siempre?
‹¿Cómo haces que tu pene se llene de sangre para aparearte, Ender? ¿Cómo haces que tu páncreas segregue enzimas? ¿Cómo llegas a la pubertad? ¿Cómo enfocas tus ojos?›
—Entonces recuerda lo que hacéis y muéstramelo.
‹Olvidas que no te gusta que te mostremos cosas a través de nuestros ojos.›
Era cierto. Lo había intentado un par de veces, cuando era muy joven y acababa de descubrir la crisálida. No podía soportarlo, no podía sacarle ningún sentido. Destellos, unos cuantos momentos claros, pero todo resultaba tan confuso que se dejó llevar por el pánico, y probablemente se desmayó, aunque se encontraba solo y no pudo estar seguro de lo que había sucedido, desde un punto de vista clínico.
—Si no puedes decírmelo, tenemos que hacer algo.
‹¿Eres como Plantador? ¿Intentas morir?›
—No. Te diré que pares. No me mató antes.
‹Intentaremos… algo intermedio. Algo más suave. Nosotras recordaremos, y te diremos lo que pasa. Te mostraremos fragmentos. Te protegeremos. A salvo.›
—Inténtalo, sí.
La reina colmena no le dio tiempo de reflexionar o prepararse. De inmediato, Ender sintió que veía a través de ojos compuestos, no muchas lentes con la misma visión, sino cada lente con su propia imagen. Experimentó la misma vertiginosa sensación de muchos años atrás. Pero esta vez comprendió un poco mejor, en parte porque ella lo hizo menos intenso que antes, y en parte porque ahora tenía más datos acerca de la reina y de lo que le estaba haciendo.
Las múltiples visiones diferentes era lo que veía cada una de las obreras, como si fueran un solo ojo conectado al mismo cerebro. No había ninguna esperanza de que Ender sacara sentido a tantas imágenes a la vez.
‹Te mostraremos una. La que importa.›
La mayoría de las visiones desaparecieron casi inmediatamente. Entonces, una a una, las otras fueron clasificadas. Ender imaginó que ella debía de tener algún principio organizador para las obreras. Pudo descartar a las que no formaran parte del proceso creador de reinas. luego, por bien de Ender, tuvo que elegir incluso entre aquellas que sí lo eran, y eso fue más difícil porque normalmente podía escoger mejor las visiones por tareas que por obreras individuales. Sin embargo, por fin fue capaz de mostrarle una imagen primaria y él logró enfocarse en ella, ignorando los destellos y parpadeos de las visiones periféricas.
La puesta de una reina. Ella se lo había mostrado antes, con una visión cuidadosamente planeada la primera vez que la vio, cuando intentaba explicarle cosas. Ahora, sin embargo, no se trataba de una presentación estilizada y cuidadosamente orquestada. La claridad había desaparecido. Era oscuro, distraído, real. Era memoria, no arte.
‹Ves que tenemos el cuerpo-reina. Sabemos que es una reina porque empieza a buscar obreras, incluso como larva.›
—Entonces, ¿puede hablarle?
‹Es una estúpida. Como una obrera.›
—¿No desarrolla la inteligencia hasta que está en la crisálida?
‹No. Tiene su… igual que tu cerebro. La memoria-pensamiento. Está vacía.›
—Entonces tienes que enseñarle.
‹¿De qué serviría enseñarle? El pensador no está allí. La cosa encontrada. El unidor›
—No sé de qué estás hablando.
‹Deja de intentar mirar y piensa, entonces. Eso no se hace con los ojos.›
—Entonces deja de mostrarme cosas, si depende de otro sentido. Los ojos son demasiado importantes para los humanos. Si veo algo, la imagen enmascara todo menos el habla clara, y no creo que haya mucho de eso en la creación de una reina.
‹¿Cómo va ahora?›
—Todavía veo algo.
‹Tu cerebro lo convierte en visión.›
—Entonces explícalo. Ayúdame a encontrarle un sentido.
‹Es la forma en que nos sentimos unas a otras. Localizamos el lugar de búsqueda en el cuerpo-reina. Todas las obreras lo tienen también, pero todo lo que busca es la reina y cuando la encuentra la búsqueda ha terminado. La reina nunca deja de buscar. De llamar.›
—¿Entonces la encuentras?
‹Sabemos dónde está. El cuerpo-reina. El llamador-de-obreras. El contenedor-de-memoria.›
—¿Quieres decir que hay algo más? ¿Algo aparte del cuerpo de la reina?
‹Sí, por supuesto. La reina es sólo un cuerpo, igual que las obreras. ¿No lo sabías?›
—No, nunca lo había visto.
‹No se puede ver. No con los ojos.›
—No sabía buscar otra cosa. Vi la creación de la reina cuando me lo mostraste por primera vez hace años. Entonces creí comprender.
‹Creíamos que lo habías hecho.›
—Entonces, si la reina es sólo un cuerpo, ¿quién eres tú?
‹Somos la reina colmena. Y todas las obreras. Venimos y hacemos una persona de todo. El cuerpo-reina obedece igual que los cuerpos-obreras. Los unimos, los protegemos, los dejamos trabajar perfectamente según sea necesario. Somos el centro. Cada una de nosotras.›
—Pero siempre has hablado como si fueras la reina colmena.
‹Lo somos. Y también todas las obreras. Lo somos todas juntas.›
—Pero esa cosa-centro, ese unidor…
‹Lo llamamos para que venga y tome el cuerpo-reina, para que pueda ser sabia nuestra hermana.›
—Lo llamáis. ¿Qué es?
‹La cosa que llamamos.›
—Sí, pero ¿qué es?
‹¿Qué me pides? Es la cosa-llamada. La llamamos.›
Era casi insoportablemente frustrante. Gran parte de lo que hacía la reina colmena era instintivo. No tenía ningún lenguaje y por eso nunca se había visto, en la necesidad de desarrollar explicaciones claras para lo que nunca había necesitado ser explicado hasta el momento. Por eso tenía que ayudarla a encontrar una forma de clarificar lo que no podía percibir directamente.
—¿Dónde la encontráis?
‹Oye nuestra llamada y viene.›
—Pero ¿cómo la llamáis?
‹Como tú nos llamaste. Imaginamos la cosa en que debe convertirse. La pauta de la colmena. La reina y las obreras y la unión. Entonces viene una que comprende la pauta y puede contenerla. Le damos el cuerpo-reina›