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Ta-tan.

Ta-tan.

– Creo que eso me está buscando.

Beau despertó con la brusquedad de quien emerge de una pesadilla, lo cual estaba muy cerca de ser cierto. Tenía que actuar rápidamente, y sin embargo sentía el cuerpo rígido y frío y, al levantarse de la cama y echar a andar hacia la puerta, cobró de pronto conciencia de que apreciaba más intensamente el mundo colorido y tridimensional que le rodeaba.

Era absurdo que un artista necesitara un recordatorio como aquél, pero, ciertamente, una visita al tiempo gris le había curado de cualquier tendencia a dar por descontado aquel mundo cálido y vivo.

Incluso su habitación, la habitación Jacinto, que al llegar a El Refugio le había parecido un poco demasiado recargada para su gusto, le pareció grata y confortable mientras la atravesaba, más o menos renqueando, hacia la puerta.

Dios, se sentía como si hubiera escalado una montaña. Con un Volvo cargado a la espalda. El corazón le latía a toda prisa, las piernas le temblaban, estaba débil como un gatito. En treinta y tantos años de experiencias extrasensoriales, algunas de ellas verdaderamente horrendas, nunca había emergido de una tan extenuado.

Se preguntaba si Quentin tenía idea de lo fuerte que era Diana en realidad.

Tenía que atravesar un largo pasillo y subir un tramo de escaleras para llegar a la habitación de Quentin, y cuando alcanzó la puerta tenía la impresión de empezar apenas a moverse normalmente. Pero seguía teniendo frío. Estaba helado hasta los huesos.

Se apoyó con una mano en la jamba de la puerta y pensó que «normalmente» era quizás una exageración. Antes de que pudiera llamar a la puerta, ésta se abrió de golpe y Quentin apareció frente a él. Estaba completamente vestido, despierto y tenso, y le habló como si la conversación entre ellos hubiera empezado ya.

– Está en el tiempo gris.

– Sí. Y no estoy seguro de que pueda encontrar la salida sola.

– Dios mío. ¿Por qué demonios no…?

– No pude hacer nada. Yo estaba como sonámbulo, no estaba allí en carne y hueso. Y, definitivamente, ésos son sus dominios, no los míos.

Quentin ni siquiera cuestionó aquello.

– ¿Dónde estaba? Respecto a nuestro lado, quiero decir.

– En el invernadero. Pero no sé si seguirá allí. Si sus instintos son buenos, estará buscando un sitio donde esconderse. Eso que está matando aquí, sea lo que sea… creo que va tras ella.

– Sabía que no debía dejarla sola. Maldita sea, no puede luchar contra esto ella sola.

– No creo que supiera siquiera que ocurriría esta noche; fue simplemente en busca de la respuesta a una pregunta. Pero ha pasado demasiado tiempo en el tiempo gris, sobre todo aquí, en el hotel, y eso la ha debilitado. Créeme, lo sé. -Todavía tenía una mano apoyada contra la jamba de la puerta para sostenerse.

Quentin pareció reparar por fin en la apariencia del pintor.

– No tienes buen aspecto.

– Me repondré. Ve a buscar a Diana. Tu amigo el policía está todavía aquí. Iré a decirle que despierte a sus hombres.

– ¿Y de qué servirá? Ni siquiera estoy seguro de si podré verla esta vez… No la vi marcharse, eso seguro, y he estado levantado y completamente despierto.

– Ellie Weeks, como todas las demás víctimas, murió a manos de un asesino de carne y hueso. Sea lo que sea lo que maneja los hilos desde el otro lado, ese asesino está de nuestro lado de la puerta… y, si va tras Diana, tiene que ser visible.

Quentin se quedó mirándole un momento; después volvió a entrar en su habitación para coger su pistola. Se la guardó bajo la cinturilla de los vaqueros, a la espalda, y dijo:

– Y va tras Diana porque sólo la mente de una médium poderosa puede ofrecerle algo que nunca antes había tenido.

Beau asintió con la cabeza.

– Una salida permanente, un medio de vivir otra vez en carne y hueso. Y Diana lo sabe, gracias a una advertencia de Missy.

