En el momento en que abandonó la presencia de la reina colmena, Ender empezó a hablar con Jane para contarle lo que le había explicado la reina colmena. Quién era Jane, cómo fue creada.
Y a medida que él iba hablando, ella se analizaba a sí misma a la luz de lo que decía. Empezó a descubrir cosas acerca de sí misma que nunca había imaginado. Para cuando Ender regresó a la colonia humana, había verificado cuanto fue posible de su historia.
—Nunca lo descubrí porque siempre empezaba por una hipótesis falsa —dijo Jane—. Imaginaba que mi centro estaba en algún lugar en el espacio. Tendría que haber supuesto que estaba en tu interior por el hecho de que, incluso cuando estaba furiosa contigo, tenía que volver a ti para sentirme en paz.
—Y ahora la reina colmena dice que te has vuelto tan grande y compleja que ya no puede contener tu pauta en su mente.
—Debo haber experimentado un crecimiento supremo durante mi pubertad.
—Eso es.
—¿Pudo ser que los humanos siguieran añadiendo ordenadores y enlazándolos?
—Pero no es el hardware, Jane. Son los programas.
—He de tener la memoria física para contenerlo todo.
—Tienes la memoria. La cuestión es si puedes acceder a ella sin los ansibles.
—Lo intentaré. Como le dijiste a la reina, es como aprender a flexionar un músculo que no sabes que tienes.
—O aprender a vivir sin uno.
—Veré qué se puede hacer.
Qué se puede hacer. De regreso a casa, mientras su vehículo flotaba sobre el capim, Ender volaba también, jubiloso de saber que algo era posible después de todo, cuando hasta ahora no había sentido más que desesperación. Sin embargo, al volver a casa, al ver el bosque calcinado, los dos solitarios padres-árbol con sus ramas verdes, la granja experimental, la nueva choza con la sala estéril donde Plantador estaba agonizando, advirtió cuánto había todavía que perder, cuánto tendría todavía que morir, aunque ahora hubieran descubierto un medio para que Jane se salvara.
Era el final del día. Han Fei-tzu estaba exhausto, los ojos le dolían de tanto leer. Había ajustado una docena de veces los colores de la pantalla del ordenador, intentando descansar, pero no sirvió de nada. La última vez que había trabajado con tanta intensidad fue en sus tiempos de estudiante, y entonces era joven.
Entonces, además, encontró resultados. «Era más rápido, más capaz. Podía recompensarme consiguiendo algo. Ahora soy viejo y lento, trabajo en temas nuevos para mí y puede que estos problemas no tengan solución. Así que no hay recompensa que me anime. Sólo el agotamiento. El dolor en la base del cuello, la sensación de cansancio e hinchazón en los ojos.»
Miró a Wang-mu, acurrucada en el suelo a su lado. Lo intentaba con tesón, pero, su educación había empezado demasiado recientemente para nue pudiera seguir la mayoría de los documentos que pasaban por la pantalla del ordenador mientras él buscaba algún marco conceptual para el viaje más rápido que la luz. Por fin, el cansancio había triunfado sobre su voluntad; estaba segura de que era inútil, porque no podía comprender lo suficiente para hacer preguntas siquiera. Así que se rindió y se quedó dormida.
«Pero no eres inútil, Si Wang-mu. Incluso en tu perplejidad me ayudas. Una mente brillante para la que todas las cosas son nuevas. Como tener mi propia juventud perdida agarrada del brazo. Como era Qing-jao de pequeña, antes de que la piedad y el orgullo la reclamaran.»
No era justo. No era justo juzgar a su propia hija de aquella forma. ¿No se había sentido absolutamente satisfecho de ella hasta las últimas semanas? ¿Orgulloso de ella más allá de toda razón? La mejor y más hábil de los agraciados, todo aquello por lo que su padre había trabajado, todo lo que su madre había esperado.
Ésa era la parte que le dolía. Hasta hacía unas cuantas semanas, se sentía orgullosísimo de haber cumplido su juramento a Jiang-qing. No fue cosa fácil educar a su hija tan piadosamente para que nunca tuviera un período de duda o de rebelión contra los dioses. Cierto, había otros niños igual de piadosos, pero su piedad se conseguía aveces a expensas de su educación. Han Fei-tzu había dejado que Qing-jao lo aprendiera todo, y luego había tenido la destreza de hacerle comprender que todo encajaba con su fe en los dioses.
Ahora recogía su propia siembra. Le había dado una visión del mundo que conservaba tan perfectamente su fe que ahora, cuando había descubierto que las «voces» de los dioses no eran más que las cadenas genéticas con las que los había lastrado el Congreso, nada podía convencerla. Si Jiang-ging hubiera vivido, Fei-tzu sin duda habría entrado en conflicto con ella por su pérdida de fe. En su ausencia, había educado tan bien a su hija que Qing-jao podía adoptar a la perfección el punto de vista de su madre.
«Jiang-ging también me habría abandonado —pensó Han Fei-tzu—. Aunque no fuera viudo, hoy me habría quedado sin esposa. La única compañía que me queda es esta criada, que se abrió paso hasta mi servicio justo a tiempo de convertirse en la única chispa de vida en mi vejez, el único aleteo de esperanza en mi corazón. No es mi hija natural, pero tal vez llegará un momento y una oportunidad, cuando pase esta crisis, para hacer de Wang-mu-mi hija-de-la-mente. Mi trabajo con el Congreso ha terminado. ¿No he de ser, entonces, maestro de una sola discípula, esta muchacha? ¿No he de prepararla para que sea la revolucionaria que pueda guiar al pueblo llano a la libertad de la tiranía de los agraciados, y luego guiar a Sendero a la libertad del propio Congreso? Que sea ella, y entonces podré morir en paz, sabiendo que al final de mi vida he deshecho todo mi anterior trabajo que reforzó al Congreso y ayudó a derrotar toda oposición a su poder.»
La suave respiración de Wang-mu era como la suya propia, como la respiración de un bebé, como el sonido de la brisa entre la hierba. «Ella es todo emoción, todo esperanza, todo frescura.»
—Han Fei-tzu, creo que no estás dormido.
No lo estaba, pero casi, porque el sonido de la voz de Jane, desde el ordenador, lo sobresaltó.
—No, pero Wang-mu lo está.
—Despiértala, entonces —pidió Jane.
—¿Qué pasa? Se ha ganado su descanso.
—También se ha ganado el derecho a escuchar esto.
La cara de Ela apareció junto a la de Jane en la pantalla. Han Fei-tzu la conocía como la xenobióloga encargada del estudio de las muestras genéticas que Wang-mu y él habían recogido. Debía de haber un avance.
Se inclinó, extendió la mano, sacudió la cadera de la muchacha dormida. Ella se agitó. Se desperezó. Entonces, sin duda recordando su deber, se enderezó como impulsada por un resorte.
—¿Me he quedado dormida? ¿Qué ocurre? Perdóname, Maestro Han.
Ella estuvo a punto de inclinarse en su confusión, pero Fei-tzu no se lo permitió.
—Jane y Ela me han pedido que te despierte. Quieren que oigas lo que tienen que decirnos.
—Os anunciaré primero que lo que esperábamos es posible —dijo Ela—. Las alteraciones genéticas eran evidentes y fáciles de descubrir. Comprendo por qué el Congreso ha hecho todo lo posible para impedir que los verdaderos geneticistas trabajen con la población humana de Sendero. El gen DOC no estaba en el lugar normal, y por eso no fue identificado de inmediato por los natólogos, pero funciona casi igual que el DOC natural. Se le puede tratar fácilmente por separado de los genes que dan a los agraciados inteligencia superior y habilidades creativas. Ya he diseñado una bacteria de restricción que, inyectada en la sangre, encontrará el óvulo o los espermatozoides, entrará en ellos, desmontará el gen DOC y lo sustituirá por uno normal, sin afectar al resto del código genético. Entonces la bacteria morirá rápidamente. Está basada en una bacteria común que debería de existir en muchos laboratorios de Sendero para el tratamiento inmunológico normal y la prevención de defectos de nacimiento. Así que cualquier agraciado que quiera tener hijos sin el DOC puede hacerlo.