Después de esforzarse tanto, de luchar por salir de la neblina de los fármacos y de debatirse luego para asumir lo que era capaz de hacer, esconderse era lo último que Diana hubiera querido hacer. Pero…

«Tienes que esconderte. No dejes que te encuentre. Aún no.»

Había un plan y Diana lo entendía, aunque fuera solamente en sus líneas maestras. Lo que entendía aún mejor, sin embargo, era que en ese instante y a ese lado de la puerta, no tenía fuerza suficiente para resistir sola. Aquélla sería una batalla perdida.

«Escóndete.»

Era casi como el palpito de su propio corazón, aquella voz en su cabeza, tan familiar como sus pensamientos. Y sin embargo separada, claramente aparte. Algo que había oído, que había escuchado, toda su vida.

O que había intentado escuchar, a través de la bruma de la medicación.

– Papá tiene mucho por lo que responder -masculló mientras salía a trompicones del invernadero y se dirigía al edificio principal.

«Hizo lo que consideró que era lo mejor.»

– Tenía miedo. Eso lo sé.

«Intentaba salvarte la vida. Me había perdido a mí. Y a mamá. No podía perderte a ti también.»

– Había un modo mejor de hacerlo.

«Eso él no lo sabía. Creía que no saber nada de mí sería para ti menos doloroso que saber que había vivido y que me habían secuestrado… y asesinado.»

– Así que vino aquí y compró una tapadera, ¿verdad? Y luego me mantuvo medicada para que no recordara, para que no supiera de mis facultades, y mucho menos pudiera controlarlas conscientemente.

«No fue tan premeditado. Los médicos y los fármacos. Nunca entendió qué le pasó a mamá, pero tenía miedo de que a ti te sucediera lo mismo. Hizo lo que pudo por impedir que eso pasara, Diana.»

– Si tú lo dices. -Diana vaciló, arrimándose a los matorrales que disimulaban a medias una de las entradas de servicio-. ¿Adónde voy ahora? Maldita sea, nunca hay un guía por aquí cuando lo necesito. -Cruzó los brazos sobre los pechos y se estremeció. Tenía frío. Cada vez más frío.

«Tú sabes por qué.»

– Sí. Tu plan. ¿Por qué no lo intentaste antes?

«No podía. No viví lo bastante como para hacerme tan fuerte.»

– ¿Y yo sí?

«Sí. Hará falta tu fuerza. Y la de los otros. La de los que están preparados para actuar.»

– ¿Han estado esperándome todo este tiempo?

«Sí. Esperando una oportunidad. Una ocasión de detener eso.»

– Siempre hablas como si fuera una cosa. Todos lo hacéis. Pero Samuel Barton fue un hombre en otro tiempo.

«Nunca fue un hombre, realmente. Siempre fue un demonio. Y, cuando mataron su cuerpo, liberaron su maldad. La ayudaron a hacerse aún más fuerte.»

– Entonces, podía poseer a cualquiera que no fuera lo bastante fuerte como para repelerlo.

«Sí, a veces. Pero, si no eran lo bastante fuertes como para repelerlo, tampoco eran lo bastante fuertes como para albergarlo por mucho tiempo. Se… quemaban. Y eso volvía a convertirse en energía, en una energía que crecía, buscando otro huésped. Un huésped más permanente.»

– Yo.

«Una vez descubriste lo que eras capaz de hacer, una vez empezaste a recordar y a cobrar conciencia, sólo era cuestión de tiempo que eso sintiera tu fuerza. Tus capacidades. Pero sucedió mucho más deprisa de lo que esperábamos. Lo siento, Diana.»

– Puede que sea mejor así -dijo ella, a medias para sí misma-. Casi no he tenido tiempo para pensar. Si no, seguramente todo esto me conduciría otra vez a un hospital psiquiátrico.

«No, eso no volverá a pasar. Ahora eres demasiado fuerte.»

– Espero que tengas razón. -Diana miró de nuevo a su alrededor; luego se escabulló entre los matorrales y usó la entrada de servicio. A pesar de que la luz parpadeante de un panel de control indicaba la existencia de un sistema de alarma, se limitó a girar el tirador y a abrir la puerta.

Los aparatos electrónicos no funcionaban en el tiempo gris. O quizá simplemente no existían. Diana nunca había sabido si era una u otra cosa.